Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 20

La semana había sido ajetreada, no solo en trabajo, sino en emociones también. Valentina se encontraba haciendo las modificaciones por quinta vez a un proyecto que estaba revisando con unos clientes y las cosas con los dos Elías se habían puesto tensas desde la cafetería.

—Hay que mover estos muros, y cambiar el área de lavado hacia el frente —explicaba el cliente por tercera vez, mientras señalaba el área en la pantalla de la sala de juntas.

—Carlos, ¿eso no sería volver a la primera propuesta? —Preguntó Valentina mientras señalaba los planos sobre la mesa —Lo puedo hacer sin ningún problema, pero hay que definir bien que es lo que desean para su casa, para no tener que hacer cambios antes de ejecutar la obra.

Carlos soltó un suspiro largo, como si la paciencia se le hubiera agotado a la misma velocidad que la tinta de los plumones que Valentina había usado toda la semana. Su esposa, sentada a su lado, cruzó los brazos y ladeó la cabeza.

—No queremos problemas durante la construcción —dijo Liz—. Solo queremos que la casa quede como la imaginamos.

Como la imaginamos… Valentina sonrió con diplomacia, aunque por dentro sentía cómo sus ideas se mezclaban con el cansancio, las dudas y el torbellino emocional que había intentado ignorar.

—Perfecto —respondió, respirando hondo—. Entonces retomaré la primera propuesta, ajustando los detalles de iluminación que mencionaron esta mañana. ¿Les parece?

Ambos asintieron, finalmente sincronizados después de una hora de contradicciones.

—Muy bien, entonces les enviaré el nuevo plano el lunes por la tarde —concluyó Valentina, cerrando su laptop antes de que se le escapara un suspiro de agotamiento.

—Perfecto, estamos atentos, te estaremos enviando también ya las ideas que tenemos para los cambios de la recamara principal como quedamos.

—Sí, estaré atenta —respondió ella con cortesía y amabilidad como siempre, aunque por dentro ya no quería lidiar con nada más.

Al quedarse sola en la sala de juntas, dejó caer la cabeza hacia atrás pensando en lo que pasaba. Cinco revisiones del mismo proyecto. Cinco veces y solo para volver a la primera…

Valentina soltó un suspiro y caminó hacia su oficina. Necesitaba música. Café. Aire. Un respiro entre tanto que estaba pasando.

Al abrir la puerta, se encontró con una sorpresa. Ahí estaba Elías Duarte, sentado en su silla, girándola suavemente como si estuviera decidiendo si invadir o no su espacio personal.

—¿No deberías estar trabajando a esta hora? —preguntó Valentina con una mezcla de sorpresa y… alivio. Un alivio peligroso mientras veía la hora en su reloj, apenas pasaba de las tres de la tarde.

—Salí antes —respondió él, levantándose—. Pensé que tal vez necesitabas esto.

Le extendió un vaso térmico.

Café.

De su cafetería favorita.

Valentina sintió un latido extraño en el pecho, sabía que no era adrenalina o confusión por su presencia inesperada, era algo suave que le gustaba, que la hacía sonreír como no lo había hecho desde hace tiempo.

—Gracias —dijo, tomándolo entre sus manos—. Ha sido un día largo.

—Lo noté en tu cara cuando estabas con los clientes —respondió él, apoyándose en el marco de la puerta—. Se escuchaba hasta afuera cómo respirabas para no perder la calma.

Ella rio, más relajada.

—¿Tanto así?

—Tanto así —dijo él, acercándose un poco—. ¿Quieres que te ayude a revisar? Puedo ver si hay algo que estés pasando por alto por cansancio, no soy arquitecto, pero puedo ayudar en algo.

Valentina abrió la boca para decir que no, que podía sola, que él tenía otras cosas que hacer… pero lo vio. Vio su mirada honesta y esa manera suave que tenía de ofrecerse sin invadir.

—Sí —respondió al fin con una sonrisa—. Me vendría bien tu ayuda.

Él sonrió. De esas sonrisas que parecen luz en una habitación cerrada.

—Entonces vamos a hacerlo.

Valentina asintió, pero mientras él rodeaba el escritorio para sentarse a su lado, su teléfono vibró.

Un mensaje.

De Elías Navarro.

“¿Podemos hablar? Solo un momento. Estoy afuera.”

Valentina sintió cómo el café caliente ya no era suficiente para equilibrar el frío que le bajó por la espalda.

Y cuando levantó la vista, encontró a Duarte mirándola, paciente, pero atento.

Como si ya supiera que el día, la semana, y su corazón entero estaban a punto de complicarse aún más.

—¿Todo bien? —preguntó él.

Valentina tragó saliva.

—Sí… —respondió, pero su voz la traicionó—. Es solo… algo que tengo que resolver. —Pero ella no estaba lista para resolver nada. —¿Me esperas aquí? No tardo más de cinco minutos.

Elías Duarte asintió, aunque en sus ojos se dibujó una pregunta que él no se atrevió a formular.

—Cinco minutos —repitió, casi como una promesa.

—Cinco minutos —confirmó Valentina, intentando sonreír.

Pero su pecho estaba apretado. Tomó aire, dejó el café sobre su escritorio y salió de la oficina con pasos que no tenían muy claro si huían o avanzaban.




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