Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 53: Infierno Personal

"La vida no olvida, solo espera… porque al final, cada quien cosecha lo que siembra, ya sea luz o sombra."
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El lugar olía a sangre seca, sudor rancio y óxido.

Las paredes de concreto estaban marcadas por el tiempo… y por otras cosas más crueles.

Ganchos. Cadenas. Herramientas.

Ningún objeto allí fue creado con fines médicos. Eran instrumentos de mensaje.

Beaumont colgaba de una barra metálica, suspendido por los brazos atados con cadenas gruesas que chirriaban con cada espasmo involuntario.

El torso desnudo era un mapa de hematomas, cortes abiertos y sangre fresca que resbalaba lentamente hasta el suelo, como si su cuerpo llorara por él.

Alexander lo observaba de frente, impasible. En su mirada no quedaba espacio para el perdón. Solo odio.

Estaba deseando el momento de matarlo… lento, metódico, inolvidable.

Felix, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, miraba la escena como si contemplara una obra de arte crudo y sincero.

—Dame los nombres de todos los que te ayudaron en el plan de Anna —ordenó Alexander con una voz tan baja que dolía más que un grito—. Los voy a encontrar y les haré lo mismo que a ti.
No sería justo que solo tú pagaras… ¿no crees?

Beaumont soltó un gemido. La cabeza le colgaba hacia un lado; apenas podía mantener los ojos abiertos.

—¡Dilo! —rugió Felix, pateando un balde metálico que voló contra la pared, haciendo un estruendo que rebotó como un trueno en la sala—. ¡Di los nombres o te juro que voy a arrancarte la piel pedazo a pedazo!

Oliver se acercó con paso firme, colocándose detrás de Alexander.

—Tenemos los dispositivos listos. Grabaremos todo —dijo, mostrándole una pequeña cámara—. Así será más fácil que los aliados de Anna entiendan el mensaje.

—Perfecto —asintió Alexander, sin apartar la mirada del traidor—. Que escuchen. Que vean. Que comprendan que la cacería ha comenzado.

Activaron la cámara.

—Nombre completo —ordenó.

Beaumont alzó lentamente la cabeza. Tenía los labios partidos, los ojos vidriosos.

—Jean… Beaumont… —murmuró con apenas un hilo de voz.

Alexander giró levemente la cabeza hacia Artemis, que desde la esquina revisaba una tabla con datos.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Anna?

—Un par de meses—respondió.

—¿Motivo? —preguntó Alexander, cruzando los brazos.

Beaumont tragó saliva con dificultad.

—Ella me prometió protección… dinero… poder… Yo solo quería ascender, y ella me juró que podía hacerlo realidad —confesó con la voz rota.

—¿Y aceptaste sin pensar en lo que costaría? —escupió Felix con desprecio.

—¡Ella solo me dijo que usaría a mis hombres y algunos contactos! ¡Jamás pensé que atacaría a su propio hijo! —gritó Beaumont, desesperado—. ¡Yo solo quería ganar terreno en la mafia! Ella me ofreció su guía… me enseñó a moverme…

Alexander alzó una ceja.

—Entonces sabías que había peligro… y aún así decidiste correrlo porque te pareció conveniente. Qué predecible.

Dio un paso hacia él. La tensión en el aire era una soga que se apretaba con cada palabra.

—Ahora dime lo que más quiero saber —dijo Alexander, con voz fría como una daga—. ¿Dónde está Isabella?

Beaumont tembló de pies a cabeza. Su respiración era errática.

—¡No lo sé! ¡Te lo juro! —soltó Beaumont, con la voz quebrada, casi suplicando—. Ese día, Anna me ordenó que enviara a uno de mis hombres a recogerla. Eso hice… pero cuando llegó al punto de encuentro, un tipo apareció de la nada y le exigió que le entregara el auto y se marchara.
Dijo que era una orden directa de… Anarya.

Alexander parpadeó lentamente, pero su expresión se mantuvo imperturbable.
Ese nombre, ese maldito alias… lo había escuchado hacía poco, "Anarya".

Era ella.

Anna.

Su madre.

La misma mujer que se paseaba en cenas de gala fingiendo inocencia. Que lo había abrazado con ternura.
La misma que ahora dirigía movimientos bajo otro nombre, usando antifaz y peluca como si la máscara bastara para borrar la sangre de sus manos.

No quería que supieran quién era realmente. No en el mundo de la mafia. Y él sabía por que, temía que así como ella traicionaba a los suyos entonces también la traicionaran a ella.

Ese alias no era solo protección… era una declaración. Un muro entre su vida pública y la podredumbre que tejía en silencio. Nadie había conseguido una imagen clara, pero Alexander ya la tenía.

Una serie de fotos borrosas le habían llegado días atrás, mostrando a una figura femenina en reuniones clandestinas, con una peluca rubia platinada, antifaz negro y un aire de autoridad que no admitía réplica. La reconoció de inmediato, imposible no hacerlo, era su madre.

¿Qué si había escuchado ese seudónimo antes?.

No, era un nombre que hasta recién se había empezado a escuchar, se decía que esa mujer tenia la protección de los grandes, que la cuidaban como reina pero aun no sabían quienes eran ellos, decían que tenía poder y dinero, que nadie podía desafiarla y seguir con vida.

Era por eso que algunos de sus socios le habían pedido de favor que investigara a esa mujer, y así lo había hecho pero no encontró nada, hasta ese día que le llegaron esas fotos y todo tuvo sentido.

—Anarya, ¿eh? —murmuró Alexander, con el veneno bailando en cada sílaba—.
Hasta en eso te escondes, madre.

Felix y Oliver intercambiaron una mirada, tensos.

—¿Ella siempre da órdenes usando ese nombre? —preguntó Alexander sin apartar la vista de Beaumont.

—Siempre —asintió con miedo—. Nadie la llama por su nombre real. Ni siquiera sus aliados más cercanos. Todo lo hace a través de ese seudónimo. Y nadie se atreve a cuestionarla… nadie quiere morir.

Alexander apretó los dientes.

—¿Nombre del tipo que llego ese dia a intercambiar el lugar? —preguntó Alexander, con el ceño fruncido.




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