"Porque no fui engendrado… fui diseñado en la penumbra de un error, alimentado por el silencio, moldeado por manos que jamás supieron acariciar. No tengo nombre, solo cicatrices que me responden cuando me llaman. Soy el eco de una historia que nadie quiso escribir, la sombra de un niño que jamás debió abrir los ojos… y aun así, aquí estoy: respirando, maldiciendo, sobreviviendo, como una mentira tan bien contada que se convirtió en verdad."
.
.
.
.
Eran las diez de la mañana cuando el silencio en la habitación se vio interrumpido por el zumbido sutil de un celular oculto. No era el dispositivo habitual —ese yacía sobre la mesita de noche, apagado, inofensivo—, sino uno distinto, más antiguo, delgado y discreto. Dormía en el fondo de un cajón bajo llave, como un fantasma del pasado destinado a manifestarse solo en momentos precisos.
Él se incorporó lentamente desde la cama, el cabello revuelto, el torso desnudo, el cuerpo aún marcado por las cicatrices de batallas pasadas que nadie conocía. Caminó descalzo hasta el cajón, lo abrió sin apuro, como si hubiera estado esperando esa llamada.
Respondió sin siquiera mirar la pantalla.
—Ya era hora —murmuró, sin emoción, como si su voz cargara el peso de demasiadas verdades no dichas.
La voz de una mujer cruzó la línea con la sutileza de un cuchillo deslizándose bajo la piel. Su tono era suave, pero en cada palabra se percibía una amenaza implícita, como si su dulzura estuviera a punto de envenenar.
—Me he enterado de las noticias… alguien te vio. Me dijeron que por fin estás cumpliendo con el pedido que se te hizo.
Él se pasó una mano por el rostro con fastidio, suspirando hondo. Sus ojos brillaron con una furia contenida.
—Te dije que odio que me espien —espetó—. Si descubro quién fue tu informante, lo mato. Te lo juro por todo lo que aún me queda.
—Necesitamos saber que estás haciendo las cosas bien —replicó ella con frialdad—. Por eso te tengo vigilado. Dime, querido… si tan fácil era este trabajo, ¡¿por qué mierda tardaste tanto?!
El silencio que siguió fue breve, pero tenso, como si el aire mismo se hubiera llenado de electricidad.
—A mí no me grites —dijo él con la voz baja y peligrosa—. O te juro que me va a valer mierda todo esto, y te corto la lengua. Y tú sabes bien que cuando amenazo… no es teatro. En cuanto a tu pregunta, si no hubieran cometido esa estupidez, lo habría hecho desde el principio. Así que ahórrate tus sermones. Estoy harto de tus juegos.
Ella no se inmutó. O al menos, no lo demostró.
—Eso ya no importa —replicó, recomponiendo su tono manipulador como una máscara que se ajusta con elegancia—. Lo relevante es que estás exactamente donde jamás imaginé que terminarías. Pensé que te acercarías desde afuera, lentamente… pero no. Entraste directo al centro. Al ojo de la tormenta.
Él se asomó a la ventana para observar el paisaje que se extendía frente a sus ojos.
—A veces —susurró—, para sobrevivir a la tormenta… hay que convertirse en parte de ella.
Ella soltó una risa suave, una risa que no llegó a tocar sus ojos, como si ya hubiera escuchado esa frase antes, en labios de alguien que no vivió para repetirla.
—¿Y estás listo para eso?
—Lo estuve desde el primer día —respondió con dureza—. Pero tú ya lo sabes, ¿no es así?
A kilómetros de distancia, la mujer sostenía su celular entre los dedos cubiertos por guantes negros de encaje. Estaba sentada junto a un ventanal alto, desde el cual se veía una ciudad bañada por la lluvia. Parecía tranquila, casi inofensiva, pero sus ojos eran de hielo, su mente un laberinto sin salidas.
—Solo recuerda algo —añadió en un susurro venenoso—: si fallas… él te mata. Sin dudar. Sin escuchar excusas.
La carcajada que escuchó por el auricular fue tan arrogante como cruel.
—Tus amenazas me valen un kilo de mierda —replicó con burla despectiva—. ¿Crees que alguien como yo puede ser eliminado tan fácilmente? Antes de que cualquiera se acerque a mí, yo ya jale el gatillo. Y no me tiembla. Nunca me ha temblado. Me da igual quién sea.
—Te estás creyendo demasiado —dijo ella con frialdad—. Estás tan cómodo en esa máscara que olvidaste algo muy simple: no eres más que un peón. Un simple peón en el juego de ajedrez de alguien mucho más poderoso que tú.
Él sonrió con desprecio.
—¿Y tú qué eres? ¿La reina sacrificable? ¿El alfil obediente? No me hagas reír. Eres solo una sirviente más. Una pieza útil… pero prescindible. Y si sigues hablándome así, terminarás tres metros bajo tierra. Yo no juego con la comida, y tú estás a nada de convertirme en caníbal.
—No me amenaces —advirtió ella con voz firme—. Acércate a mí y te mostraré de qué estoy hecha. No soy como las demás.
—Oh, créeme —rió él con una oscuridad peligrosa—, nadie es como las demás, hasta que termina chillando como todas las que han muerto por mi mano. Para convertirme en quien soy, maté a inocentes, culpables, traidores, amigos. Y lo hice sin pestañear. Si alguien sabe desaparecer cuerpos sin dejar rastro… soy yo. Así que baja el tono antes de que termines siendo otra sombra en mi lista.
El silencio volvió. Un silencio frío, tenso. Hasta que ella respondió, con voz más baja, pero cargada de una amenaza latente:
—Tengo lo suficiente para detenerte. Sé cosas de ti que nadie más sabe, Owen.
Él se quedó quieto. No porque le creyera, sino por diversión. Luego, murmuró con una sonrisa que no alcanzó sus ojos:
—¿De verdad crees que sabes todo de mí? Si así fuera… sabrías que ese no es mi verdadero nombre. Ni siquiera lo busques, porque no lo encontrarás. He cambiado tantas veces de identidad que ya ni yo sé cuál fue la primera, Me lo arrebataron antes de aprender a hablar. Me lo cambiaron tantas veces que hasta los registros se rindieron.
#2692 en Novela romántica
mafia accion dinero narcotrafico droga, amor celos, muerte dark romance y diferencia de edad
Editado: 05.05.2025