Lo Que Me Pertenece: Esposa De Un Mafioso

Cap 67: Negociación de paz

Narrador omnisciente:

El rugido apagado de los motores del jet privado se desvaneció en cuanto la escalerilla se desplegó. En la pista del aeropuerto exclusivo de Alexander, la brisa ligera levantaba apenas el cabello de las mujeres que aguardaban con alegría.

Cuando la figura femenina apareció en la puerta del avión, el silencio se rompió.

—¡Mamá! —gritaron al unísono Estrella y Melany, soltando las manos de sus acompañantes y corriendo con todas sus fuerzas hacia la escalerilla. Sus rostros estaban iluminados de emoción y lágrimas, un contraste con la frialdad de los hombres armados que vigilaban los alrededores.

La señora Ramírez apenas pudo dar un paso en tierra firme cuando sus hijas se le lanzaron encima en un abrazo desesperado, cálido, lleno de nostalgia acumulada. Ella las apretó contra sí, cerrando los ojos con fuerza, como si no quisiera soltarlas nunca más.

Detrás, Oliver avanzó unos pasos. No esperó protocolos ni presentaciones, simplemente rodeó a la mujer con los brazos, compartiendo en silencio la misma emoción que sus primas.

—Mis pequeñas, mi niño. ¿Cómo han estado? —preguntó, tratando de abrazarlos a los tres al mismo tiempo, aunque apenas podía con tanta efusividad.

—Estamos bien, tía —respondió Oliver, sonriendo con cariño.

—Muy bien, mamá —añadió Melany, con voz temblorosa por la emoción.

Habían acordado de antemano que nadie mencionaría lo que le había pasado a Estrella. Fue ella quien lo pidió, insistiendo en que no quería que su madre se preocupara por algo que ya había quedado en el pasado. Y aunque a varios les costó aceptar ocultar la verdad, respetaron su decisión.

La señora Ramírez solo sabía que el secuestrador había sido atrapado. Oliver le había contado que, con ayuda de Félix y Alexander, se había movilizado un equipo especial de policías para dar con él, y que finalmente lo habían localizado. En su intento por escapar, aquel hombre había muerto. Esa era la versión oficial, y lo único que debía saberse si alguien tocaba el tema.

Alison camino con paso firme, llevando de la mano al pequeño Alejandro.

—Tía —dijo al verla, y sus ojos brillaron con sincero afecto. Aunque no compartían lazos de sangre, tanto Alison como su hermano eran considerados parte de la familia. La señora Ramírez siempre los había tratado como hijos propios desde que los conocío.

—Mi niña Alison. Mi pequeño Alejandro —exclamó la mujer con un nudo en la garganta, inclinándose para tomar al niño en brazos. Lo levantó con cuidado, riendo entre lágrimas, acariciando sus mejillas mientras le susurraba cuánto había crecido. Alison la abrazó con ternura, apoyando la frente contra la de ella, compartiendo un silencio que lo decía todo.

—Bienvenida, señora Ramírez —intervino Alexander, acercándose con calma, su tono respetuoso pero firme.

—Señor Williams, un gusto verlo —respondió la madre de las hermanas Ramírez con una sonrisa amable. El enojo que alguna vez había sentido hacia él por malentendidos pasados ya se había disipado; sabía que no le había fallado a Alison.

—Dígame solo Alex, por favor —pidió él con suavidad.

La mujer asintió, sonriendo, y bajó a Alejandro de sus brazos. El niño no tardó ni un segundo en ir hacia Alexander, quien lo levantó con facilidad, depositando un beso en su cabello.

—Señora Ramírez, bienvenida a Nueva York —la saludó Hana con calidez, acercándose un poco.

—Muchas gracias, hermosa —contestó la mujer, envolviéndola en un abrazo lleno de ternura—. ¿Has estado bien, linda?

—Por supuesto —respondió Hana con una sonrisa ligera.

—Qué bueno, hija.

—Es un placer volver a verla —dijo Félix de pronto, avanzando con su porte habitual.

La señora Ramírez se adelantó sin dudar, y lo abrazó, ignorando la rigidez que él mostró en un principio.

—Ay, hijo… ¿pero qué te pasó? —preguntó enseguida, notando el cabestrillo que le sostenía el brazo.

Alexander, Gabriel, Hana y varios hombres de la Umbra intercambiaron miradas sorprendidas. Todos sabían que Félix odiaba los abrazos de desconocidos, y mucho menos aceptaba esa clase de contacto de alguien con quien apenas había cruzado palabras. ¿Desde cuándo existía esa cercanía con la madre de Estrella y Melany?

El aire se tensó por un instante, esperando su reacción.

Y, para sorpresa de todos, Félix soltó una breve risa, sincera, baja, y le devolvió el gesto con suavidad.

—No se preocupe, estoy bien —dijo casi en un susurro—. Tuve un pequeño accidente, nada grave. En poco tiempo estaré bien.

—No me digas que chocaste o algo así —replicó ella, genuinamente preocupada.

—No, claro que no. Solo me caí sobre el hombro y me lastimé un poco —mintió con firmeza.

El resto de los presentes lo secundó en silencio. Nadie iba a revelarle que se trataba de un disparo.

—Ay, hijo, con más cuidado —dijo la señora Ramírez, acariciándole el brazo con ternura—. Ven, vamos, necesitas descansar… Mis maletas, ¿dónde están?

Antes de que ella pudiera moverse, varios guardaespaldas ya estaban cargando el equipaje.

—No se preocupe, señora, los muchachos lo subirán a los autos —intervino Alexander.

Ella asintió agradecida. El grupo se puso en marcha, y pronto estaban subiendo a la limusina que los esperaba. Andrei y Henry ocuparon posiciones discretas junto a la puerta trasera, vigilando con firmeza. La señora Ramírez notó la cantidad de hombres armados, pero no comentó nada. Simplemente asumió que la seguridad extra se debía a la influencia de Alexander, Hana y Félix.

El trayecto hacia la mansión se dio entre conversaciones suaves, las luces de Nueva York quedando atrás hasta que el enorme portón de la residencia se abrió para recibirlos. La imponencia del lugar dejó a la señora Ramírez impresionada.

—Le preparé una casa para que pudiera quedarse, era mi idea desde el principio —explicó Félix mientras caminaban hacia el vestíbulo principal—. Pero Alexander insistió en traerla aquí. Usted puede decidir dónde quedarse.




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