Lo que me quedó

CAPITULO 3

Me perteneces más de lo que te perteneces a ti misma.

Al día siguiente, al despertar y notar que Alexander no estaba dormido a mi lado, decidí no arruinar mi mañana con pensamientos de zozobra sobre dónde podría estar o por qué seguía sin responder mis mensajes. No quería empezar el día con esa angustia. Así que simplemente me levanté y fui directo al baño, dispuesta a dejar que el agua caliente relajara mis músculos, que se sentían tensos a pesar de mis intentos por no pensar en él y centrarme en lo único que realmente importaba: yo.

Después de asearme y arreglarme, tomé rumbo a la universidad. Pedí un taxi para llegar a tiempo, ya que no había señales de ninguno de los amigos de Alexander fuera de la casa. La verdad, eso no me importaba en lo más mínimo. De hecho, el trayecto me resultó extrañamente placentero; se sentía bien no tener que depender de la presión de esas personas con las que nunca logré conectar del todo. En su momento intenté entablar alguna amistad —solo me llevaba bien con dos de ellos—, pero el resto simplemente no eran de mi agrado, por más que tratara de abrirme.

Al llegar a la universidad, me propuse enfocar mi mente en las actividades del día y no en cosas que no lo merecían.

—Y a la larga, ¿sí vamos a salir este viernes, verdad? —dijo Alayna, atragantándose con un pedazo de pan francés—. Ya tengo listo mi atuendo para bailar como puta en medio de la disco.

Nos encontrábamos reunidos en una mesa de la cafetería, un pequeño grupo de compañeros con quienes había ido entablando una bonita amistad a lo largo de la carrera. Estábamos organizándonos para decidir cómo haríamos la tarea de Historia de la Arquitectura, asignada por el señor Frederick, un profesor al que no se le escapaba ningún detalle al momento de revisar minuciosamente los trabajos —y mucho menos cuando se trataba de exponer.

—Pues en eso habíamos quedado la semana pasada. La única que no confirmó, por andar medio desaparecida, fue Jean —dijo Patrick, mientras todos volteaban a verme.

—Tienes razón, la única que no confirmó nada fuiste tú, Jane. Dinos, ¿nuestros humildes ojos mundanos son dignos de presenciar tu compañía esa noche? —dijo Verónica, cruzándose de brazos y esperando mi respuesta.

—Concuerdo con Patrick y Veró. Hace mucho que no te reúnes con nosotros más allá de hacer los trabajos —secundó Alayna.

—Queremos tenerte con nosotros este viernes. Mira que hay barra libre esta semana, no puedes desaprovechar una oportunidad así —añadió Patrick, animado.

—Déjenla, de seguro no podrá ir con el tremendo novio cascarrabias y controlador que tiene —continuó Verónica con un tono burlón.

—Alexander no es controlador —me defendí de inmediato.

—¿No? Amiga, te manda a sus amigos para que te lleven y te traigan de la universidad. ¿Qué clase de novio normal hace eso? —replicó Bianca, alzando una ceja.

—No es eso… Él no puede pasarse dejándome o recogiéndome después de clases, y le gusta que esté siempre segura, por cualquier cosa —respondí, tratando de sonar tranquila.

—Pues a mí me parece demasiado raro —insistió Bianca.

—Bueno, ya. No estamos aquí para hablar de novios, novias ni amantes que tienen frustradas a algunas —intervino Patrick, como siempre, buscando la paz en el grupo.

—¡Ey! ¡Te dije que no fue así! —reclamó Verónica, ofendida.

—Sí, cariño, porque estabas saliendo con alguien casado. ¿No te causa pesar lo que pueda sentir la mujer cuando se entere? —le dijo Alayna, dejando a un lado su pan para centrar su atención en Verónica.

—No me causa pesar, porque sé que ella también lo engaña. Además, ambos decidieron abrirse a nuevas experiencias para salir de la monotonía del hogar. Y como él estuvo detrás de mí por varios meses —y no se le puede negar que está como para comérselo con cafecito caliente en las mañanas—, solo aproveché la oportunidad —respondió Verónica con total naturalidad.

—Yo no accedería a algo así. Me parece descabellado y fuera de toda moral —dijo Bianca desde el otro lado de la mesa.

—Ay, mijita, tu moral puedes metértela por donde no te entra la luz del sol, si andas acostándote con el maestro de deportes después de la jornada laboral —contraatacó Verónica con una sonrisa venenosa.

—Pero él no está casado, ni tiene hijos —se defendió Bianca.

—Pues no causo daño si ambos saben —replicó Verónica, encogiéndose de hombros.

—Refutar mis tetas, si al final los hijos sufrirán al notarlo —respondió Bianca, cruzando los brazos con molestia.

—Eso ya no es mi problema, además… —siguió Verónica, pero fue interrumpida.

—Ya párenla con su charla de mujeres fogosas, profesores pervertidos y hombres casados. Queremos saber qué dirá Jean —intervino Patrick, buscando cortar la tensión.

—Sí, Jean, ya han sido varias las veces que te hemos invitado y no has querido venir. Queremos disfrutar la noche contigo —dijo Alayna. De todos, ella era con quien más solía hablar.

—Pero nada de novios tóxicos ni escenas dignas de llamar a un patrullero y dejarlo viviendo en la cárcel —advirtió Verónica con un tono burlón.

—Concuerdo. Nada de amantes, ni novios, ni calenturientos profesores; simplemente nosotros —añadió Patrick, que hasta el momento se había mantenido absorto mirando su celular.

—También concuerdo —respondió Alayna, y todos en la mesa asintieron antes de girar la mirada hacia mí.

—¿Y qué dices? —preguntó Bianca.

Se hizo un breve silencio. Con un suspiro, no me quedó más que asentir.

—Bien —dije finalmente—. ¿A qué hora es?

—Este viernes a las ocho, preciosa —respondió Patrick, guiñándome un ojo.

—De acuerdo, ahí estaré —contesté.

—Perfecto. Te enviaré la dirección más tarde —dijo Verónica mientras se levantaba—. Tengo que irme, mi otra clase está por empezar. —Se despidió con un ademán, seguida de Bianca, con quien compartía la mayoría de materias.



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En el texto hay: amortoxico, abusos, violencia abuso

Editado: 22.11.2025

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