"A veces, sobrevivir duele más que morir… porque vivir exige cargar con los muertos."
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El helicóptero descendió con un zumbido grave y vibrante, rompiendo el silencio de la noche. Oliver bajó primero. Detrás de él, Hana descendió con pasos inseguros, aún con la ropa manchada de sangre ajena.
Dos hombres de Alexander se acercaron al instante.
—¿Están bien? —preguntó uno, con ojos clavados en la camisa de Oliver y en el vestido manchado de Hana.
—Mierda... —gruñó Oliver en voz baja, girándose hacia ella—. No nos pueden ver así o empezarán las preguntas.
Volvió hacia uno de los hombres.
—Dame tu camisa. por favor
—¿Eh?
—Tu camisa.
El tipo, desconcertado pero obediente, se quitó la camisa de inmediato. Oliver se desabotonó la suya, revelando su abdomen definido, curtido de unas pequeñas cicatrices. Hana lo miró sin querer, y sus ojos se quedaron un segundo más de lo que deberían antes de apartar la vista, tragando saliva con vergüenza.
—Gracias —murmuró él, ajustándose la prenda ajena.
Miró a Hana de nuevo. Su ropa era un desastre también, y a diferencia de él, ella no podía desnudarse frente a nadie ni tenía cómo ocultar las manchas.
No podía dejar que la vieran así... ni que se enteraran de lo que pasó con Dae. Nadie, mucho menos Mel.
—Vamos —dijo bajando la voz—. Vamos por la zona del personal de alto rango. Nadie transita por ahí ahora, en mi habitación podrás cambiarte.
Tomó su mano, guiándola por una entrada lateral. El frío del mármol se colaba por los pasillos silenciosos. Avanzaban rápido, con pasos medidos, tensos. Oliver iba al frente, cubriéndola, como si su cuerpo pudiera hacer de escudo para los ojos del mundo.
El ala a la que se dirigían era usada por ellos: él, Felix, Dae-Hyun y últimamente, Andrei. Zonas privadas.
Pero cuando doblaron en una esquina, justo antes de su habitación, una figura femenina apareció al fondo.
Melany.
—Mierda... —susurró Oliver, deteniéndose en seco.
Hana lo miró, conteniendo el aliento. Si Mel la veía mechada de sangre la cuestionaria hasta más no poder.
—Rápido —dijo Oliver, jalando a Hana hacia un hueco entre columnas, justo al lado de una antigua vitrina decorativa. Apenas cabían los dos.
—¿Qué vas a hacer? —susurró ella.
—Improvisar… con mucho cuidado —respondió él con una sonrisa nerviosa.
Melany caminaba directo hacia ellos, con su celular en la mano, murmurando algo. Justo cuando iba a alzar la vista, Oliver salió de su escondite con paso firme.
—Mel —dijo con la voz más casual que pudo fingir—. Justo iba a buscarte.
Ella alzó una ceja, confusa.
—También te iba a buscar, pero me dijeron que habías salido junto a Hana, que se fueron en el helicóptero, como vimos que regreso, pensé que habían regresado ustedes también, y así fue, ¿Y hana? ¿Dónde está?, ¿regreso contigo?.
Oliver se pasó una mano por la nuca, fingiendo casualidad.
—Si, pero ella...esta...En el baño.
—¿En el baño? —repitió Mel, ladeando la cabeza con sospecha.
—Sí, en el baño. Es que... le llegó su periodo y está irritable en este momento —improvisó con una mueca de incomodidad forzada—. Por eso quería pedirte si tienes pastillas para eso, ya sabes… para los cólicos. Está un poco más sensible que otras veces y… quisiera que la dejaran descansar.
Mel alzó las cejas, reprimiendo una sonrisa traviesa.
—Ay, primitivo… suenas a novio preocupado.
Oliver chasqueó la lengua, sin ganas de seguir el juego.
—Ya, Mel… no estoy jugando. ¿Me consigues las pastillas? Está en mi habitación. Por favor.
—¿En tu habitación? ¿Cuando la de su hermano está justo al lado?
—Sí… en mi habitación —rió nervioso, intentando sonar relajado.
Mel entrecerró los ojos como si lo escaneara por dentro.
—Mmmm… ¿ya están saliendo?
Oliver soltó un suspiro, fastidiado.
—Mel… no es eso. Dae me pidió que la cuide. Solo eso. ¿Puedes dejar de indagar por un segundo y ayudarme? Por favor.
Ella lo observó por unos segundos más, antes de girarse con un pequeño bufido y una sonrisa socarrona.
—Está bien, Romeo. Voy por tus pastillas del amor.
—Mel…
—¡Ya, ya! No le digo a nadie, no pregunto nada... por ahora —dijo mientras se alejaba, con esa risa traviesa que la hacía imposible de controlar.
Oliver esperó a que doblara la esquina, luego volvió al escondite.
—Ya está —le dijo a Hana en voz baja—. Vamos. Tenemos pocos minutos antes de que vuelva.
Sin más entraron a la habitación, la puerta se cerró con un leve clic detrás de ellos. Por fin, a salvo.
Oliver exhaló aliviado, soltando la mano de Hana con suavidad, aunque sus dedos se quedaron con la sensación de su piel unos segundos más.
Ella seguía de pie, inmóvil, con la mirada baja y la ropa aún teñida de ese tono oscuro que no lograba borrar de su memoria.
—Hana... —dijo con voz baja, como si no quisiera asustarla—. Puedes bañarte si quieres. Te va a hacer bien... y después te traigo algo caliente. O lo que necesites, solo dímelo.
Ella asintió con un movimiento apenas perceptible, todavía en shock, como si no supiera cómo moverse en ese espacio nuevo.
Él abrió su ropero, sacando una camiseta negra amplia, una de esas que usaba solo para dormir, y un pantalón de algodón suave.
—Toma. Son míos, pero... al menos están limpios —dijo, con una sonrisa tímida mientras se acercaba con la ropa doblada—. La camiseta te va a quedar como vestido, pero supongo que eso es mejor por ahora.
Hana alzó la vista por fin. Sus ojos estaban enrojecidos, vidriosos, pero no por lágrimas recientes. Era esa expresión de alguien que todavía está tratando de convencerse de que sigue viva.
Ella tomó la ropa con manos temblorosas.
—Gracias...
Oliver asintió y se alejó hacia la puerta del baño, que estaba semiabierta.
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Editado: 14.09.2025