"No sé exactamente qué busco de ti. No sé si solo me atrae la forma en que me miras o si hay algo más escondido detrás del deseo que siento. Solo sé que esto es un crimen… y yo soy un criminal tentado a cometerlo."— F.L
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Estrella 🌟
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—Tenemos que salir de aquí —me dice Félix apenas nos separamos.
—Cierto... pero antes debemos hacer algo con tu herida, sigues sangrando —respondo mientras mis ojos recorren el suelo, las paredes, cualquier cosa que sirva para detener el flujo, aunque no es mucho me causa ansiedad verlo así.
—No te preocupes, Red. En mi auto hay un botiquín, vamos. —Él toma mi mano y me arrastra hacia el exterior.
El pasillo parece interminable, el eco de nuestros pasos es lo único que se escucha. Justo cuando estamos por llegar al final, Félix se detiene en seco. Veo cómo su cuerpo se tensa, como un depredador que olfatea el peligro.
—Cierto, yo… —murmura, dubitativo. Lo miro, esperando.
Finalmente, se gira hacia mí y me clava la mirada, tan directa que me eriza la piel.
—Ve a la habitación en la que estabas. Necesito hacer algo primero.
Entrecierro los ojos. —¿Esconder los cuerpos?
—Sí… exactamente eso... espera, ¿cómo…?
—Lo sé, Félix. —Mi voz suena tranquila. Mi mirada recorre su rostro salpicado de sangre—. Escuché demasiados disparos como para creer que entraste golpeando puertas y pidiendo permiso.
Sonríe de lado, con esa chispa de ironía que es tan suya.
—Si te dijera que sí pedí permiso y que solo los dejé inconscientes, ¿me creerías?
Me acerco un paso.
—Te creería aunque me dijeras que el cielo es rosa y la tierra es plana… —susurro, inclinándome apenas hacia él—. Pero tú, ¿me mentirías?
Un destello de seriedad cruza sus ojos, como una tormenta contenida. —No deberías confiar tanto en mí. No soy como te imaginas.
—Nunca te creí una blanca paloma, Félix.
—No esperaba que me vieras como un hombre bueno pero tampoco como un asesino.
—Tranquilo, no hubieras hecho esto si yo no hubiera estado en peligro —le respondo dandole una sonrisa tranquila.
—Bien. Entonces vamos—. Me dice pero no da un paso. Parece recordar algo de pronto, como una alarma encendiéndose en su cabeza.
—Espera… las chicas.
—¿Qué chicas? —pregunto, desconcertada pero luego lo recuerdo, escuche varios pasos hace rato, tal vez son las chicas que esos tipos mencionaron que venderían.
—Las que trajeron cuando llegué.
Su agarre en mi mano se endurece y me arrastra con determinación hasta el fondo del pasillo, revisando puerta por puerta con movimientos precisos. Cuando abre la última él se detiene, me asomo por un lado y entonces las veo.
Sentadas contra la pared, con las manos atadas, los ojos cubiertos y las bocas amordazadas. Sentí un nudo en la garganta.
Me arrodillé frente a la primera chica y con cuidado retiré la tela que cubría sus ojos, después su boca. Sus labios temblaban, pero no alcanzó a decir nada, solo un sollozo quebrado. Fui liberando a cada una, con las manos temblorosas.
Felix me siguió el paso, desatando sus muñecas. Ellas se estremecían al sentir su contacto, retrocediendo apenas podían, como si temieran que él fuera otro de los que las había mantenido prisioneras.
Una vez todas estuvieron liberadas las abrace.
—Ya está… —susurré con la voz lo más firme que pude—. Todo terminó, ya están a salvo.
Las sentí tensas en mis brazos, como si aún no creyeran en lo que escuchaban. Les acaricié el cabello, apretándolas un poco más fuerte.
Felix dio un paso al frente.
—Levántense —dijo con voz seria—. Voy a sacarlas de aquí.
Ellas se miraron entre sí, el miedo aún en sus ojos, sin atreverse a moverse. Lo noté al instante.
—No tengan miedo —les aseguré con toda la convicción que pude reunir—. Él no es como los otros… él vino a salvarme, y ahora también a salvarlas a ustedes.
Hubo un silencio breve, pesado, pero poco a poco se fueron incorporando.
Salimos directo al pasillo el cual se extiende frente a nosotros como una trampa silenciosa. Felix se detiene y nos mira a todas, su voz grave, firme, como un aviso que hiela la sangre.
—Lo que van a ver no es nada bonito. Prepárense.
Camino junto a él, sintiendo la presión de las manos de las chicas aferradas a mi.
Veo los cuerpos tirados, manchando de rojo la madera. El olor a pólvora y sangre me revuelve el estómago.
Mi mirada tropieza con él… el maldito que me secuestro, el que hizo que tuviera miedo a salir a la calle. Está tendido en el piso, jadeante, la sangre desbordando de su mano y sus piernas. Me observa con un odio visceral. Mi cuerpo se tensa, un escalofrío me recorre entera.
Felix lo nota al instante. Sin pensarlo, me rodea con su brazo y me atrae contra su pecho.
—No lo mires —me susurra, firme, protector—. Se acabó.
Antes de salir, Felix se inclina hacia una silla cercana a la puerta y toma un aparato que descansaba sobre ella. Lo apaga con un gesto seco, casi furioso, y lo azota contra el piso hasta hacerlo añicos. El crujido metálico aún resuena cuando cruzamos la salida.
De pronto, una frenada violenta corta el aire. Varias camionetas se detienen con un chirrido que levanta una nube de polvo, haciéndonos parpadear y toser. Las chicas se estremecen y, en cuestión de segundos, el pánico se apodera de ellas: gritos ahogados, sollozos, el instinto de correr a esconderse. Todas terminan refugiándose detrás de nosotros.
Felix da un paso al frente, interponiéndose entre ellos y yo como un muro implacable. Su cuerpo se tensa al ver la cantidad de hombres armados que descienden de los vehículos.
—¡Bajen las armas! ¡Es la mano derecha del líder de la Umbra! —grita uno de los hombres.
El silencio pesa de golpe. Obedecen sin rechistar y bajan las armas de inmediato.
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Editado: 06.09.2025