Lo que juramos en secreto

Coronas al equipaje

Xavier

Las maletas nunca mienten, siempre dicen más de una persona que cualquier discurso o protocolo. Y ahí estaba yo, de pie sobre la alfombra persa de mi habitación, rodeado de ropa doblada. Mis dedos se cerraron sobre la cremallera de la maleta más grande y una sonrisa se me dibujo en el rostro.

—Esto es ridículo —Murmuré, hablando conmigo mismo.

Todo esto solo para irme un año a ningún lugar.... ¿Y la gente se atreve a llamarlo "preparación para el deber"?

El sol entraba por los altos ventanales, iluminando con un brillo cálido los muebles antiguos.

La habitación tenía ese aire de "encierro", tapices que contaban historias de reyes que parecían más personajes de leyendas que personas de carne y hueso, también estatuas diminutas que me miraban con pena cada que vez que pasaba junto a ellas. Para cualquiera esta sería una habitación soñada, para mí es una jaula dorada o mejor dicho una cárcel V.I.P.

Tiré una camisa dentro de la maleta, sin ningún cuidado, dejando arrugas que de seguro mi madre odiaría. Me acomodé sobre la cama y solté un suspiro largo, uno de esos que mi madre llamaba "Impropios de un heredero".

Que ironía, príncipe de un país que adoraba las apariencias y lo único que yo quería era desaparecer.

Mi mirada se desvío hacia la ventana. Afuera, los jardines parecían salidos de un cuadro, los rosales perfectamente podados, las fuentes en calma, el cielo azul sin una sola nube, Todo tan perfectamente calculado.

—Ni el clima se atreve a ser tan espontáneo —Dije con una sonrisa amarga.

Coronación y matrimonio, la palabra sonaba como una cadena en mi cabeza. El pueblo, mis padres, lo habían dicho tantas veces "Serás rey pronto, debes casarte con alguien adecuado, mantener la imagen y cumplir con las tradiciones." Cada vez que lo escuchaba, me daban ganas de reírme y de llorar al mismo tiempo.

En la esquina de la habitación, un retrato enorme me observaba, mi padre con un gesto imponente, mi madre radiante y yo, con apenas dieciocho años, sosteniendo la espada ceremonial, "El futuro rey", que bonito sonaba eso hasta que uno lo vivía.

Tic Tac, el reloj marcaba las 10:00, faltaban tres horas para que tomara el avión.

Una voz golpeó la puerta, suave pero firme.

—Xavier, ¿Puedo pasar? —era mi madre

Cerré los ojos un segundo. Podría fingir que no estaba, pero las mentiras nunca me duraban demasiado en esa casa.

—Adelante, madre— Respondí con mi tono más educado, el mismo que usaba en cenas diplomáticas.

La reina Eleanor entro con elegancia. Su perfume lleno la habitación antes que su voz. Siempre llevaba un aire de calma que me irritaba, sobre todo cuando me sentía de todo menos calmado.

—¿Ya estás empacando? —Pregunto, aunque la respuesta era obvia.

—Estoy practicando para mí nueva vida como plebeyo— Replique lanzándole una sonrisa ladeada.

—Xavier...— Su tono fue una advertencia disfrazada de cariño—Esto no es un juego.

—Tampoco lo es pasar la vida firmando decretos que no entiendo ni fingiendo que me importa el color de los tapices del Salón Dorado.

La mirada de mi madre me atravesó por unos segundos, con esa mezcla de paciencia y tristeza que solo una madre podía sostener.

—Tu padre no aprobará esto.

—Eso ya lo sé —Repliqué cerrando una maleta con un golpe seco— Pero tampoco le estoy pidiendo permiso.

La puerta volvió a sonar, pero está vez más fuerte. El sonido de los pasos basto para que me enderezará.

Mi padre no necesitaba anunciarse, el aire simplemente se volvía más denso cuando entraba.

—Veo que los rumores eran ciertos —Dijo el rey Alaric con la voz profunda y sin rastro de duda— Te vas

Giré apenas el rostro sin molestarme en fingir sorpresa, al contrario, solo solté un comentario un poco sarcástico.

—Que rápido viajan las noticias en este palacio

—No te atrevas a usar ese tono conmigo

—¿Cuál? ¿El de alguien que ya no tiene seis años?

El rey frunció el ceño, su presencia llenaba la habitación como un trueno contenido.

—Eres el futuro de este reino, Xavier. No puedes simplemente empacar y desaparecer.

—¿Desaparecer? —Reí sin humor— Estoy hablando de un viaje, no de un golpe de Estado.

Mi madre nos miraba a ambos, con esa mirada que busca calmar lo inevitable, pero yo ya estaba molesto.

—Sabes que es lo que más me irrita? —Dije alzando la voz solo lo suficiente para romper la tensión contenida— Que actúen como si fuera un niño caprichoso que necesita supervisión. Tengo veintitrés años, padre. Ya puedo decidir cuándo necesito respirar.

El rey se cruzó de brazos

—No entiendes lo que está en juego

—Oh, lo entiendo perfectamente. Entiendo que debo ser el rostro amable del reino, la voz moderada, el hijo ejemplar. Entiendo que tengo que casarme con una desconocida porque "La tradición lo dicta". Entiendo tanto que me dan ganas de vomitar.

Mamá dio un paso adelante interrumpiendo a mi padre.

—Xavier....

—No madre. Déjalo decirlo, quiero escucharlo. Quiero oír, una vez más, como mi deber vale más que mi vida

El silencio cayó como un golpe. Solo el tic tac del reloj llenaba el cuarto, el rey se acercó, cada palabra medida, cada gesto frío.

—Esto no es una elección, hijo. Serás rey y un rey no huye.

Apreté la mandíbula

—No estoy huyendo. Estoy escapando...aunque sea por un año.

La reina suspiro, con la voz cargada de cansancio.

—No puedes posponer tu destino así por qué así. Hay compromisos, alianzas y responsabilidades.

—Y todas esas responsabilidades parecen tener mi nombre, pero nunca mi decisión —Mi voz se quebró apenas un poco— ¿Alguna vez me han preguntado si quiero ser rey?

Mi madre bajo la mirada. mi padre, en cambio, no se inmutó.

—El deber no se elige, se cumple.

Sentí el calor subirme al rostro

—Y por eso me voy., porque estoy harto de cumplir lo que todos esperan menos yo, porque necesito saber quién soy sin una corona sobre la cabeza.




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