Lo que las apariencias esconden

I

Estaba decidido, no lo permitiría jamás. Era una cruz con la que no iba a cargar, había sido testigo de la deshonra que trajo consigo a mi hermana y del dolor que había generado en mi hermano, y no, no permitiría que jugara conmigo también. Ahora yo era el ejemplo a seguir de mis dos hermanas menores, era la única que velaría por nuestro apellido y en definitiva eso es lo que me había hecho salir de mi realidad.

Toda mi vida había dado por sentado que las responsabilidades recaerían sobre mis hermanos mayores. Gloria debía ser ejemplo, debía ser orgullo para nuestro apellido, mostrar nuestra pureza y nuestra honra… y Beorn, Beorn debía luchar ante la injusticia, defender a nuestra familia y traernos honor, Sin embargo, ambos habías hecho lo opuesto. Por sus actos nuestro apellido, antes apenas nombrado, pero siempre respetado, estaba ahora en boca de todos. Éramos la comidilla de una sociedad que no perdonaba, y yo el centro de una familia que debía y merecía ser restaurada.

Sabía que mis padres no moverían un dedo, a ellos no les interesaba lo más mínimo lo que la sociedad pensara de nosotros, apenas si iban una vez cada mil a Londres, y yo… yo siempre había sido igual a ello, hasta ahora. Ahora que ya no era yo el centro de murmuraciones y reproches, sino que lo era nuestro apellido, me había visto en la obligación de ocupado mi lugar. Hacia menos de un año yo era el admiréis de nuestras amistades, una muchacha que deambulaba por su casa vestida como hombre, que disfrutaba de la ciencia y que seguía a su hermano hasta el fin del mundo si era necesario… lo que me había llevado a propinar demasiados golpes a algunos hombre que no merecían el sobrenombre de caballeros. Eso ya era pasado. Mi vida y final feliz desaparecieron cuando sobre mis hombros cayó la responsabilidad de restaurar la reputación de mi familia.

Miré una vez más por la ventanilla y contemplé un pequeño punto en el horizonte, mi hogar estaba tan lejos que se camuflaba ya entre las montañas. Echaría de menos todo aquello, la libertad, el campo, el aire… y a mis dos adoradas hermanas pequeñas, pero la decisión ya estaba tomada. En un par de días llegaría a la mansión del verdadero Señor Sant, el hermano mayor de mi padre y heredero. Él se había casado con la hija de unos duques, y ahora no solo era un hombre influyente, a pesar de no poseer un gran título, sino que además,  había amasado una gran fortuna.

Sabía que mi tío era mi mejor baza, por su casa circulaban todo tipo de caballeros debido a sus amplios negocios y además era el hombre más bueno que jamás había conocido. Él nunca imaginaría las intenciones, o las razones por las que yo acudía a su hogar, aunque a decir verdad, todo el mundo hacía lo mismo que yo pretendía hacer, solo que quizás no apuntarían tan alto.




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