Después de que Oliver y Hana llegaron, me obligaron a irme acompañado por Henry para que me escoltara hasta el hospital de la Umbra, evitando que me desviara a otro lado.
Tras la revisión y un sermón de media hora por parte del doctor sobre por qué me fui así, finalmente pude dirigirme a la casa de mis padres para cambiarme de ropa.
Podría haber ido a mi departamento, pero mientras antes les diera la noticia, mejor sería.
—Estás nervioso. ¿Pasa algo? —preguntó Henry, observando cómo mis manos temblaban en mi regazo.
Él conducía mientras yo me sentaba en el asiento del copiloto, intentando calmar los pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza.
—Sí… —contesté, con un hilo de voz.
—¿Quieres hablar al respecto? —insistió, mirándome directamente justo cuando el semáforo cambió y nos detuvimos.
—Me siento como si estuviera de regreso en el preescolar...—dije, apretando los puños contra mi regazo—. Cuando tenía que darles una noticia a mis padres sobre alguna travesura que hice, y sabía que probablemente me iban a castigar.
Henry asintió, entendiendo la metáfora.
—Entiendo… ¿hiciste algo malo y ahora vas a darles la noticia? —preguntó con suavidad.
—No es algo malo… es solo que algo pasó, pero sé que ellos no lo van a ver bien —respondí, mirando por la ventana mientras las luces de la ciudad pasaban difusas.
—Mmm… —murmuró Henry, como pensando—. Entonces lo que sientes es miedo, no culpa.
—Exacto… miedo —susurré, con la garganta seca—. Miedo de decepcionarlos. La verdad es que... mi novia está embarazada —dije finalmente, dejando que las palabras salieran de golpe.
Henry sonrió ampliamente, dejando escapar un leve silbido.
—Así que el segundo al mando de la Umbra será padre —bromeó, pero con un brillo cálido en los ojos.
—Sí… seré papá —respondí, dejando que la emoción me atravesara.
—¿Tienes miedo? —preguntó, observándome con curiosidad y apoyo.
—Lo tengo —admití, respirando hondo—. Pero también estoy feliz. Muy feliz.
—Se te nota —dijo Henry con una sonrisa franca—. Felicidades, futuro padre.
—Gracias, Henry —respondí, sintiendo que una parte de la ansiedad disminuía.
—Y entonces, ¿lo que me dices es que vas a contárselo a tus padres? —preguntó con suavidad.
—Sí —dije, tensando los hombros.
—¿Y tienes miedo de cómo reaccionarán? —insistió, percibiendo mis dudas.
—Sí… ellos son muy conservadores. Tener un hijo fuera del matrimonio para mi padre es prácticamente un delito —confesé, con un nudo formándose en el estómago.
Henry asintió, comprendiendo la magnitud de mi preocupación, y desaceleró un poco el auto, como si quisiera darme espacio para ordenar mis pensamientos.
—Mira, Dae-Hyun… —dijo, bajando la voz para que solo nosotros escucháramos—. No importa lo que digan. Ser padre es algo que va más allá de lo que piensen tus padres o la sociedad. Lo importante es que tú estés presente, que seas responsable y que le des amor a ese bebé. Todo lo demás… se arregla con tiempo.
Suspiré, intentando calmar el torbellino de emociones en mi cabeza: miedo, responsabilidad, confusión, y algo inesperadamente cálido.
Henry me lanzó una mirada comprensiva, suavizando su expresión.
—Dae...ellos te quieren. No siempre entenderán, no siempre aprobarán, pero saben quién eres. Y saben cuándo actúas con responsabilidad. Tienes que confiar en eso.
Asentí lentamente, dejando que sus palabras me calmaran un poco.
-—Ahora respira hondo y prepárate. Vas a necesitar todo tu coraje y tu corazón para esto.
Miré la carretera frente a mí, con la cabeza llena de pensamientos, consciente de que un capítulo completamente nuevo de mi vida estaba a punto de comenzar.
...
45 minutos después
—¿Y entonces qué pasa? —preguntó mi padre, con la voz grave, mientras yo entraba a la sala. Había pedido hablar con ambos apenas llegué.
Un silencio denso llenó el lugar, pesado, cargado de expectativa.
—Tengo algo que decirles —empecé, manteniéndome de pie, aunque mi madre me hizo señas de que me sentara. No podía.
—¿Le pasó algo a Melany? —preguntó ella, la preocupación reflejada en sus ojos.
—No… no… bueno, sí, pero no —tartamudeé, viendo cómo ambos me miraban con confusión.
—Explícate, hijo, que no entendemos —dijo mi padre, un poco más serio, con esa rigidez que siempre marcaba la casa.
—Esto la involucra a ella, pero no es por el accidente que tuvo —aclaré, tomando aire.
—Me habías asustado, hijo —susurró mi madre, soltando un suspiro que parecía llevar años de preocupación acumulada.
—Entonces… —preguntó, esperando mi explicación.
—Mamá, papá… —dije, conteniendo el temblor en la voz y el miedo en el pecho—. Voy a ser papá. Melany esta embarazada.
Confesé sin más. El silencio se hizo largo muy largo, hasta que la voz de mi papá lo rompió.
—¿Y todavía tienes el descaro de venir aquí a confesarlo?
Levanté la vista apenas un poco.
—No vine a pedir perdón. Vine a decirles la verdad.
Mi madre lo miró con súplica, pero él no la escuchó.
—¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó él, con ese tono cortante—. ¿Casarte con ella para limpiar tu error? ¿O esconderla, para que no manche el apellido Jung?
—¡No lo haré! —repliqué, sin poder contenerme—. No pienso esconder a Melany, ni a mi bebé.
—¿Bebé? —repitió con ironía—. Llamas “bebé” al resultado de tu irresponsabilidad.
—¡No lo diga así! —mi voz se quebró.
—Te di educación, posición, respeto —dijo con una calma cruel—. Y lo primero que haces con todo eso es poner en riesgo el nombre de nuestra familia. ¿Sabes lo que dirá la prensa si se entera? ¿Sabes cómo nos verá la sociedad?
—No me importa —susurré.
—¿Qué dijiste?
—Que no me importa.
Su mano se cerró en un puño. Mi madre se levantó asustada.
—Cariño, por favor—.
Pero él no le hizo caso.
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Editado: 06.11.2025