Lo hago para que no te quiebres en donde yo no pueda verte.
Sueño…
La habitación del motel es pequeña, cálida, iluminada por la luz amarillenta que se cuela por las cortinas viejas. La sábana les cubre la cintura a ambos. El aire todavía huele a sudor y a esa mezcla tan particular de dos personas que se han demostrado cuanto se aman con locura
Jane está boca abajo sobre la cama, respirando lento, con la espalda descubierta. Alexander, a su lado, se gira hacia ella y desliza suavemente los dedos por su columna, en un movimiento lento y tierno.
—“Te amo tanto…”—murmura él, con esa voz ronca que siempre la derrite.
Ella sonríe sin voltear a verlo.
—“Lo sé.”
—“No… no lo sabes.”—corrige él, inclinándose para besarle el hombro y seguir bajando por su cuerpo—. “No tienes idea.”
Jane ríe bajito, con esa risa suave que él adora.
—“Alex, basta amor… …tengo que irme.”
Vuelve a reír, pero esta vez él se pone serio. La observa.
—“Quédate conmigo.”
Ella frunce el ceño, aunque no puede evitar que su corazón tome un ritmo irregular. Más fuerte.
—“Alex…”
—“Escápate conmigo.”—insiste él—. “Solo tú y yo. Podemos hacerlo. Ya lo hemos hablado.”
Jane se incorpora lentamente, tomándose la sabana para cubrirse y pararse de la cama. Suspira.
—“N-No puedo.”
—“¿Por qué?” —él frunce el ceño.
—“Porque estoy estudiando aun Alexander, porque mis papás me matarían si se dan cuenta de algo así.”
—“Y que importa lo que ellos piensen”—Se levanto deprisa de donde estaba—“Desde cuando te importa lo que ellos digan, siempre han estado en nuestra contra, nunca han comprendido que el amor que siento por ti es real, se que les causo vergüenza porque no soy como ustedes y por ello pasan de mi. Incluso tu muchas veces siento que eres igual a ellos” —la mira con tristeza.
Ella deja de moverse. Lo mira, dolida.
—“No me escondo de ti Alexander… solo quiero hacer las cosas de manera diferente, por que te amo, y sé que las cosas pueden cambiar.”
Alexander medio-sonríe.
—“Yo soy tu mundo.” —dice el acercándose a ella.
Jane siente un nudo en la garganta. Ese Alex, el que está frente a ella en el sueño, es el Alex que la hacía sentir segura, amada, y suficiente.
El la toma de su mandíbula y la besa…un beso que ella corresponde con la misma entrega que él le demuestra.
—“Lo eres amor”—Dice separándose—…..Tengo que irme antes de que lleguen.”
Él se sienta en la cama, apoyando los brazos en las rodillas, observándola mientras recoge su ropa del suelo.
—“¿Lo vas a pensar?”—pregunta él, con una mezcla de esperanza y…temor.
Jane cierra los ojos un instante.
—“Sí… lo voy a pensar.”
Él se vuelve a acercar, la toma por la cintura y la jala hacia él, apoyando su frente contra la de ella.
—“Dímelo de verdad.”
Ella coloca una mano en su cabello sobándolo con dulzura.
—“De verdad, Alex. Lo voy a pensar.”
Él la besa. Un beso lento, dulce. Un beso que la hace sentir que puede enfrentarse ante todo contra él.
Salen del motel tomados de la mano. Antes de llegar a casa de ella, pasan por un puesto de comida comprando comida rápida para que ella pueda comer algo. Ya que salieron en horas de la tarde.
—“Para que veas que cuido de ti.” — le dice dándole la funda de comida.
—“Ay Alex…”—ella sonríe—. “Mis papás van a matarme, es tarde”
—“Que te maten entonces. Yo te revivo preciosa.”—bromea él, haciéndola reír otra vez.
La deja en la esquina de su casa. Jane mira hacia su casa, nerviosa.
—“Gracias por hoy.”
—“Gracias por existir.”—dice él, tocándole la mejilla.
Ella siente un impulso, lo abraza fuerte.
—“Te amo.”
—“Yo más.”—responde él
Ella se voltea y corre hacia la casa. Él la observa alejarse.
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Jane abre los ojos abruptamente. Respira hondo… y se da cuenta de que está llorando.
—“¿Por qué…?”—susurra para sí misma.
El sueño se sintió demasiado real, como si el pasado hubiera regresado solo para recordarle lo roto que estaba ahora el presente.
Se da vuelta en la cama y lo ve.
A su lado se encontraba Alexander dormido boca abajo, con la ropa que se había llevado puesta al salir de casa, y por el olor sabía que se encontraba borracho.
Algo raro en él ya que no suele emborracharse.
—“Alex…”—lo mueve suavemente del hombro—. “Alex… despierta.”
Él no reacciona.
Ella suspira, cansada.
Es fin de semana. Y ya es de día así que cuerpo se mueve en automático.
Se levanta. Arregla la parte de la cama en la que estuvo acostada. Va a la cocina. Prepara desayuno. Limpia rápidamente la casa. Lava ropa.
Intenta ignorar la punzada en el pecho.
Hasta que abre la mochila que él se llevó anoche, el abrigo de Alexander está impregnado de olor a colonia de mujer y algo más fuerte. Algo químico.
Ella se queda rígida. El corazón le retumba en el pecho. Siente frío.
Pero no grita. No llora. No se derrumba.
Solo respira, y trata de mantener la compostura en ese momento.
—“Esperar hasta que despierte es lo mejor.” —se dijo así misma.
Porque en este momento, la confusión es tan profunda que ni siquiera sabe qué pensar.
Y mucho menos qué sentir.
El reloj avanzaba lento, como si el tiempo mismo la estuviera observando desde alguna esquina de la casa.
Ella estaba sentada en la mesa del comedor, con las manos entrelazadas, los codos apoyados y la mirada perdida.
El desayuno ya estaba servido.
El café humeaba… pero ella no lo tocaba.