"Donde el amor arde, la razón se arrodilla."
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—Nena —susurró Alexander con la voz cargada de emoción contenida.
—¿Por qué…? —preguntó ella, intentando disfrazar el temblor que le recorría el alma—. ¿Por qué mierda estás así? ¿Dónde te hirieron? ¿Quién te hizo esto?
Retrocedió un paso, alejándose de él.
Sí, deseaba volver a sentirlo cerca, besarlo, abrazarlo, tocarlo.
Pero se obligó a sí misma a no ceder, a ocultar su necesidad bajo una máscara fría, aunque no estaba segura de haberlo logrado o si solo parecía una tonta luchando contra sí misma.
—Dime la verdad —exigió, con un brillo desafiante en los ojos—. ¿Te dispararon? ¿Te golpearon? ¿Qué fue?
Alexander la tomó con suavidad por las muñecas, temiendo que lo apartara.
—No es mía —respondió con voz queda—. La sangre… no es mía.
Ella lo miró fijamente, con incredulidad en la mirada.
—No me mientas.
—Te lo juro. Imagino que si estás aquí es porque ya te enteraste de lo que pasó con Dae-Hyun —dijo, clavando los ojos en los de ella.
—Sí, ya lo sé —respondió con amargura.
—Esta mañana volvieron a atacar. Pudimos controlar la situación, pero algunos de mis hombres resultaron heridos. Los traje hasta aquí… y me manché con su sangre.
Entonces, con lentitud, comenzó a desabrocharse la camisa.
Su torso estaba limpio. Ninguna herida, solo algunos moretones leves, marcas del entrenamiento.
Nada que justificara el terror que ella había sentido al verlo cubierto de sangre.
Alison parpadeó, como si la realidad no terminara de asentarse.
No estaba herido.
Alexander dio un paso hacia ella, instintivo, casi suplicante.
—Nena…
Pero ella retrocedió como si el suelo bajo sus pies se hubiera incendiado.
—No —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba y amenazaba con romperse—. No te equivoques, Williams.
Él se detuvo. Las palabras, afiladas como cuchillas, se le clavaron en la piel.
—Que haya venido… no significa que estés perdonado.
El ambiente se tensó como un hilo a punto de romperse.
Los hombres que se encontraban en el pasillo, en silencio, observaban la escena con sorpresa.
Todos sabían lo que había pasado. Las fotos, el escándalo, las acusaciones. Fueron tendencia antes de que lograran eliminarlas.
Había un equipo de la Umbra buscando a la mujer que causó aquel escándalo, pero hasta ahora nadie la había encontrado.
Al parecer, alguien la estaba protegiendo.
—¿Y entonces por qué viniste? —preguntó él con voz baja, no como reproche… sino como confesión.
Alison apretó los puños con fuerza.
Esa era la única pregunta que no quería escuchar.
Porque no sabía cómo responderla sin derrumbar lo poco que le quedaba de orgullo.
—Yo… yo vine porque… ¡quería ver cómo estaba Dae-Hyun! —gritó al fin, desesperada por una excusa.
Y no era del todo mentira. Había venido por eso… también.
—¿Así que viniste por Dae-Hyun? —repitió él, apretando los labios.
No estaba celoso, pero le costaba no sonreír.
Sabía que mentía.
Alison tenía la manía de morderse el labio inferior cada vez que lo hacía.
—¡Sí! —respondió rápidamente.
—No te creo —murmuró él, acercándose un poco, con esa sonrisa ladina que siempre la desarmaba.
—N-no… no me importa —dijo ella, dando un paso atrás. Su sola cercanía la alteraba por completo.
—¿Por qué me mientes? —preguntó con voz suave, casi divertida.
—¡Basta, Alexander! —gritó, comprendiendo exactamente lo que intentaba hacer—. ¿Dónde está Dae-Hyun?
—Primero, hablemos.
—¡Deja de joder, Alexander! No quiero hablar contigo. No tenemos nada de qué hablar. ¡Déjame en paz, voy a ver a Dae!
Sin más, lo empujó con rabia y pasó por su lado, ignorando la dirección exacta.
No sabía en qué parte del hospital estaba Dae-Hyun, pero como solían decir en su tierra: “preguntando se llega a Roma.”
Alexander la observó alejarse, sin moverse.
A su lado, Artemis estaba dividido entre correr tras su patrona o esperar la inminente reprimenda de su jefe.
—Y bien… ¿qué tienes para decir? —preguntó Alexander, mirándolo con severidad.
—Lo siento, jefe. Ella me ordenó traerla. Estaba realmente molesta. De hecho… discutió con el joven Oliver y el joven Andrei.
—¿Alison discutió con Oliver? —preguntó, desconcertado.
Obviamente sabía que esos dos eran inseparables. Es más, nunca los había visto discutir.
—Sí, señor. Eso fue lo que me dijeron—confesó, a pesar de no haber estado presente en la discusión, en el camino le informaron la situación, aunque Alison no se dio cuenta porque fue por un auricular.
—¿Dónde están esos dos ahora? —preguntó, endureciendo el tono.
Les pagaba para protegerla, no para dejarla sola.
¿Cómo pudieron permitir que saliera así?.
—Aquí estamos —intervino Oliver, apareciendo junto a Andrei y otros hombres más.
—Artemis, ve con mi mujer. Guíala a la habitación de Dae-Hyun. Pregúntale a Díaz. —ordenó Alexander con su tono inflexible, sin apartar la vista del pasillo. Artemis asintió de inmediato y salió tras Alison.
Cuando Artemis doblo por un pasillo; Alexander giró hacia Oliver y Andrei.
—Ahora ustedes. ¡¿Cómo pudieron decirle a Alison lo que pasó?! —La pregunta cayó como una sentencia. Su voz era tan filosa aunque su expresión permanecía serena.
—Fue Oliver. Yo no le dije nada. —saltó Andrei, alzando las manos con teatral inocencia.
—Traicionero. —masculló Oliver, lanzándole una mirada de fuego.
—A ti no te debo lealtad. —replicó Andrei con una sonrisa medio burlona.
—No me mires así, Alexander. ¡Se puso en modo demonio! —insistió Oliver, levantando ambas manos como si aún temiera que Alison se apareciera—. Créeme, ni cuando discutió contigo estaba tan enojada. Esa enana tiene un nivel de explosividad que no has visto. Usó mi apellido, ¡Dijo "Kim" y no en tono amable, sino como amenaza! Estuvo a nada de lanzarme su zapato.
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Editado: 17.07.2025