"Cuando la oscuridad entra por los ojos, ya es demasiado tarde para cerrar la puerta del alma."
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El silencio que siguió a la última detonación era espeso, casi sólido, como si el aire se hubiese coagulado junto al humo que aún flotaba entre los restos. El lugar, cubierto de cadáveres, parecía una fotografía congelada del caos: un campo de batalla improvisado, el epicentro de una guerra que nadie se atrevía a nombrar.
Hana, jadeante y cubierta de sangre ajena, giraba la cabeza en todas direcciones, buscando certezas entre el desconcierto. El zumbido en sus oídos apenas le dejaba escuchar, pero su mirada seguía alerta. Oliver se acercó nuevamente a ella con el rostro tenso y el arma aún en la mano.
—Uno de los hombres de Umbra te escoltará al área subterránea —dijo, con voz baja, firme—. Necesitas descansar, Hana. Esto ya terminó.
—¿Terminó? —espetó ella, negando con vehemencia, como si sus pies estuvieran clavados al suelo—. No me voy a ir. ¿Y si vuelven? No puedo irme... no después de todo esto. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué vinieron? ¿Qué está pasando?
Los pasos de Alexander y Felix resonaron a lo lejos. Se acercaban con determinación, pero se detuvieron a unos metros, sin intervenir aún. Sus rostros decían más que cualquier palabra: la verdad pesaba demasiado.
Hana los enfrentó.
—Esto tiene que ver con la mafia, ¿verdad? —lanzó, con una mezcla de furia y miedo—. ¡Díganme la verdad!
Sus palabras cayeron como plomo en una habitación sellada. Alexander miró brevemente a Felix, quien dio un paso al frente, cruzando los brazos con gesto contenido.
—No deberías estar aquí, Hana —dijo con una voz suave, quebrada por un dejo de preocupación—. Este no es tu mundo. No tienes por qué cargar con nuestros pecados.
—¿Tiene que ver con Dae-Hyun? —insistió ella, la voz rota—. ¿Por eso está en el hospital? ¿Fue uno de ellos?.
Felix desvió la mirada un segundo. No intentó mentir. No había espacio para eso.
—Sí. Vinieron por él.
La respuesta fue un disparo mudo. Hana sintió un peso gélido caerle sobre el pecho, como si algo dentro de ella se resquebrajara.
Oliver la rodeó con un brazo, hablándole con la ternura de quien intenta consolar a una criatura asustada.
—Confía en nosotros —susurró—. Vamos a encargarnos de todo.
Ella dudó. Sus piernas temblaban cuando el soldado de Umbra se le acercó y la condujo hacia el interior de la cabaña y así bajar al piso subterráneo. A cada paso, dejaba atrás un trozo de su inocencia. Cuando su figura se perdió, el silencio regresó, pesado como una sentencia.
Alexander retomó el control de inmediato. Su mirada era la de un hombre acostumbrado a tomar decisiones sin pestañear.
—Desháganse de los cuerpos. Que no quede ni rastro, al igual que las camionetas, desháganse de ellas—ordenó con frialdad—. Quiero este lugar limpio.
—Entendido —respondieron varios al unísono, ejecutando la orden con eficiencia militar.
Felix encendió un cigarrillo y exhaló el humo lentamente. Su mirada seguía clavada en el corredor por el que Hana había desaparecido.
—No van a detenerse —dijo al fin, su voz cargada de resignación.
—Exacto —asintió Alexander, refiriéndose a Dae-Hyun—. Mientras sepan que está vivo, seguirán intentando acabar con él, Lo de hoy fue solo el primer disparo.
Oliver, aún salpicado de sangre, se limpió el rostro con el dorso de la mano, mirando a ambos.
—¿Quién los envió?
Felix inhaló profundamente antes de responder.
—La misma persona que logró infiltrar el “regalo” de Anna.
—Entonces vamos tras él —dijo Alexander, sin un atisbo de duda—. La grabación... hay que verla. Y cuando lo hagamos, sabremos quién fue el bastardo que se atrevió a atacar a mi hermano.
Alexander se mantuvo inmóvil por unos segundos, Su mirada, gélida y calculadora, se desvió hacia Oliver.
—Gracias —dijo Alexander, con una voz más baja, íntima, despojada de toda armadura—. Por proteger a Hana.
Oliver alzó la mirada.
—Por supuesto que la iba a proteger —respondió, su tono firme—. Hay personas por la que vale la pena quedarse para proteger.
Alexander asintió levemente. Luego, su tono se endureció, como el de un general tras la batalla.
—Llévala a casa —ordenó—. Quédate con ella hasta que se sienta mejor. Lo que pasó aquí no fue un simple ataque… fue un mensaje. Y todos saben quién es Hana. La hermana de Dae-Hyun. La pueden usar para llegar a Dae. No puedo arriesgarme a que la tomen como lo hicieron con Alison.
Oliver asintió, sin pensarlo. Pero no se giró para marcharse. Dio un paso al frente. Uno solo. Y cuando habló, lo hizo con una fuerza que no se podía ignorar.
—La llevaré a tu mansión —dijo con firmeza, mientras se ponía el abrigo sin desviar la mirada—. Allí estará segura, bajo el mismo nivel de protección con el que resguardas a Alison. La calmaré... y luego regresaré. Tenemos que saber quién fue el maldito que te traicionó. Esto es por Alison, y por Dae-Hyun.
Alexander lo observó en silencio. Entrecerró los ojos con una expresión inescrutable, como si cada palabra que había escuchado golpeara una fibra invisible en su interior. Se tomó unos segundos antes de responder, el aire entre ellos cargado de algo más denso que la tensión: miedo disfrazado de control, culpa bajo la armadura de un líder.
—Es mejor que no te involucres —dijo al fin, con voz grave, pausada, dejando cada sílaba caer como un juicio—. Este no es tu mundo.
Pero mientras lo decía, sabía que ya lo había involucrado antes. Tal vez sin querer al principio, tal vez por necesidad después… pero lo hizo. Le había confiado a Alison. Le había encargado su vida.
Y aunque deseaba mantenerlo al margen de lo que se avecinaba, no estaba seguro de poder hacerlo. Porque si algo le ocurría —y era una posibilidad real—, él tendría que encargarse de protegerla. Y eso significaba algo más que vigilancia: significaba enfrentarse a un mundo en el que las reglas eran escritas con sangre, y los errores se pagaban con la vida.
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Editado: 14.09.2025