Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 37: Patéticamente Normal.

○● Narrador Omnisciente ●○

.
.
.

La habitación estaba sumida en un silencio abrumador, denso, casi irrespirable. Hasta que el sonido del celular al caer al suelo lo quebró. Un golpe seco, metálico, que rebotó entre las paredes como un disparo sordo. El eco pareció abrir más el abismo que acababa de formarse frente a ella, como si quisiera absorberlo todo: el aire, la luz, su aliento… su esperanza.

Alison no se movió.

Ni siquiera parpadeó.

Solo sintió cómo algo dentro de ella se resquebrajaba, con una lentitud agónica, como si una grieta invisible se abriera desde el centro de su pecho hasta lo más profundo de su alma, robándole el aliento.

—No puede ser. No otra vez… —susurró con una voz apenas audible, temblorosa, quebrada—. E-es mentira… ¿verdad?

No hablaba para nadie más que para sí misma, como si al decirlo en voz alta pudiera negar la realidad, como si sus palabras tuvieran el poder de borrar las imágenes que acababa de ver. Pero no lo hacían.

Las fotos seguían ahí.

Fotos tomadas con saña. No eran simples capturas. Eran dagas visuales, diseñadas para herir, para desarmarla. Para destruirla desde adentro.

En una, Alexander dormía plácidamente en una cama desconocida, con una mujer abrazándolo como si le perteneciera. En otra… peor aún, se estaban besando. En una cama....

En esa cama que no era la suya y con una mujer que no era ella.

Fue entonces que sus piernas ya no la sostuvieron.

Se dejó caer sobre la orilla de la cama como si su cuerpo no le respondiera, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo por unos segundos. Sus manos temblaban, al igual que su barbilla, y de pronto, las lágrimas cayeron. Silenciosas al principio, luego como una tormenta sin aviso.

Lágrimas de dolor. De decepción. De rabia. Lágrimas que cargaban todo lo que había callado por tanto tiempo.

Y con esas lágrimas, se desbordaron también todos los sentimientos reprimidos. Todo el amor maldito que sentía por ese hombre. Ese amor que tanto se esforzó en negar, en callar, en controlar… pero que creció sin pedir permiso.

"Sabías quién era. Sabías que esto era un maldito contrato. Pero igual caíste. Igual te enamoraste. Qué estúpida. Qué ingenua."

Se lo decía con rabia. Se lo gritaba en la mente con una crueldad desgarradora. Pero era inútil. Porque el corazón no entendía de contratos ni advertencias.

Había visto antes a Alexander con otras mujeres. Lo había soportado. Con los dientes apretados y los puños cerrados. Pero esta vez… esta vez era distinto. Estaban casados. Esta vez, ella lo amaba de verdad. Esta vez, no se trataba solo de orgullo herido. Esta vez dolía con el alma.

Quería dejar de llorar, pero su cuerpo no obedecía. Se repetía que él no merecía sus lágrimas, que no tenía derecho a sentirse traicionada por un matrimonio que, desde el inicio, fue solo un acuerdo.

Pero esa lógica no era suficiente para callar al corazón.

Ese corazón torpe que decidió enamorarse del hombre equivocado. De un hombre que jamás prometió pertenecerle. Que jamás prometió cambiar.

Alexander nunca fue de nadie. ¿Por qué sería diferente con ella? ¿Por qué ella pensó que lo sería?

Se sentía patética. Ilusa. Una más.

Y justo entonces, como si el universo quisiera hundirla aún más, la puerta se abrió.

—Ali… ¿Quieres comer conmigo? —la voz de Alexander rompió el aire como una caricia suave, precavida, como si supiera que algo estaba mal. Recién había llegado a casa. Quería verla. Compartir una comida. Tal vez compensar su ausencia con gestos.

Pero era demasiado tarde.

Alison no respondió.

Ni siquiera se giró.

Solo se limpió las lágrimas con una mano temblorosa, se puso de pie con el poco orgullo que le quedaba y caminó al baño. No le dirigió la mirada, no dijo una sola palabra. Cerró la puerta tras de sí con firmeza, con esa especie de frialdad que nace cuando el alma ha sido lastimada más allá del dolor.

No quería que la viera así.
No quería darle el poder de saber cuánto la había destruido.

Porque aunque el matrimonio fuera un trato…
Sus sentimientos nunca lo fueron.

Alexander frunció el ceño al ver la puerta del baño cerrarse tras ella. El silencio, cortante, le pesaba más que cualquier grito.

¿Seguía molesta porque no había dormido en casa? ¿Por eso no le hablaba?, pensó, tratando de encontrar una razón lógica, algo simple que pudiera arreglar.

Pero no podía decirle la verdad. Ni siquiera él sería capaz de creerse lo que había pasado si se lo contaban. Era absurdo, irreal… y aun así, ahí estaban las consecuencias, clavándosele como agujas.

Su celular vibró en el bolsillo. Lo sacó sin mirar quién era y contestó con la mente aún atrapada en su desconcierto.

—¿Qué ocurre?

—S-señor… le mandé algo al celular, acaba de hacerse viral —la voz temblorosa de su secretaria lo atravesó como una descarga eléctrica.

Alexander bajó la mirada al teléfono.

Y el mundo se detuvo.

Fotos. Capturas de pantalla. Publicaciones en redes. Hashtags crueles. Comentarios llenos de veneno. Burlas. Juicios. Su rostro, el de la mujer, la cama.

Su cara perdió el color por completo.

—¿De dónde salieron esas fotos? —murmuró, casi sin aliento—. Mierda…

Salió de la habitación de inmediato, bajando las escaleras con pasos rápidos, frenéticos. Necesitaba controlar el daño antes de que ella las viera.

—¡Quiero a todos mis contactos en línea ya! —rugió por el teléfono—. ¡Ese contenido debe desaparecer de todas las redes! ¡No me importa cuánto cueste! ¡Bájenlo! ¡Ahora mismo! ¡Mi esposa no debe verlo!

Pero no hizo falta esperar una respuesta.

—No hace falta que te molestes. Ya lo vi.

La voz de Alison lo detuvo en seco.

Giró la cabeza y la vio allí, en lo alto de las escaleras, temblando. Tenía los ojos llorosos, el rostro desencajado y los labios apretados como si contuviera una tormenta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.