Tres días después de la llegada de mis nuevos vecinos, el edificio había vuelto a su rutina normal, el ruido lejano de una licuadora a las siete de la mañana, el perro del segundo piso ladrando como si cobrará por ladrido, y yo, intentando parecer una adulta funcional mientras llevaba una bolsa de basura en una mano y mi celular en la otra.
Mira qué responsable, tirando la basura un jueves como si tu vida tuviera orden.
Lo tiene, más o menos.
Eran casi las seis, una hora peligrosa en la que los humanos deciden que ya es momento de socializar, tomar café y fingir entusiasmo por la vida. Yo no era uno de ellos.
Nunca me gustó el café. Ni su olor, ni su sabor, ni la manera en que la gente lo trataba como si fuera oxígeno líquido.
Prefería mi vaso de leche con chocolate y mi playlist de Olivia Rodrigo. No necesitaba más.
Sin embargo, aquí estás, despeinada, con un pants viejo y una bolsa que gotea sospechosamente.
Shhh la estética de chica misteriosa incluye basura.
Empuje la puerta del contenedor con el pie y lance la bolsa dentro.
Mis audífonos reproducían "Brutal" en bajo volumen y el pasillo estaba tan tranquilo que podía escuchar el zumbido leve del elevador bajando.
Fue entonces cuando lo ví.
El hombre mayor del departamento nuevo estaba ahí, sosteniendo un vaso de café que probablemente había comprado en la panadería de enfrente. El hombre miraba hacia las escaleras con ese aire pensativo que tienen los que han vivido demasiado y ya no se asustan por nada.
Su cabello tenía algunas canas elegantes no de esas que envejecen, si no de las que parecen contar historias, tenía los ojos grises, cansados pero gentiles y por alguna razón, me recordó a mi abuelo.
—Buenos días —dijo el con una sonrisa leve, como si temiera interrumpirme
—Buenos días —Respondí moviendo mis audífonos de diadema para que cayeran en mis hombros.
—Tu eres la vecina de a lado, ¿verdad? —pregunto, señalando el pasillo con el vaso en la mano.
Asentí
—Si, justo. Marlowe Rosier.
No sabía por qué di mi nombre completo, pero ya estaba hecho.
Él sonrió
—Ben Sullivan. Encantado.
No te rías, ya sé que te recuerda a Monster inc
Nos estrechamos la mano. Su apretón fue firme, cálido, el tipo de saludo que transmite calma. Era raro, por qué no me sentí incómoda. A veces las conversaciones con extraños te hacen querer huir, está no.
—¿Te acostumbras al edificio? —preguntó mientras daba un sorbo a su café.
—Si, bueno. A veces parece más un zoológico que un edificio, pero tiene su encanto.
Ben soltó una risa suave
—Pienso lo mismo, siempre hay alguien corriendo o un gato escapándose por las escaleras.
—Ese gato probablemente es mío —Dije sin pensarlo, riendo— Mantecada, naranja de diferentes tonos, actitud de celebridad y cero respetos por la autoridad.
Cómo su dueña, básicamente.
Ben sonrió, mirando hacia el suelo.
—Tu gato tiene un nombre interesante.
—Fue idea de mi hermano. Dijo que parecía una mantecada con ese color. Lo acepte porque...bueno, tenía razón.
El río otra vez, y esa risa me hizo sentir cómoda. No forzada. Natural.
—¿Estudias o trabajas, Marlowe? —Pregunto después de un silencio breve.
No le contestes, solo quiere saber para secuestrarte.
—Ambas, estudio diseño en marketing y trabajo los fines de semana en una agencia. Es mi manera de pagar mis cosas.
Te dije que no le contestarás, si te secuestran no quiero quejas después.
Ben asintió despacio.
—Eso habla bien de ti. No muchos a tu edad se toman enserio la independencia.
Responsabilidad nivel adulto joven funcional.
Aunque igual te quejas cuando ves tu cuenta bancaria.
—Me gusta poder ganar dinero por mí misma —admití— Pero también lo hago porque si no, tendría que volver a casa de mis padres, y ya no tengo edad para explicarles por qué duermo hasta medio día y desayuno galletas.
Eso lo hizo reír de nuevo, pero después su expresión se suavizo, volviéndose más nostálgica.
—Sabes...me recuerdas a mi hija —dijo, mirando el borde de su taza— Ella tiene unos treinta ya, vive lejos, pero cuando era joven también hablaba con esa mezcla de sarcasmo y sinceridad.
Me quedé callada un segundo, sorprendida por la ternura de su tono.
—¿En serio? —pregunté, sonriendo con curiosidad— ¿Y también tenía un gato caprichoso?
Ben negó con la cabeza sonriendo
—No, pero tenía un perro que mordía los cojines y odiaba al cartero. La misma energía.
Pues, es un buen tipo.
—Hace mucho llegaron al edificio? —Pregunte, cambiando de tema suavemente.
Los viste el día de lobby, ¿ahora tienes Alzheimer?
—Tres días —Confirmó— Me mudé con mis casi sobrinos, Christian y Xavier. Son buenos muchachos, aunque un poco...intensos.
—¿Intensos en plan "Coleccionan cráneos" o "Odian los lunes"?
Ben soltó una carcajada genuina
—Depende del día
Y creo que vio mi cara de terror por qué se apresuró a añadir
—No, no, nada de eso. Solo que ambos tienen bastante estrés encima y no siempre saben relajarse.
—Bueno, al menos no hacen ruido —dije— Mi anterior vecina parecía practicar exorcismos a medianoche.
Ben levanto las cejas.
—Eso suena...interesante.
—No lo era —aseguré— Por suerte, se mudó y ahora los tengo a ustedes, vecinos normales —Hice una pausa— Espero.
Ben rio bajo
—Te aseguro que sí. Y si alguna vez hacen demasiado ruido, puedes reclamarme a mí.
—Lo tendré en cuenta —respondí, sonriendo con cortesía.
Hubo un silencio cómodo. De esos que no pesan, que se sienten como un descanso en medio del ruido del mundo.
El miró el reloj en su muñeca.
—Bueno, no te quito más tiempo, Marlowe. Me alegra haberte conocido.
—Fue un gusto Ben —dije mientras me despedía con una sonrisa— Y, por si acaso, si escuchas a un gato gritar a las tres de la mañana, no es un fantasma. Es Mantecada exigiendo su segunda cena.