Félix.
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—¿Qué dijiste? —mi voz salió baja, como un gruñido contenido.
Estrella me sostuvo la mirada, sin temblar.
—El tatuaje que tienes… dice Umbra. Alex, Dae-Hyun, Gabriel… ellos también lo llevan. He visto a algunos trabajadores con el mismo símbolo, aunque el de Alex es diferente porque él es el líder. Y sé que no es la primera vez que matas a alguien. En México lo hiciste. Tienes contactos en el mundo criminal, Félix… solo tuve que armar las piezas para entender qué estaba pasando.
Me quedé en silencio, con la garganta cerrada. No supe qué sentir… ¿admiración porque había descubierto la verdad? ¿O miedo de que ahora me viera como los demás? Como un monstruo. Y peor aún… que ahora corriera peligro por saber demasiado.
Cerré los ojos, tratando de pensar en qué decir, pero nada. Mi mente estaba en blanco.
—No te juzgo, Félix. Nunca lo haría —susurró. Sentí sus manos frías en mi rostro y abrí los ojos de golpe—Y eso me hace cuestionar mis principios.
Una sonrisa involuntaria se escapó de mis labios.
—Sigue ahí… —murmuré.
—¿Cómo?
—Esa mirada que tanto me gusta ver —contesté en voz baja, con un nudo en la garganta—. Red…
—Dime.
—¿Me tienes miedo?
Ella no dudó.
—No te tengo miedo, Félix. ¿Me harías daño?
Tragué saliva.
—Quisiera jurarte que no… pero no puedo. Tienes razón: soy un mafioso, y mi mundo puede lastimarte. Pero aun sabiendo eso, no me alejé de ti. Cuando recibí tu llamada, me odié pensando que esto te pasó por mi culpa.
—Pero no fue así.
—Lo sé… pero soy esto que ves. Y aunque no quiera, indirectamente puedo lastimarte.
Bajé la mirada, frustrado.
—Debería alejarme de ti.
—No. No lo hagas.
—Dije que debería … no que lo haría. —Antes de pensarlo, mi cuerpo actuó solo: la atraje hacia mí. Ella se sentó en mis piernas, acomodándose con naturalidad. El espacio reducido del auto nos dejó demasiado cerca.
Mierda, Félix. ¿Qué crees que estás haciendo? Contrólate, maldita sea.
—Soy egoísta, Red. Un maldito idiota. Un asesino. Pertenezco a la mafia, y sé que debería alejarme de ti para evitar hacerte daño… pero no quiero. No sé qué hacer. Tarde o temprano te haré daño. Además… no sé exactamente qué es lo que quiero de ti. —Lo confesé, con un peso en el pecho.
Ella me miró fija, seria.
—Señor Larey.
—Dime, señorita Ramírez.
—No te preocupes demasiado. No te conozco desde hace mucho, pero tengo la certeza de que no dejarías que nadie me haga daño. Tal vez estoy loca, tal vez pienses que me creo mucho al estar tan segura de eso… pero no puedo evitar sentirlo. Sé que solo somos amigos, pero… una parte de mí cree que me cuidarás, como Alexander cuida a Alison.
—No lo dudes, Red. Lo haré.
Ella rodeó mi cuello con sus brazos y me abrazó. Yo correspondí, sujetándola por la cintura.
—¿Te molesta si me quedo así? —me preguntó.
—¿Cómo?
—Recargada en tu pecho. ¿Te lastimo el hombro?
—No, Red. No me molesta.
—Bien. Porque tengo sueño… y no sé por qué, pero estando así contigo siento que puedo dormir sin problema.
—No deberías sentir paz en los brazos de alguien como yo.
—Lo sé… pero me gusta sentir que estoy a salvo contigo.
No pude evitar sonreír como un idiota.
¿Qué es esto que estoy sintiendo?.
Me siento confundido, perdido. No entiendo lo que me pasaba.
Minutos después, siento su cuerpo relajarse. Se ha quedado dormida.
...
Media hora más tarde.
Alexander llegó, acompañado de Oliver, Andrei y varios hombres de la Umbra. Los vi por el espejo retrovisor del auto, caminando hacia nosotros.
Bajé la ventana cuando Alexander y Oliver llegaron hasta la puerta.
—Me entumí —dije, intentando sonar ligero.
Alexander me miró con una expresión extraña.
—¿Se puede saber qué hace mi prima sentada encima de ti… abrazándote? —preguntó Oliver, con tensión evidente en la voz.
—Por supuesto. Ella está dormida —respondí tranquilo. Le acomode mi saco el cual le puse mientras dormia para cubrirle las piernas.
Abrí la puerta y bajé con Estrella en brazos. No pesa nada. Esta demasiado ligera… debe ir al médico, me preocupa lo débil que se ve.
—Dámela —dijo Oliver, extendiendo los brazos.
Intentó tomarla, pero Estrella me sujeta con fuerza incluso dormida.
—Al parecer no quiere soltarme. Déjala, no me molesta —repliqué.
—Estás herido —notó Alexander al ver la gasa manchada de sangre que Estrella me había puesto.
—No te preocupes. Estoy bien.
—¿Y por qué tiene puesta tu camisa? —preguntó Oliver, tensando la mandíbula.
Recordé el estado en que la encontré y me puse rígido.
—Hablamos luego de eso —dije con voz grave. Oliver entendió y sus venas se marcaron en el cuello. Esta molesto...muy molesto.
—¿Mataste al maldito? —preguntó.
—No. Solo lo dejé incapacitado. Está adentro.
Oliver no esperó. Corrió hacia la cabaña y, segundos después, se escucharon los gritos del bastardo.
—¡Lex! Dile que no lo mate. Ese me lo mato yo —le pedí a Alexander.
Él asintió y entró a la cabaña.
—Oliver, dice Félix que no lo mates, que quiere encargarse él. —Lo escuché. Luego su voz más fuerte— ¡Oliver, basta, lo vas a matar!
—Mierda… no hace caso.
Dejé a Estrella recostada en el asiento trasero del auto y cerré la puerta con cuidado. Caminé hacia la cabaña.
Lo primero que vi fue a Alexander intentando detener a Oliver.
Pero Oliver no escuchaba.
Sus puños estaban bañados en sangre, el rostro del tipo destrozado, con la nariz rota.
—¡Eres un maldito hijo de puta! Te dije que si te acercabas a mis primas te iba a matar.
—¡Basta, Oliver! —lo agarré de un brazo mientras Alexander lo sujetaba del otro—. Lo vas a matar.
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Editado: 14.09.2025