Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 49: Debiste Decirme.

"Uno no deja de amar de un día al otro, incluso cuando el alma grita traición; el corazón, testarudo, sigue aferrado a lo que duele, como si aún pudiera salvar lo que ya se incendió."

.
.
.

El desayuno ya era un recuerdo; las risas y las charlas suaves se habían esfumado entre los pasillos elegantes de la casa. Las chicas se habían retirado a la habitación de Alison, determinadas a cumplir su plan de dejar en banca rota a Alexander, al menos emocionalmente.

Oliver, por su parte, estaba en la sala de seguridad, revisando cámaras junto a uno de los jefes del equipo. Su concentración era evidente hasta que uno de los hombres se acercó con la voz tensa.

-Joven Oliver, hay un joven en la entrada. Dice que viene a ver a la señorita Hana.

Oliver apenas giró la cabeza.

-¿Nombre?

-Marco Ríos. Asegura ser compañero de universidad. Trae un proyecto para entregarle. Ya iniciamos el protocolo de inspección del vehículo.

Oliver entornó los ojos. Ese nombre lo había escuchado en el desayuno cuando Marco le marco a Hana.

-¿Detalles del vehículo?

-Sedán negro, último modelo. Interior de cuero, sin pasajeros adicionales. Escaneado inicial limpio, pero seguimos con la inspección de baúl, ruedas y chasis.

Oliver se puso de pie.

-Lo manejo yo. Nadie entra sin verificación completa.

Salió al exterior con ese paso firme y controlado que lo hacía parecer un soldado fuera de servicio, pero listo para entrar en combate en cualquier momento. Su silueta recortada contra la luz del amanecer proyectaba una sombra larga sobre el suelo, como si incluso su sombra estuviera en guardia.

Oliver escaneó el jardín con la mirada precisa de quien ha aprendido a leer el peligro en los gestos más sutiles: una rama pisada, un reflejo fuera de lugar, un silencio que no debería estar allí. No era paranoia. Era entrenamiento. Era supervivencia.

Le gustara o no, Alexander seguía siendo su jefe. Y eso significaba que las órdenes debían cumplirse sin fisuras, sin interpretaciones, sin demoras. Como balas disparadas: directas, letales, inevitables.

Y una de esas órdenes era clara como el acero: nadie entraba a la mansión sin aprobación previa.

Ni visitas sorpresa.
Ni familiares "despistados".
Ni mensajeros.
Ni siquiera el maldito repartidor del sushi.

Solo personas conocidas, verificadas, y sobre todo, de absoluta confianza.

A lo lejos, un auto negro brillaba como joya bajo el sol. Apoyado contra la puerta del conductor, un joven de aspecto impecable ajustaba sus gafas de diseñador. Camisa blanca planchada, jeans caros y mocasines italianos. La pose del niño rico que nunca ha recibido un "no" como respuesta.

Pero bajo esa fachada se notaba la incomodidad. Los ojos de Marco se movían nerviosos, intentando no mirar directamente a los hombres armados que vigilaban desde puntos estratégicos.

Se acercó con pasos medidos, pero sin perder el control. La mano derecha se deslizó instintivamente hacia el interior de su chaqueta, rozando la empuñadura del arma oculta bajo el forro. No era amenaza, era protocolo.

Oliver se detuvo frente a él.

-¿Nombre?

-Marco Ríos -repitió con tono ligeramente arrogante-. Vengo a ver a Hana. Ella me mandó la dirección, le traigo el material del proyecto.

-¿Tu coche es este?

-Claro, ¿de quién más va a ser? -respondió con una sonrisa burlona.

-Está siendo inspeccionado. Protocolo estándar -dijo Oliver sin inmutarse-. Compartimentos, baúl, ruedas, chasis. Todo.

La sonrisa de Marco se borró lentamente. Se cruzó de brazos, incómodo. No estaba acostumbrado a que lo trataran como un civil cualquiera, mucho menos como un posible riesgo.

Oliver lo observó en silencio. Luego miró el rostro. Piel limpia, sin sudor. Pupilas dilatadas, pero no por droga: por incomodidad. Postura tensa, pero no agresiva. Nervioso, sí. Peligroso... aún por verse.

Oliver dio un paso más. Imponente. Un muro con ojos.

-Por seguridad no entras...

No termino de hablar cuando Hana apareció por el costado, caminando con la calma de quien ya sabía lo que pasaba.

-Está bien. Yo lo invité. Es Marco -dijo con tono sereno.

Oliver no se movió. Solo desvió la mirada hacia ella.

-Lo sé.

-Entonces sabes que no hay problema -insistió Hana con una ligera sonrisa.

-No dije que hubiera un problema. Dije que el protocolo se mantiene -respondió Oliver, sin rodeos-. Eso implica que él no entra. Entrega los documentos aquí y se va. Nada personal. Son órdenes directas de Alexander.

Marco bajó los hombros, rendido ante la autoridad de alguien que no parecía dispuesto a negociar. Miró a Hana, buscando una salida más diplomática.

-Tranquilo, Marco -dijo ella, acercándose y tomando la USB y el sobre con las hojas impresas-. Esto es suficiente. Gracias por venir.

-Sí... claro, linda. Aunque la próxima vez avísame si tienes seguridad nivel FBI, ¿sí?

-No es nivel FBI. Es mejor -intervino Oliver, con una media sonrisa apenas visible.

Marco chasqueó la lengua, incómodo, pero intentó no perder la compostura. Se acercó un paso y le dio un beso en la mejilla a Hana.

-Nos vemos en clase, linda.

Marco regresó al auto, visiblemente más apurado de lo que llegó.

Hana se giró hacia Oliver, cruzándose de brazos.

-¿Era necesario intimidarlo tanto?

-No lo intimidé -dijo él, sin rastro de ironía-. Se intimidó solo.

-A veces pareces más máquina que humano.

-Y tú a veces olvidas que esto es por la seguridad de todas ustedes.

-Lo sé, por ello no me molesta, vamos, debo seguir con mi trabajo. ¿Me prestas tu laptop? Olvidé que no tengo la mía aquí.

-Claro, puedes usarla.

Sin más, regresaron al interior de la mansión. Hana con paso tranquilo, Oliver con la misma seriedad de hace un momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.