"Podían callar lo que ardía en sus almas, pero cada roce, cada mirada prolongada, era una confesión desnuda que sus cuerpos no sabían ocultar."
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La puerta del sótano se abrió de golpe, haciendo eco en las paredes de concreto. Isabella alzó la mirada, temblorosa. Estaba atada de pies y manos, con una cinta gris tapándole la boca. El rímel corrido surcaba sus mejillas como ríos de desesperación. Suplicó con la mirada... pero no encontró compasión. Solo el hielo cruel en los ojos de Alexander.
Él se acercó despacio, como si saboreara el momento. Sus pasos eran firmes, silenciosos, letales. Se agachó frente a ella y, sin decir palabra, le arrancó la cinta de un tirón seco.
-Te escondiste bien -dijo con voz baja, cargada de veneno-. Me costó trabajo encontrarte.
-¡Alex! ¿Qué haces?! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡Me secuestraron! ¡Haz que me suelten! -gritó ella con desesperación, su voz quebrada por el pánico.
Alexander ladeó la cabeza, con una mueca de desdén.
-¿Quién te crees para darme órdenes?
-Alex, cariño... por favor... suéltame...
Él sonrió. Pero no había dulzura en ese gesto. Solo veneno disfrazado de ironía.
-No me llames así. Te dejé en claro que no éramos nada. Que haberme acostado contigo no significaba que quería algo más. Te lo advertí, tú lo aceptaste. Jugaste tu papel... y ahora vas a pagar el precio de haber improvisado sin permiso.
-Pero...
-Pero nada, Isabella-se detuvo un momento antes de continuar -Estas aquí por que vas a confesar todo lo que hiciste, palabra por palabra. No vas a mencionar a nadie más. Y mucho menos a Anna. Dirás que actuaste por resentimiento, por celos, por obsesión. El motivo que quieras... pero cargarás con toda la culpa tú sola.
Ella respiró con dificultad, los ojos inyectados en furia.
-¿Y qué te hace pensar que voy a obedecer? ¿Crees que me vas a quebrar por esa niñita? ¿Es por ella que haces todo esto? ¿Porque quieres que te perdone?
Alexander cruzó los brazos con calma letal.
-Exactamente. Lo hago porque no soporto que mi esposa me mire con asco. Porque no soporto que no me deje acercarme. Que me rechace. Alison me pertenece, y no voy a permitir que el veneno de tus mentiras me la arrebate.
Isabella se rió con amargura, conteniendo un sollozo.
-Has cambiado, Alexander. Antes eras frío, calculador. Nunca querías nada serio, me lo dijiste una y otra vez. Me rechazaste siempre que intenté acercarme. ¡Y ahora mírate! Arrastrándote por una mocosa. ¿Qué tiene ella que no tenga yo?
Alexander se inclinó hacia ella, su voz suave y cortante como una cuchilla.
-Podría darte una lista infinita de todo lo que ella tiene y tú no... pero no me alcanzaría el día.
Ella apretó la mandíbula, vencida en su orgullo.
-¡Eres un maldito idiota!
Él se encogió de hombros.
-Sí, si eso te hace sentir mejor. Ahora presta atención. Vas a grabar un video donde confieses todo lo que hiciste. Vas a subirlo tú misma a tus redes. Y deberá parecer voluntario. Nadie puede sospechar que estás obligada. ¿Entendiste? Así que arréglate. Te quiero perfecta, como la modelo que finge tenerlo todo bajo control.
-Estás loco si crees que lo haré -espetó ella.
Alexander sacó su teléfono y lo mostró.
-Entonces escúchame bien. Si no lo haces, voy a destruir tu carrera. Literalmente. No es una amenaza vacía. Ya tomé las medidas necesarias. Si no cooperas, me aseguraré de que ningún diseñador vuelva a contratarte jamás.
Ella bufó, tratando de mantener el poco poder que le quedaba.
-¿Y cómo harías eso, ah? ¿Crees que puedes destruirme con palabritas?
Alexander la miró como si fuera basura en su camino.
-Isabella... soy socio mayoritario de FGM Agency [Fashion & Glamour Management], la agencia que te representa. ¿Sabías que ayer compré el 60% de sus acciones para un proyecto de expansión internacional?
El rostro de Isabella se transformó. El terror apareció, esta vez sin máscara.
-No...
-Sí -continuó él, sin emoción-. Acabo de mandar el contrato de rescisión a la junta. Están firmando tu expulsión en este momento. En minutos dejarás de existir en el catálogo de modelos. Serás invisible.
-¡No puedes hacerme esto! -gritó-. ¡Estás loco!
Alexander no contestó. En su lugar, marcó un número y activó el altavoz.
-¿Ya está hecho?
-Sí, señor Williams. La señorita Isabella ha sido eliminada de nuestros registros y plataformas. El comunicado de prensa está programado para esta noche. Gracias por su autorización.
Alexander cortó la llamada sin decir una palabra.
-Y no he terminado. Voy a llamar personalmente a Chanel, Gucci, Prada, Dior, Balmain, Versace... Todas. Las grandes. Tengo contactos en cada casa de moda, y créeme... nadie quiere trabajar con alguien acusado de acoso, manipulación digital, difusión de contenido íntimo sin consentimiento, y difamación.
-¡Estás exagerando! ¡Eso es mentira! ¡No puedes probar nada!, ¡No tienes pruebas!.
-Las tengo. Todas. Y son suficientes para verte pudrirte en una celda durante años. Acabas de enterrar tu carrera con tus propias manos, Isabella -inclinó apenas la cabeza, como si contemplara una presa herida antes del golpe final-. Pero si colaboras y confiesas la verdad frente a la cámara, tal vez... solo tal vez, consiga que los cargos en tu contra se reduzcan.
La mirada de Alexander se volvió aún más cortante.
-De lo contrario, vas a desear no haber nacido.
Isabella tragó saliva con dificultad. El brillo altivo en sus ojos se desvanecía lentamente, reemplazado por un temor denso que flotaba entre ambos.
-Elige, Isabella. ¿Confiesas... o dejo que el mismo mundo que te aplaudía te devore como un trozo de carne podrida?
El silencio se hizo espeso. Ella bajó la cabeza, como si la gravedad de sus errores finalmente la aplastara.
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Editado: 13.08.2025