Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 63: Soy El Villano

"No elegí ser un villano; nací siendo uno.
Me enseñaron que sacrificarlo todo por mis objetivos estaba bien.
No es mi culpa que ahora sacrifique el mundo que me hizo así…
con tal de salvarla a ella."—. F.L

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Félix colgó la llamada y hundió el pie en el acelerador. El rugido del motor lo envolvió como un eco visceral, un animal salvaje dispuesto a devorar el camino. La ciudad quedó atrás en cuestión de minutos: rascacielos que se desdibujaban en el retrovisor, luces que se apagaban como brasas moribundas. Avanzaba sin detenerse, esquivando semáforos, desafiando un tráfico aún vivo en la tarde.

En la autopista, la aguja del velocímetro rozó límites peligrosos. El paisaje se volvió un borrón de cemento y asfalto que terminó de golpe en un desvío solitario. Tomó la salida sin pensarlo, siguiendo una ruta que conocía demasiado bien.

El camino se estrechó, transformándose en brecha: tierra, piedras y curvas ciegas bajo la sombra de los árboles. El coche ya no corría, se arrastraba con la fuerza contenida de una bestia a la que le habían puesto cadenas. Cada bache lo sacudía, cada giro exigía precisión.

El trayecto entero —ciudad, carretera, bosque— apenas sumaría cuarenta minutos, pero a Félix le parecían una eternidad. No podía fallar. No esa vez.

Mientras tanto, dentro de la cabaña, Estrella respiraba con dificultad. El aire le sabía a polvo y miedo. Los pasos del captor retumbaban, cada vez más cercanos, cargados de impaciencia.

—Sé que estás aquí, muñeca… —canturreó él con una dulzura falsa, como un depredador jugando con su presa.

La puerta comenzó a sacudirse bajo los embates. Estrella empujó con todas sus fuerzas el mueble que había colocado como barricada. Resistió hasta que los músculos se le rindieron, y al final la madera cedió con un crujido seco.

El hombre irrumpió. Estrella tragó saliva y reaccionó antes de pensar: le lanzó la rodilla a la entrepierna y, con la mano libre, tomó un marco de madera que había en el suelo. Se lo estampó en la cabeza con todas sus fuerzas. Él gruñó, tambaleándose, la sangre corriéndole por la frente.

Ella no perdió tiempo. Salió disparada por el pasillo, tropezando con cajas y sillas, corriendo sin dirección, solo con la urgencia del instinto.

La cabaña era grande, de dos pisos y con varias habitaciones, un laberinto perfecto para esconderse… o perderse.

Vio al hombre desplomado. Por un segundo pensó: Está muerto.

No lo estaba.

Arrojó el celular hacia el segundo piso, buscando confundirlo con el ruido,

Regreso por el pasillo y agradecio internamente que el hombre aun no saliera de esa habitación, se dirigió al fondo del pasillo donde entro a otra.

No había muebles allí, solo paredes desnudas… y una barra metálica oxidada en el rincón. La tomó como si fuera un arma sagrada.

—¡Estrellita! —rugió el captor, la voz ahora rota por la rabia—. Sal de una vez, o te juro que no te gustará lo que pase cuando te encuentre.

Ella temblaba. Sus nudillos estaban blancos sujetando la barra. Pero no salió. No iba a rendirse.

El captor caminó hasta el cuerpo tirado en el suelo y le toco el cuello comprobando que aún tenía pulso.

Lo pateó.

—¡Eh, levántate, idiota!

El otro gimió, abriendo los ojos con torpeza. No estaba muerto: solo inconsciente. La sangre le manchaba la frente.

—¿Qué pasó? —balbuceó, aturdido.

—Lo que pasó es que eres un maldito inútil. —El captor lo levantó del cuello de la camiseta, obligándolo a ponerse de pie—. ¡Dejaste que una escuincla te dejara inconsciente!.

[Nota: Escuintla

Del náhuatl itzcuintli ("perro"). En México, el término dio origen a “escuincle” o “escuincla”, usado coloquialmente para referirse a un niño travieso o inquieto.]

El hombre masculló, humillado:

—Me sorprendió… no lo vi venir.

—¿Y quieres que te aplauda? —le escupió en la cara—. Ni siquiera puedes retener a una sola chica.

El golpeado desvió la mirada, asintiendo.
—No volverá a pasar.

El captor rió, un sonido áspero que helaba.

—Claro que no volverá a pasar… porque si lo haces, te mato yo mismo.

Lo soltó de golpe.

—Ahora búscala.

Estrella escuchaba todo, el corazón martilleando en el pecho. La discusión le daba segundos de ventaja… segundos que podían salvarla. Retrocedió despacio, evaluando. Y, contra todo sentido, decidió volver a la primera habitación donde se había escondido. Nadie la buscaría dos veces en el mismo sitio… o eso esperaba.

Mientras los hombres discutían, la conversación tomó otro rumbo.

—Por cierto —dijo el captor, sacando un cigarro del bolsillo trasero del pantalón y encendiéndolo con calma—. Vendrán los hombres de Dayas.

El secuaz lo miró atento.

—¿En serio? ¿A ella también la vas a vender?

El líder esbozó una sonrisa torcida, casi enfermiza, mientras pasaba la lengua por los dientes manchados de nicotina.

—Sí… pero antes me voy a divertir un poco con ella. Voy a grabar un par de videos, bien cerditos… y luego que se la lleven. Nos van a pagar un dineral.

El secuaz se encogió de hombros, mostrando la indiferencia de los que ya están podridos por dentro.

—Con que me pagues lo mío, a mí me vale madres lo que le hagas.

Estrella, escondida en la habitación, sintió que el mundo se le partía. Sus manos sudaban, su cuerpo temblaba como si estuviera al borde del colapso. Solo podía repetir en su cabeza el nombre de Félix, rezando en silencio que llegara antes de que todo se desmoronara.

El líder aspiró profundamente, llenándose los pulmones de humo, y exhaló con lentitud en la cara del secuaz.

—Los chicos traerán a las demás morras… las nuestras son esas dos que conseguimos en el bar, ¿te acuerdas? —levantó tres dedos, como si contara billetes—. Junto con mi musa… son tres joyitas, cabrón. Tres. Y por ellas nos van a soltar mínimo medio millón de verdes. Quinientos mil dólares cash, directo. Y si Dario se emociona con el material exclusivo… hasta el millón sacamos.




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