Valentina se quedó en silencio un momento, respirando hondo, como si necesitara reunir valor desde el fondo del pecho. Ignoró deliberadamente la presencia de Navarro detrás de ella, la forma en que parecía observar sin mirar, sentir sin acercarse.
En ese instante decidió algo que llevaba semanas aplazando: dejar de vivir en medio de dos sombras.
Quería avanzar y dejar de sentirse atrapada por un “¿y si…?” que no había tenido la valentía de enfrentar. Y la única forma de hacerlo era siendo honesta.
Valentina tomó la mano de Elías Duarte sobre la mesa. Él tensó los hombros al sentir su contacto, como si aún dudara de lo que ella estaba por decir.
Ella apretó suavemente obligándolo a verla.
—Es más fácil decirte la verdad que decírmela a mí —confesó, con un hilo de voz—. Pero de algo sí estoy segura… y es que me gustas.
Elías la miró como si acabara de escuchar algo que llevaba demasiado tiempo esperando en silencio. Su expresión cambió, suavizándose de golpe; sus ojos, que hacía unos minutos estaban llenos de dudas ahora se encendían con un brillo cálido y algo vulnerable.
—Valen… —susurró, inclinándose un poco hacia ella.
Pero antes de que pudiera decir algo más, ella continuó:
—No te voy a mentir. Todavía estoy aprendiendo a cerrar algunas heridas. Todavía hay cosas que me confunden, que se sienten… pesadas. Pero no quiero que eso te haga pensar que estoy aquí por presión o por costumbre. Estoy aquí porque quiero estar aquí contigo.
Elías respiró hondo, casi como si dejara ir un peso que no sabía que cargaba.
Su mano rodeó la de ella, entrelazando sus dedos con suavidad, sin prisa. Era un gesto simple, pero lleno de significado.
—Gracias por decirme esto —dijo él con una voz baja, honesta—. No sabes cuánto lo necesitaba.
Valentina sintió un pequeño alivio expandirse en su pecho. Un alivio tibio, casi esperanzador.
Por primera vez en semanas, la culpa no opacaba todo lo que sentía.
—Quiero que lo hagamos bien —añadió ella, con ese tono suave pero firme que solo usaba cuando estaba completamente segura de algo—. No quiero que pienses que estoy mirando hacia otro lado. No quiero quedarme atrapada ahí.
Justo entonces, Elías Duarte levantó la mano libre y rozó la mejilla de Valentina con el dorso de los dedos. No con intensidad, sino con una ternura que la dejó completamente quieta.
—Entonces hagámoslo bien —murmuró—. Lentamente, a tu ritmo. Pero… juntos.
Valentina asintió, sintiendo los ojos arder un poquito, pero de la manera buena.
—Juntos —repitió.
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El ruido de la cafetería, el aroma del café, el sol entrando por la ventana… todo se alineó de una manera tranquila y perfecta. La conversación cambio de rumbo, pero aún se sentía en el ambiente la tensión que quedó de ese instante.
—¿Qué harás esta tarde? —preguntó Valentina cuando estaban saliendo de la cafetería, pero esta vez no iban hacia la clínica.
—No mucho —respondió Elías Duarte mientras empujaba la puerta para que Valentina saliera primero—. Tenía pensado adelantar unos pendientes, pero… —hizo una pausa breve, ladeando la cabeza hacia ella— podría no hacerlo si tienes un plan mejor.
Valentina sonrió, pero no como antes. Esta vez había una ligereza nueva, algo que se había destrabado dentro de ella después de lo que acababan de decirse. El aire afuera era más fresco, y por un momento sintió que respiraba mejor.
—No tengo un plan exactamente —admitió—. Solo quería… caminar un rato. Despejarme. Estar contigo sin tanta prisa.
Las palabras salieron solas, sin filtros. Elías la miró como si ese gesto simple significara más que cualquier declaración elaborada.
—Eso suena bien —dijo él—. Mucho mejor que mis pendientes.
Empezaron a caminar por la acera, el sonido del tráfico leve acompañando sus pasos. Valentina sentía el calor de su mano todavía entre los dedos, aunque ya no la estuvieran sosteniendo. Era una sensación extraña… pero agradable.
Hablaron de cosas pequeñas: de la clínica, de un paciente curioso que Elías había atendido, del diseño del lobby que Valentina aún no sabía si quería cambiar. Nada profundo, nada que pesara. Era justo lo que necesitaban los dos: un rato de normalidad.
Pero mientras cruzaban la calle, Valentina sintió un cosquilleo detrás de la nuca. Esa sensación instintiva de ser observada.
No quería voltear.
No quería comprobarlo.
Pero lo hizo.
A unos metros, apoyado en la pared junto al ventanal de la cafetería, estaba Navarro. Hablaba con el ingeniero que lo acompañaba… pero no estaba escuchando. Su mirada estaba puesta en ella.
No había sorpresa en sus ojos, ni enojo. Solo una calma extraña, tensa, como quien acepta algo que no quería aceptar.
Elías Duarte siguió caminando, sin notar nada.
Valentina desvió la mirada enseguida, acelerando el paso para alcanzar a Duarte.
—¿Todo bien? —preguntó él al verla ponerse a su lado demasiado rápido.