Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 21

El aire dentro de la oficina se sentía distinto. O tal vez era ella. Tal vez todo lo que acababa de escuchar aún vibraba dentro de su pecho, ocupando más espacio del que estaba lista para manejar.

Duarte la observaba con una mezcla de preocupación y paciencia, una combinación que siempre la desarmaba un poco.

—Valen —repitió él con suavidad, acercándose un paso—. ¿De verdad estás bien?

Ella se sentó al borde de su escritorio, intentando que sus manos no delataran el temblor que todavía sentía.

—Solo fue una conversación inesperada—contestó dejando escapar un suspiro cansada.

Él no insistió, pero su mirada hablaba. Y Valentina lo sabía. Lo conocía ya lo suficiente como para comprender que estaba dándole espacio… pero también esperando, por si ella decidía decir algo más.

El silencio entre ellos duró apenas unos segundos, hasta que Valentina tomó su mano e hizo que se sentara en su silla frente a ella.

Duarte obedeció sin resistencia, dejándose guiar por la mano de Valentina. Se sentó frente a ella, sin apartar los ojos, atento a cada pequeño gesto que pudiera ayudarle a descifrar lo que no estaba diciendo.

Valentina cruzó los brazos un momento, luego los dejó caer a los lados, como si por fin aceptara que no podía seguir conteniendo todo.

—No me gusta mentirte —dijo por fin, con un hilo de voz sincero—. Pero tampoco sé cómo explicarte lo que siento ahora mismo… porque ni yo lo entiendo del todo.

Él apoyó los antebrazos en las piernas, inclinándose apenas hacia ella.

—Empieza por lo que sí sabes —sugirió con suavidad.

Valentina mordió su labio inferior, pensativa y agotada. Se pasó una mano por el cabello, respiró hondo para luego mirarlo fijamente.

—Necesito tiempo para asimilarlo y comprenderlo, pero no quiero que te vayas… y tampoco quiero lastimarte…

—Valen —dijo, apoyando una mano sobre la pierna de ella, apenas, con cuidado—. No tienes que demostrarme nada hoy. Ni aclararlo todo ahora. Yo no necesito competir con tu pasado. Solo quiero que seas honesta contigo… y conmigo.

Ella levantó la mirada. Ese gesto tan simple de él—su calma, su transparencia—la desarmaba.

—No quiero lastimarte —susurró.

—Lo sé —respondió él—. Pero el silencio duele más que la verdad.

Valentina sintió cómo se le aflojaba el pecho, como si esas palabras hubieran desbloqueado algo.

—No quiero confundirme —dijo, con un temblor leve en las pestañas—. Y tampoco quiero perder lo que hay entre nosotros.

Duarte se inclinó hacia ella, no para acorralarla, sino para que pudiera sentir que estaba ahí. Presente. Disponible. Real.

—No lo vas a perder —dijo con una seguridad tranquila, como si las palabras las hubiera decidido desde hacía tiempo—. Lo que estamos construyendo no depende de que tengas todas las respuestas hoy. No eres una decisión que se toma en un día, Valen. Y yo tampoco.

El aire entre ellos se volvió cálido, más suave, como si las tensiones se hubieran asentado por un momento.

Valentina bajó la mirada a donde él tenía su mano sobre su pierna. Era un contacto ligero, casi tímido… pero también firme. Como él.

—Eres tan diferente a todo lo que he vivido —admitió ella, dejando salir una sonrisa pequeña, vulnerable—. A veces no sé qué hacer contigo.

Él soltó una risa suave, esa que hacía que sus ojos se entornaran apenas.

—Solo déjame estar —susurró—. No te pido que me elijas hoy. Ni mañana. Solo… déjame estar contigo mientras decides.

El pecho de Valentina se apretó, no por angustia, sino por algo más profundo. Algo que dolía un poco porque era real.

—Y… ¿si te digo que estás haciendo que me enamore de ti? ¿qué harías? —pregunto Valentina sonrojándose como si fuese una adolescente.

Duarte se quedó quieto.

No sorprendido… sino detenido, como si cada fibra de su cuerpo hubiera prestado atención a esas palabras. Lentamente, sus dedos, aún entrelazados con los de ella, apretaron con más intención. No fuerte. Solo… más cierto.

—Valen —dijo su nombre como si lo saboreara, como si necesitara asegurarse de que lo había escuchado bien—. ¿Eso es lo que sientes?

Ella bajó la mirada por un segundo, pero él llevó una mano a su barbilla y la levantó con la suavidad de quien sostiene algo frágil pero precioso.

—No quiero que te sientas presionado por lo que acabo de decir… —murmuró ella, con el corazón desbocado—. Solo… salió.

Él sonrió. No como alguien que recibe un halago inesperado. No como alguien que se infla de ego. Sino como alguien que acaba de escuchar algo que llevaba mucho tiempo deseando, pero sin atreverse a pedir.

—Si me dices que te estoy haciendo enamorarte de mí… —comenzó él, acercándose apenas unos centímetros, lo suficiente para que ella sintiera su respiración— …lo que haría es cuidarlo.

Valentina parpadeó, sorprendida.

—¿Cuidarlo?

—Sí —susurró—. No empujarlo. No apurarlo. No usarlo en tu contra. Lo cuidaría. Porque algo así… —su pulgar acarició el dorso de su mano— …no se toma a la ligera. Y menos contigo.




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