Valentina y Elías se adentraron juntos en la cafetería. Estaba tranquila esa mañana, algo inusual, pero que resultaba casi terapéutico para ambos. Las tazas tintineaban de vez en cuando, el vapor del café ascendía en finas nubes, y el murmullo suave de un par de conversaciones lejanas envolvía el lugar en una calma que contrastaba con el torbellino interno de cada uno.
—Parece que todos decidieron dormir un poco más hoy —comentó Elías, sonriendo mientras elegían una mesa junto a la ventana.
Valentina asintió, aunque en su pecho aún persistía una ligera presión. No había dejado de pensar en la mirada de Navarro. No había sido acusadora… pero tampoco indiferente. Había algo allí que se negaba a soltarla.
—Necesitaba un día así —respondió, frotando el borde de la taza con los dedos—. Siento que he estado cargando demasiadas cosas.
Elías la observó con suavidad, apoyando los antebrazos sobre la mesa.
—¿Por Navarro? —preguntó, sin rodeos pero sin dureza.
Valentina exhaló, casi riéndose, aunque no era risa lo que emergía.
—Por todo. Él es solo… una parte del montón.
—Ya —murmuró él, como si eso bastara para entenderla, pero también como si supiera que no quería profundizar más.
Ella agradeció su discreción. A veces solo necesitaba un espacio donde no tuviera que explicar nada.
Elías tomó su taza y bebió un sorbo.
—Me gusta esta tranquilidad que tengo contigo, ¿sabes? —Habló Valentina después de unos momentos en silencio. —¿Cuánto tiempo llevamos saliendo? Casi un mes, ¿No?
Elías levantó la vista, sorprendido no por la pregunta, sino por la forma en que ella la formuló: despacio, casi como si buscara medir el peso real de esas palabras.
—Casi un mes —confirmó, dejando la taza en la mesa—. Un mes… raro, pero bonito.
Valentina sonrió con un gesto pequeño, casi tímido.
—Lo siento si he sido un caos —admitió—. No ha sido justo para ti.
—Valen —interrumpió él con gentileza, inclinándose un poco hacia adelante—. No tienes que disculparte por nada. Yo sabía que no estabas completamente… disponible. Y aun así quise estar.
Ella bajó la mirada, sintiendo ese nudo que mezclaba gratitud y culpa a partes iguales.
—Es que no sé en qué punto estamos —confesó, jugando con la cucharita del café—. Me gusta estar contigo, me siento tranquila… pero también siento que hay días en los que no estoy del todo presente.
Elías sonrió con ese gesto honesto que siempre la desarmaba.
—Lo sé. Y está bien. No me asusta la versión de ti que todavía está procesando cosas.
Valentina levantó la vista, sorprendida por su sinceridad.
Elías continuó:
—Nunca te pedí que te olvidaras de lo que pasó o de quien te duele. Solo… que me dejes estar mientras encuentras tu rumbo. No vine a reemplazar a nadie.
Sus palabras la tocaron más de lo que esperaba.
—Eres demasiado bueno conmigo —susurró.
—Quizás —aceptó él, encogiéndose de hombros—. O quizás solo me importas.
Valentina sintió el pecho apretarse, era una de esas sensaciones agradables que solía experimentar cuando leía una de esas novelas románticas.
El silencio que siguió no fue incómodo. Al contrario: tenía algo de esa calma que él decía disfrutar tanto, mientras tomaba su mano sobre la mesa.
—¿Este es el momento perfecto para otro de esos besos de telenovela o me estoy adelantando un poco? —Bromeo Valentina disfrutando de la sensación de sus manos unidas.
Elías soltó una risa leve, de esas que nacen más del cariño que de la burla. Acarició con el pulgar el dorso de su mano, sin apartar la mirada de ella.
—No sé… —respondió, inclinándose apenas, como si evaluara distancias invisibles—. Si tú lo dices así, suena a que quieres uno.
Valentina fingió pensarlo, aunque el rubor en sus mejillas ya la delataba.
—Tal vez sí —admitió con un gesto juguetón—. Tal vez solo estoy aprovechando que estamos solos.
—No estamos solos —susurró él, acercándose un poco más—. Pero podría olvidarlo si tú quieres.
Ella soltó una sonrisa suave, casi nerviosa, pero sin retirar la mano.
Elías se inclinó sobre la mesa, despacio, con esa delicadeza que ya parecía natural en él, y Valentina sintió su respiración mezclarse con la suya. La distancia entre ambos se volvió mínima, apenas un suspiro… hasta que algo cambió.
Una sombra se proyectó sobre la mesa.
No era grande. Ni dramática. Pero suficiente.
Valentina lo sintió antes de verlo.
Elías también, porque se detuvo a centímetros de sus labios.
Ella giró apenas el rostro, lo justo para confirmar lo que su pecho ya sabía.
Navarro había pasado junto a su mesa, rumbo a la barra. No se detuvo. No intentó interrumpir. Pero su mirada rozó la de Valentina en un instante fugaz —tan rápido que casi podría haberse imaginado—, solo que su corazón no se equivocaba así de fácil.