Lo Que Hay entre líneas

Capítulo 22

Todo parecía estar en orden como cada instante que pasaban juntos, como si fuesen el uno para el otro, pero todo lo bueno no podría durar tanto.

—¡Valentina, necesito las autorizaciones firmadas de la torre tres! —La voz de Natalia entro antes que ella a la oficina, causándoles un susto a ambos.

Valentina dio un pequeño salto y se separó de Duarte como si la hubieran atrapado robando el último pedazo de pastel. Él solo sonrió, divertido, mientras ella intentaba recomponer su postura y fingir absoluta profesionalidad… con las mejillas aún rosadas por el beso reciente.

—Ya las llevo, Nat —respondió Valentina, agradeciendo internamente que su voz sonara más firme de lo que se sentía.

Natalia, sin embargo, se quedó viéndolos a ambos con los ojos entrecerrados, como quien junta piezas de un rompecabezas que no sabía que estaba armando.

—Ajá… —murmuró, alzando una ceja—. ¿Interrumpo algo?

—No

—Sí —contestaron los dos al mismo tiempo.

El silencio que siguió fue tan abrupto que Valentina sintió cómo el alma se le quería salir por la boca.

Natalia los miró con una lentitud casi dramática, primero a uno, luego al otro, como si estuviera decidiendo si reírse, regañarlos o pedir palomitas para ver cómo se desenvolvía el caos.

—Bueno… —dijo al final, cruzándose de brazos—. ¿En qué quedamos? ¿“No”? ¿“Sí”? ¿O en “estamos fingiendo que no pasó nada pero claramente pasó algo”?

Duarte se acomodó la camisa con toda la tranquilidad del mundo, como si no acabara de ser descubierto en un momento íntimo, y respondió con su calma característica:

—Nada grave. Solo estábamos… hablando.

Valentina quería hundirse bajo el escritorio.

—Hablando —repitió Natalia, sin cambiar su expresión. Luego, alzando ligeramente una ceja—. ¿Y las mejillas rojas son parte de la conversación o vienen incluidas en el paquete premium?

—¡Natalia! —protestó Valentina, llevándose una mano a la cara.

—Ay, ya —respondió ella, soltando una risa ligera y traviesa

Tomó los documentos que Valentina le extendía y se dio media vuelta, pero antes de cruzar la puerta, lanzó una última frase que dejó a Valentina deseando otra vida, otro planeta, otra dimensión:

—Y si van a seguirse viendo con esa cara de “nos acabamos de besar”, les recomiendo cerrar la puerta. Mucho más cómodo para todos.

La puerta se cerró.

Valentina inhaló… exhaló… y se dejó caer en el sofá al lado, cubriéndose la cara con ambas manos.

Duarte apoyó un codo en el escritorio y la miró con una expresión que era mitad burla cariñosa, mitad adoración suave.

—Bueno… —dijo él—. Eso salió… bien.

Valentina lo fulminó con la mirada, pero no pudo ocultar la sonrisa que le tembló en los labios.

—En mi defensa, fuiste tú la que dijo que si interrumpía, no yo —respondió Elías con una sonrisa, y eso solo empeoró todo… para bien.

Valentina bajó las manos lentamente, dejando ver sus mejillas encendidas.

—A ver, técnicamente me interrumpió a mí —corrigió ella—, no a lo otro.

Duarte arqueó una ceja, disfrutando demasiado del caos que había dejado Natalia detrás de sí.

—¿“Lo otro”? —repitió, acercándose un paso, apenas lo suficiente para que la habitación volviera a encogerse—. ¿Así le vamos a llamar ahora?

—¿Quieres que lo pongamos en un contrato? —murmuró ella, cruzándose de brazos para fingir compostura mientras él se acercaba con esa calma que la desarmaba.

Elías soltó una risa suave y se sentó en el borde del escritorio, con los dedos entrelazados, inclinándose ligeramente hacia ella.

—Podríamos llamarlo… —sus ojos brillaron, como si eligiera cada palabra con intención— ¿Noviazgo? ¿saliendo? Depende si queremos algo formal o informal…

Valentina sintió un calor familiar subirle por el pecho. Él era así: directo, sereno, sin miedo a lo que sentía. Y eso la movía más de lo que quería admitir en voz alta.

—Que considerado y oportuno de tu parte —respondió ella en un intento de recuperar ventaja.

—Es que me inspiras —dijo él, sin pizca de vergüenza.

Valentina rodó los ojos, pero la sonrisa ya estaba ahí, suave y traicionera.

—Duarte…

—¿Hmm?

—Prométeme algo.

Él se inclinó un poco más, serio de repente.

—Lo que quieras.

—Que si Natalia vuelve a entrar así, te vas a sentar lejos de mí. No quiero otro ataque cardiaco.

Él soltó una carcajada tan genuina que a Valentina se le aflojó el alma.

—Prometo intentarlo —dijo—, pero no prometo lograrlo. Tienes un efecto terrible en mi autocontrol.

Ella se cubrió la cara nuevamente.

Él sonrió, se inclinó para rozar su frente con un beso suave—cortito, discreto, como si cuidara el momento—y añadió:




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