"La paciencia no era la espera, sino el cincel frío con el que esculpió la venganza que pondría precio al nombre de aquel hombre."
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—Iré a revisar el perímetro —avisó Henry, dando por terminada la conversación.
Andrei solo asintió, con ese gesto que ambos compartían cuando las palabras sobraban.
Henry se ajustó la chaqueta y salió. Aunque su función principal era proteger a Alison, siempre terminaba involucrándose en la seguridad general. No podía evitarlo; era una mezcla entre responsabilidad y costumbre. Crecer bajo la sombra de un hombre que controlaba cada aspecto de su vida le había enseñado que el más mínimo descuido podía costar caro.
Después de comprobar que todo estuviera en orden, se dirigió a la cafetería. Lucía había llevado café hace un rato, pero para él, el café debía ser tan fuerte como la vida que llevaba.
Mientras esperaba, se perdió en sus pensamientos, con la mirada fija en la máquina que soltaba vapor.
—¿En qué tanto piensas? —preguntó una voz femenina, arrancándolo del trance.
Henry giró levemente; Alison lo observaba con curiosidad.
—En lo difícil que es intentar complacer a los demás y, al mismo tiempo, hacer lo que uno realmente quiere —respondió con una media sonrisa cansada.
—Sí… es difícil. A veces lo que uno quiere pasa a segundo plano —dijo Alison, sentándose frente a él con su taza entre las manos—. Por costumbre, por miedo, o por amor.
—Exactamente. ¿Alguna vez tuviste que ser lo que los demás esperaban? —preguntó Henry, genuinamente interesado.
—Sí. Por mis padres —admitió sin dudar—. ¿Y tú? ¿Lo dices por los tuyos… o por alguien más?
Él soltó una leve risa. —¿Tienes curiosidad sobre mí?
—Demasiada. Me gusta conocer a las personas con las que comparto techo… perdón si sueno entrometida.
—No te disculpes —respondió, apoyando los codos sobre la mesa—. Sí, es por mi padre. Mi madre murió hace mucho, y mi relación con él es… complicada, por decirlo suavemente.
—Lamento lo de tu madre. No debí preguntar.
—No te preocupes. Pasó hace tanto que ya no duele del todo. Pero con él… —su voz bajó, casi en un susurro— …con él nunca hubo nada que no doliera.
Alison lo miró en silencio.
—¿Tu padre también pertenece a este mundo? —preguntó con cuidado—. Me imagino que eres hijo único, por eso la presión.
Henry negó con una sonrisa amarga. —No, tengo medios hermanos. Soy el menor… y el único que creció bajo su techo. La peor suerte posible, ¿no crees?
—Tus hermanos crecieron con sus madres —dedujo Alison.
—Sí. Ellos tuvieron algo que yo no: distancia —respondió, clavando la mirada en su taza—. Mi padre siempre quiso moldearme a su manera. Que fuera su reflejo, su sombra. Me enseñó que el amor se gana obedeciendo, y que desobedecer se paga con dolor. Cuando creces así, la libertad te parece un pecado.
Alison permaneció callada, conmovida por la crudeza de sus palabras.
—Pero poco a poco he aprendido a romper sus cadenas —continuó Henry, con un deje de orgullo—. Hago lo que quiero, no lo que él ordena. Aunque cada vez que lo hago, siento la soga apretarse un poco más. Su forma de control nunca desaparece del todo.
—Vaya… todo un drama familiar —intentó bromear Alison, buscando aliviar la tensión.
Henry sonrió. —Sí. Una tragedia digna de una novela.
—¿Y tus hermanos? ¿Los ves?
—A veces. Pero ellos no saben quién soy realmente. Me conocen, pero no saben que compartimos sangre —confesó, bajando la voz—. Ignoran que soy el hijo del hombre que ambos odian.
—Mesa cuatro, su café está listo —anunció una empleada desde la barra.
—Nuestro café —dijo Alison, levantándose con una sonrisa suave—. Vamos.
Antes de que ella se alejara, Henry la detuvo con la mirada.
—Alison… —murmuró—. Mi pequeño drama familiar… es un secreto. Después de Andrei, nadie sabe sobre mi vida personal.
Ella asintió. —No te preocupes. No diré nada.
Henry observó cómo se alejaba. Por primera vez en mucho tiempo, hablar de su padre no le había pesado tanto. Tal vez porque, en medio de tanto caos, necesitaba soltar algo del veneno que cargaba desde niño.
Porque a veces, hablar de lo que duele… es la única forma de no seguir muriendo en silencio.
...
[En otro lugar ]
—¡Maldita sea! —estalló Dimitrio, golpeando la palma contra la mesa hasta que el eco resonó en la habitación—. ¿Cómo que ese Kim Oliver será el que se enfrentará?
En la pantalla, Ashton ladeó la cabeza y dejó escapar una risita corta antes de responder; su hijo, Eliam, le había contado todo y él lo transmitió al instante a través de la videollamada.
—¿Y eso no te parece perfecto? —replicó la voz desde el monitor, tan calculadora como siempre—. ¿Temes que Oliver gane?
Dimitrio no podía creerlo.
—No es eso. Solo que Oliver no es cercano a Alexander —dijo, apretando los dientes—. Si muere ahí afuera, a Alexander no le dolerá… no como si fuera otra cosa.
A su lado, Anna contuvo la risa hasta que la carcajada salió sin freno, rotunda y afilada. La cámara la mostró por un segundo: ojos brillantes, labios que se curvaban en una mueca casi de deleite.
—¿Qué te divierte, querida? —preguntó Dimitrio, volviendo la mirada hacia ella con una mezcla de reproche y curiosidad.
—Porque esto funciona mejor de lo que imaginábamos —dijo Anna, y su risa se convirtió en cuchillo—. Oliver es el mejor amigo de mi querida nuera. Si Oliver cae, Alison culpará a Alexander por haberlo arrastrado a este mundo. ¿Qué crees que hará ella cuando lo pierda? ¿Perdonará? No. La culpa destrozará a Alexander desde dentro.
En la pantalla, Ashton dejó escapar una bocanada de humo que se elevó en la imagen en ralentí.
—Tiene sentido —asintió Ashton—. Es un exagente de la DEA, no lo subestimemos. Puede pelear; puede sorprender. Pero confío en mi hombre.
Dimitrio frunció el ceño. La posibilidad de que Oliver fuera más peligroso de lo previsto le clavó la inquietud en el pecho.
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Editado: 08.10.2025