Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 17

A la mañana siguiente, Valentina despertó con la luz colándose tímida entre las cortinas. Por un momento, se quedó quieta, mirando el techo, recordando los fragmentos de la noche anterior: las risas, el juego, las miradas, el beso. Y la sensación —cálida, extraña— de que algo en ella comenzaba a abrirse otra vez.

En la cocina, Natalia ya estaba preparando café, con el cabello recogido en un moño improvisado y la misma energía de siempre.
—Buenos días, dormilona —canturreó al verla entrar—. ¿Dormiste bien o te quedaste pensando en cierto alguien?
—Buenos días a ti también —respondió Valentina, rodando los ojos, aunque no pudo evitar sonreír.
—Ajá, eso es un sí —insistió Natalia, señalándola con la cuchara del azúcar—. Y no te molestes, te ves más tranquila. Te hacía falta una noche así.

Valentina se sirvió un poco de café y se apoyó en la barra.
—Fue… bonito —admitió, con voz suave.
—Bonito y con dos Elías en el mismo circulo. No sé tú, pero yo ya estoy lista para ver cómo se desarrolla ese triángulo.

Valentina frunció el ceño, aunque el rubor la delató.
—Navarro solo es un amigo de Duarte. No hay nada raro.
—Mhm… —Natalia alzó una ceja—. Díselo a la forma en que él te miraba anoche.

Recordó la serenidad de Navarro, la forma en que, incluso entre risas, su mirada volvía a encontrarla. No era una mirada invasiva, sino una que parecía entender más de lo que decía.

—No es verdad, estas imaginando cosas que no son, él nunca me ha volteado a ver de esa forma, apenas y se sabe mi nombre solo porque trabajo en las remodelaciones en la clínica —respondió Valentina dándose un poco de realidad por primera vez —además ya habíamos acordado que me iba a olvidar de Navarro, ¿no?

Natalia se encogió de hombros, dándole un sorbo a su café.
—Sí, lo dijiste… pero a veces las cosas que uno promete olvidar son justo las que más se quedan dando vueltas.

Valentina suspiró, mirando el vapor que se escapaba de su taza.
—No quiero pensar en eso, Nat. Anoche fue… diferente. Duarte fue… —se detuvo, buscando las palabras— amable, cercano y desde el fin de semana, todo va a nuestro ritmo.

—¿Y Navarro? —preguntó ella, con una sonrisa traviesa pero una mirada genuina de curiosidad.

—Navarro… —repitió Valentina, pensativa—, él es distinto. Más callado. Pero se nota que observa todo, y no está interesado en mí.

Natalia dejó la taza sobre la barra y le dio un leve codazo.
—Ahí está, ¿ves? Ya estás hablando de él sin darte cuenta.

Valentina rió, aunque se notaba un poco nerviosa.
—No empieces, por favor. Bastante tengo con que Duarte y él trabajen juntos. No quiero más complicaciones.

—Bueno, solo quería saber un poco de tu opinión, últimamente ya dejas de soñar despierta con Navarro, Duarte esta haciendo un buen trabajo en robarte el corazón.

El timbre de su celular la salvó de responder. Era un mensaje de Duarte:

“Voy a pasar a la clínica temprano. Te veo ahí.”

Valentina lo leyó, y aunque su corazón dio un pequeño salto, una parte de ella pensó inevitablemente en la expresión serena de Navarro la noche anterior.

—Quiero dejar a Navarro en el pasado, me quiero dar esta oportunidad con Duarte —dijo Valentina con una sonrisa mientras veía el mensaje de Elías Duarte.

· · ─ ·𖥸· ─ · ·

El edificio de la clínica olía a desinfectante y a café recién hecho. Valentina caminó por el pasillo con una carpeta en la mano, repasando mentalmente la lista de pendientes del día. El sonido de los zapatos sobre el piso brillante era el único que rompía el silencio hasta que, al girar la esquina, se encontró con Navarro.

—Buenos días —saludó él con esa calma habitual, sosteniendo una tableta electrónica y un vaso de café en la otra mano.

—Buenos días, doctor Navarro —respondió ella con una sonrisa cordial.

—¿Ya revisaron los planos del área de fisioterapia? El residente me dijo que estaban haciendo algunos ajustes.

—Sí, solo falta definir la iluminación y el tipo de piso —contestó Valentina, hojeando los papeles—. Pero puedo mostrarte los avances si quieres.

Navarro asintió, mirándola con atención.
—Claro. Me gustaría verlos.

La siguió hasta la pequeña oficina improvisada del área de remodelación. El espacio estaba lleno de planos, muestras de pintura y tazas medio vacías de café. Valentina colocó los documentos sobre la mesa, y Navarro se inclinó sobre ellos.

—Te organizas bien —comentó él después de unos segundos, sin levantar la vista—. Duarte tiene razón, el trabajo que haces es impecable.

Valentina lo miró sorprendida, sin saber bien cómo responder.
—Gracias… no sabía que Duarte hablaba de mí.

—A veces lo hace, aunque solo mencionaba a su amiga arquitecta, no sabía que eras tu realmente—dijo él, levantando la mirada. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios—. Pero creo que no dice todo lo que piensa.

El silencio que siguió fue casi imperceptible, pero suficiente para que Valentina sintiera el aire volverse más denso.
—A mi me parce que siempre esta hablando —dijo con una sonrisa recordando todas esas salidas con Elías Duarte, donde siempre sabía que decir.

Navarro sonrió con un gesto breve, casi imperceptible.
—Eso sí —admitió—. Duarte tiene una facilidad para llenar los silencios.
—Y tú no tanto —respondió Valentina con un tono suave, levantando la vista hacia él.

—Supongo que prefiero observar —dijo Navarro, apoyándose ligeramente en la mesa—. A veces se entiende más escuchando que hablando.

Valentina sostuvo su mirada por un segundo más del que pretendía. Había algo en la calma de Navarro, en la manera en que decía las cosas, que la descolocaba. No era el tipo de hombre que buscara llamar la atención, y tal vez por eso la tenía toda.

Ella desvió la mirada, fingiendo revisar los planos otra vez.
—Bueno, en eso tienes razón. Pero Duarte también tiene sus virtudes. Sabe hacer que todo parezca más… fácil.




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