Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 50: A pesar de todo.

"La razón se rinde donde el alma insiste, porque no existe lógica que sobreviva al amor ni orden que contenga al corazón."
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El auto se detuvo al final del sendero, levantando una leve nube de polvo.

Alison apagó el motor y bajo rápidamente, no tenía tiempo que perder.

Unos hombres que custodiaban la entrada se percataron de ella, se les hizo conocida, demasiado conocida, pero también vieron a Artemis, un hombre desconocido que caminaba tras ella. Y eso, en la Umbra, era una bandera roja.

-Señora D'Williams -dijo uno de ellos, con el ceño fruncido, con respeto hacia ella pero tambien con sospecha hacia el intruso-. ¿Se encuentra bien?

Alison alzó una ceja.

-Estoy perfectamente. Vengo a ver a mi esposo-se limitó a decir solo eso.

-El señor no nos aviso de su llegada-respondió en voz baja-Mi señora, ¿Quién es él? -preguntó apuntando con la barbilla hacia Artemis-. No está en la lista de seguridad. ¿Puede identificarse?

En la Umbra no existía tal cosa como el "beneficio de la duda".

Los guardias no creían que Alison estuviera mintiendo. La reconocían. Habían visto su rostro en imágenes oficiales, informes internos, todos sabían quien era Alison, así que, No, su presencia no era lo que les inquietaba.

Era Artemis de quien sospechaban, sabían que los guardaespaldas oficiales de Alison eran Oliver y Andrei, pero ellos no estaban con ella, y en su lugar, un hombre desconocido la acompañaba.

Y en un mundo donde enemigos podían disfrazarse, controlar o chantajear... la posibilidad de que ella estuviera siendo usada no podía ser descartada aunque el nivel de probabilidad era bajo dado que tenía a 2 de los mejores hombres como guardaespaldas, conocían los atencedentes de Oliver y de Andrei mucho más pues sabían que era él mejor de la Bratva.

Artemis, al ver la tensión, alzó las manos lentamente, calmado.

-Voy a mostrar mi tarjeta -anunció.

Se arremangó hasta el codo, revelando el tatuaje negro que confirmaba su pertenencia a la Umbra. Luego sacó una tarjeta metálica. Era negra mate, con un diseño que parecía más tecnológico que militar. La introdujo en una ranura apenas visible al lado del marco de la puerta.

El panel se encendió. Una luz azul lo escaneó, luego proyectó una imagen holográfica en el aire: su rostro girando en 3D, su nombre completo, unidad táctica, nivel de acceso.

-Identidad confirmada. Nombre: Artemis. Nivel de autorización: 2. Unidad táctica: Draco. Afiliado al equipo del señor Felix.

Los guardias se miraron entre sí, tensos aún... pero aliviados.

La Umbra no entregaba títulos por cortesía. Cada unidad estaba dividida por rangos de habilidad, eficiencia táctica y especialización letal. Felix, jefe de la Unidad Draco, era conocido por ser tan metódico como despiadado. Solo cinco hombres conformaban su grupo, y Artemis era uno de ellos.

Eso lo convertía en algo más que "de confianza".

Era un arma entrenada.

Había pasado las tres fases del Programa Umbral:

Fase 1: Lucha cuerpo a cuerpo y combate con cuchillo, donde fue el único de su generación en desarmar a su instructor en menos de dos minutos.

Fase 2: Operaciones encubiertas, aprendió a camuflarse en entornos urbanos y rurales, usar acentos, crear identidades falsas y ejecutar extracciones sin dejar rastro.

Fase 3: Neurohacking y guerra digital, donde se especializó en sabotaje electrónico, rastreo satelital, cifrado cuántico y manipulación de datos biométricos en tiempo real.

Por eso estaba ahí. En la mansión.
No era una visita, ni una asignación cualquiera. Era orden directa.

Alexander había pedido a Felix que reforzara la seguridad, y él, como siempre, no escatimó en nada. Así fue como Artemis terminó siendo parte del nuevo equipo de resguardo.

No era famoso, ni se hablaba mucho de él en voz alta, pero dentro de la unidad táctica Draco, Artemis el mejor. Sabía moverse sin llamar la atención, pensar con frialdad en medio del caos y reaccionar más rápido que la mayoría. Su historial dentro de la Umbra hablaba por sí solo. Buen manejo con armas blancas, excelente puntería, y una capacidad poco común para anticiparse a situaciones comprometidas.

Y esa combinación era justo lo que necesitaban.

Tenía que parecer alguien común. Mezclarse. No levantar sospechas. Porque si algo había aprendido Alexander a lo largo de los años, era que las amenazas reales no siempre llegaban gritando. A veces se colaban en silencio, disfrazadas de normalidad.

Demasiada seguridad en un solo lugar, podrían decir algunos.

Pero para Alexander, cuando se trataba de su familia, nunca era suficiente.

-Disculpe, señora -dijo uno-. No era usted el problema. Era él. Protocolo de seguridad. Como somos nuevos no lo conocíamos además de que no nos informaron de que vendrían.

-Lo entiendo -respondió Alison, sin perder la firmeza-ahora déjenme pasar.

Los hombres se enderezaron al instante.

-Sí, señora.

La puerta se abrió y un viento frío salió desde el interior.

El interior de la cabaña no era nada comparado con lo que había debajo.

Un ascensor aguardaba en silencio, con sus puertas abiertas como una invitación muda al infierno... o tal vez a algo peor.

Alison y Artemis entraron.
Las puertas se cerraron con un susurro metálico. La cabina descendió.

Y mientras bajaban, como si el mundo se hundiera con ellos, la compostura de Alison empezó a tambalearse.

El reflejo en las paredes de acero le devolvía una versión de sí misma que no terminaba de reconocer.

No debería estar aquí.
No debería estar bajando a un hospital oculto en medio del bosque, al encuentro de un hombre que había hecho trizas su confianza.
No debería importarle.

Pero le importaba.
Y ese era su castigo.




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