«Yo no te buscaba y de la nada apareciste, para reparar algo que nunca rompiste»
Valentina y Elías se encontraban en el pequeño departamento de Valentina, el bullicio del centro de la ciudad a esa hora era apenas audible, los dos estaban viendo una película en la pantalla del IPad de Valentina, que generalmente llevaba a obra, pero esa noche venía muy bien mientras estaban en la pequeña terraza.
—¿Vas a ponerle atención a la película o vas a seguir agregando canciones a nuestra Playlist? —Preguntó Valentina con una sonrisa, escuchando la canción que le estaba mostrando Elías.
—Las dos cosas —respondió Elías con una sonrisa después de dejar un corto beso en su sien.
El aire fresco de la noche rozaba la piel de Valentina, y entre la manta que compartían y la presencia cálida de Elías a su lado, el mundo parecía… simple. De una manera que pocas veces lo había sido para ella.
La canción que él había agregado sonaba suave de fondo, envolviéndolos en una vibra tranquila, como si el universo conspirara para sostener ese pequeño momento perfecto.
—No entiendo cómo puedes hacer dos cosas a la vez —dijo Valentina, apoyando la cabeza en su hombro—. Yo me distraigo con nada.
—No es “nada” —la corrigió él suavemente—. Es que estás aquí.
Ella levantó la vista, medio desconfiada, medio enternecida.
—¿Y eso qué tiene que ver?
Elías deslizó el dedo por la pantalla sin mirar, agregando otra canción más. Luego giró el rostro hacia ella, rozando su nariz con la de Valentina de forma juguetonamente inesperada.
—Que contigo se me olvida el resto del mundo —susurró.
Valentina sintió ese golpe cálido en el pecho, ese que ya empezaba a reconocer como parte de él, de lo que le provocaba, de lo que crecía entre los dos como algo inevitable.
—Estás muy cursi hoy —bromeó, aunque la sonrisa no le cabía en la cara.
—¿Te molesta?
—No —dijo sincera—. Creo que me gusta demasiado.
Él sonrió como si acabara de ganar algo importante, como si esa confesión fuera un premio que llevaba esperando desde que se conocieron. Pasó su brazo por encima de los hombros de Valentina, acomodándola más cerca, hasta que las rodillas de ambos casi se tocaban bajo la manta.
—¿Entonces puedo seguir? —preguntó con un tono divertido—. ¿O quieres poner pausa a mis encantos?
—Tus encantos ya son imposibles de pausar —admitió ella, dándole un pequeño golpe en el pecho con la punta de los dedos.
Él la atrapó suavemente de la mano antes de que pudiera retirarla.
—Valen…
Ella lo miró, sintiendo cómo el ambiente cambiaba. No era tensión. No era ansiedad. Era algo más profundo, como si cada palabra que habían evitado desde hacía semanas ahora quisiera salir.
—¿Qué pasa? —murmuró.
Elías tomó aire, pero no la soltó.
—Solo… gracias por dejarme estar aquí. Por dejarme entrar a tu mundo. Sé que no es fácil para ti.
Valentina tragó saliva, sintiendo ese nudo dulce y doloroso que aparecía cada vez que él hablaba con esa transparencia que no sabía cómo manejar.
—No lo haces difícil… —susurró—. Lo haces más seguro.
Los ojos de él brillaron apenas, un gesto sutil pero suficiente para que a ella se le encogiera todo el cuerpo de la emoción.
—Lo que quiero —continuó Elías con calma— es que este lugar… tu depa, tu vida… nunca se sienta invadida por mí. Solo compartida contigo.
Ella apoyó la frente en su hombro, ocultando el rubor y la vulnerabilidad en un gesto que él entendió sin preguntar nada.
—A veces creo que llegaste exactamente cuándo necesitaba a alguien… y eso me asusta un poco —admitió ella.
Él dejó un beso suave en la coronilla, un gesto que la derritió por completo.
—No tienes que tener miedo de mí —susurró contra su cabello—. Yo no vine a romper nada.
Valentina cerró los ojos, dejando que sus palabras la envolvieran.
—Lo sé —murmuró—. Y quizá por eso me estás arreglando más de lo que imaginas.
Elías dejó la Playlist a un lado, apagó la pantalla, y cuando volvió a mirarla, había una sola intención en su mirada: quedarse.
—Ven aquí —dijo con voz baja.
Ella se acomodó en su pecho, y él la abrazó fuerte, como si toda la ciudad pudiera desaparecer bajo ellos. La película seguía corriendo, olvidada, mientras el mundo se reducía al sonido de su respiración compartida.
—¿Crees que este es un momento perfecto e inolvidable? —pregunto Elías rompiendo ese silencio cómodo que los rodeaba.
—Sí, se me hace que es lindo y perfecto —contestó Valentina levantando la mirada para encontrarse con la de él.
—¿Entonces puedo hacerte una pregunta?
—Claro, pregunta lo que quieras.
—¿Puedo ser tu novio?
El silencio no se rompió: se transformó.