Hana caminaba con pasos firmes hacia el jardín, su respiración agitada y los ojos llenos de rabia contenida. Oliver la siguió sin pensarlo, extendiendo la mano para detenerla, pero ella se soltó con un movimiento brusco, sin dignarse siquiera a mirarlo.
—¡Hana, espera! —la llamó, la voz cargada de desesperación.
Ella no respondió. Esa indiferencia lo desesperaba aún más. Con un gesto decidido, la rodeó por la cintura y, sin darle opción, la levantó fácilmente, echándola sobre su hombro.
—¡Oliver, bájame ahora mismo! —gritó, golpeándolo con sus pequeños puños en la espalda—. ¿Se te volvió costumbre cargarme así?, ¿qué crees que soy?
Él sonrió de medio lado, aunque en sus ojos brillaba una seriedad distinta a la de otras veces.
—No me dejas otra opción. Quiero hablar contigo, y esta vez no pienso dejarte escapar.
Sus pasos resonaban fuertes sobre el piso de piedra hasta que llegaron a un rincón apartado del jardín trasero de la mansión. Bajo la sombra de un árbol descansaba una vieja mecedora de madera. Allí la bajó con cuidado, como si temiera que se rompiera en sus brazos.
Ella dio un paso atrás, temblando de coraje y de algo más que no quería reconocer.
—Hana… mírame —pidió él con voz baja, casi suplicante.
Ella levantó la vista, y esos ojos suyos, brillantes de lágrimas, lo atravesaron como cuchillas. Oliver sintió un dolor punzante en el pecho.
—¿Ya me vas a decir por qué hiciste eso? —preguntó ella, la voz quebrada, otra lágrima rodando por su mejilla.
Oliver tragó saliva, luchando contra sus propias emociones.
—Sí… pero antes dime una cosa. —Su mirada la sostuvo con intensidad—. ¿Por qué dijiste que estabas comprometida? Sé que es mentira. Tú no lo quieres.
Hana apretó los labios, furiosa y avergonzada a la vez.
—¿Es en serio? ¿Quieres cambiar de tema ahora? —le reprochó, pero él no cedió.
—Necesito saberlo. —Su voz fue firme, inquebrantable.
Ella suspiró hondo, dándole la espalda.
—Es mentira… —confesó al fin, apenas audible—. Fue una tontería. Eliam sabe lo que siento por ti, y me propuso darte celos… yo acepté. Quería vengarme, hacerte reaccionar.
Oliver abrió mucho los ojos y después soltó una risa incrédula.
—Maldita sea… y vaya que lo lograste. —Se acercó por detrás y la abrazó por la cintura, pegándola contra él—. Te juro que me estaba volviendo loco, Hana. Qué venganza tan cruel, nena.
Ella giró apenas la cabeza, con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—¿Tú… de verdad estabas celoso? —preguntó en un hilo de voz.
—Muy celoso. —Él la obligó a girarse para mirarlo de frente—. No soporto la idea de verte con otro. Solo imaginarte con ese idiota me alteraba. Hana…
Ella quedó atrapada en esa mirada que siempre la desarmaba.
—Sé que no es el mejor momento ni el mejor lugar, pero no puedo callarlo más… me gustas. Demasiado. —Oliver habló con la voz tensa, casi quebrada—. No es solo atracción. Es algo más profundo. Yo… tengo miedo de enamorarme, de salir lastimado o de lastimar a alguien otra vez.
Sus manos se deslizaron hasta las mejillas de ella, acariciándola con una ternura que contrastaba con la intensidad de sus palabras.
—Por eso puse límites contigo. Dudaba, porque tú mereces a alguien mejor. Eres hermosa, inteligente… podrías tener a cualquier hombre con un apellido poderoso, alguien con riquezas, con un futuro brillante. Yo, en cambio, no soy más que un simple guardaespaldas. Mi mundo y el tuyo son distintos. —Apretó la mandíbula y bajó la mirada—. No tengo nada que ofrecerte más que mi lealtad y este corazón torpe que late demasiado rápido cuando estás cerca.
Ella lo miraba con los ojos grandes, brillantes, mientras él continuaba con voz temblorosa:
—Intenté negarlo, me forcé a mantener distancia, pero no puedo. No quiero que sonrías para nadie más. Y si algún día me dejas porque no soy suficiente… lo aceptaré. Pero ahora necesito que lo sepas: me gustas demasiado.
Hana explotó en lágrimas, golpeándole suavemente el pecho con las manos.
—Eres un idiota, Oliver. ¿Quién crees que soy? ¿A quién carajos le importa si somos de mundos distintos? ¿Qué acaso vienes de Marte? ¡Y si así fuera, qué más da! —sollozó con fuerza—. No necesito a un hombre rico que me llene de lujos. Dinero ya tengo, y puedo ganar más. Y aún si no tuviera te eligiria mil veces. Lo que quiero es a ti, ¿entiendes? ¡A ti!
—Nena…
—Escúchame bien, Kim Oliver. —Lo tomó del rostro con ambas manos, obligándolo a mirarla a los ojos—. A mí no me importa tu mundo ni tu apellido. Mis padres me enseñaron que el amor vale más que toda la riqueza del mundo. Jeremy ama a Melany, ¿cierto? Y no le importó gritarlo a los cuatro vientos aunque es una figura pública. Mis papás adoran a Mel, y a ti también te quieren. Te ven como un chico genial. No se van a oponer a nada. Así que deja de preocuparte por tonterías, ¿me oíste?
Oliver asintió, conmovido hasta los huesos. Sentía que el corazón se le estrujaba al ver las lágrimas de Hana, sabiendo que él era la causa. La abrazó con fuerza, acunándola contra su pecho como si quisiera protegerla del mundo entero.
—Entendido, nena… —susurró con voz ronca.
Se quedaron así, fundidos en un silencio cargado de emociones, mientras los sollozos de ella poco a poco se apagaban. El latido acelerado de Oliver contrastaba con la calma que intentaba transmitirle, acariciándole suavemente el cabello. Pasaron unos minutos hasta que Hana respiró más tranquila.
—Hana… —murmuró él con ternura.
—¿Qué? —respondió ella, todavía con la voz quebrada.
—Cierra los ojos.
Ella lo miró con cejas arqueadas, confundida.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Solo hazlo… confía en mí —pidió con una pequeña sonrisa que escondía su nerviosismo.
Ella dudó un segundo, pero finalmente obedeció. Oliver se levantó, se alejó apenas unos pasos y, cuando volvió, estaba arrodillado frente a ella, sosteniendo una rosa que había tomado del jardín.
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Editado: 08.10.2025