Lo que me quedó

Capítulo 7

Algunas memorias no se pierden: se entierran vivas. Y tarde o temprano, encuentran la forma de escarbar hasta la superficie.

Era lunes. El campus parecía más ruidoso que de costumbre, aunque tal vez era solo que su cabeza estaba demasiado silenciosa en comparación. El sol golpeaba los ventanales del patio central, donde los estudiantes se amontonaban entre conversaciones rápidas, cafés tibios y risas dispersas. Ella estaba ahí, sentada con su grupo, pero era como si su cuerpo hubiese llegado y su mente siguiera lejos, muy lejos.

Patrick hablaba de algo —un comentario sarcástico, seguramente—; Alayna tomaba notas en su iPad; Bianca gesticulaba exageradamente mientras contaba una anécdota del fin de semana; Verónica revisaba sus mensajes. Todo era normal, cotidiano… excepto ella.

Porque ella solo veía la pantalla de su celular.

Alexander se había ido esa mañana.
Aún podía sentir su cuerpo contra el suyo, el calor de su piel, la forma en que él había hecho suya una vez más esa mañana antes de que partiera para la universidad. Ambos habían desayunado juntos, conversaron poco. Él parecía concentrado, mentalmente preparándose para el viaje. Ella trataba de memorizar su expresión, como si él fuese a desaparecer por semanas, aunque eran solo unos días.

Hace unos minutos él le había enviado una foto:
Alexander, con la mochila al hombro, sonriendo de esa forma que siempre la desarmaba. Le escribió que en la noche la llamaría, que por ahora no enviaría a nadie a recogerla ni acompañarla.
"Confío en ti. Ve directo a casa después de clases, ¿sí?"

Ella respondió rápido, casi impulsiva:
"Si bebe. Te amo. Cuídate. Esperaré tu llamada."

Y desde ese momento, su mente quedó suspendida en esa pequeña burbuja donde solo existía él.

—Oye —Verónica la empujó suavemente del brazo—. ¿Estás escuchando?

Parpadeó, volviendo a la realidad como si emergiera de un sueño profundo.

— ¿Qué? —murmuró.

Bianca la miraba con una mezcla de curiosidad y reproche ligero.

—Te pregunté qué demonios pasó en la fiesta. —Frunció el ceño—. Te fuiste de la nada, solo mandaste ese mensaje raro diciendo que regresabas porque te sentías mal. Obvio que no pensamos que algún loco te secuestró y tomó tu celular para avisarnos —rodó los ojos—, pero igual nos preocupamos. Por eso quisimos preguntarte hoy en persona.

Los otros asintieron.
Esperaban una explicación.
Una real.
Una que ella no podía dar.

Tragó saliva, acomodó un mechón detrás de la oreja y sonrió, aunque le salió débil.

—Sí… me sentí mal —mintió suavemente—. No sé, fue de repente. Y luego ya no estaba cómoda, supongo. Mi conciencia me estaba gritando cosas por… ya saben… mentirle a Alex sobre la fiesta —improvisó—. Así que preferí irme, tomarme unas pastillas de menta, mucha agua, y dormir. Llegué como si nada.

Patrick levantó una ceja, Bianca entrecerró los ojos, Alayna bajó la mirada como si intentara leer entre líneas.

—Bueno, pero ¿qué te hizo sentir mal? —Preguntó Bianca—. Porque estabas perfecta antes de irte.

Ella se encogió de hombros.

—No sé… creo que me cayó mal la comida. O el humo. Había demasiada gente.

—O demasiada energía rara —murmuró Verónica, dándole un sorbo a su café—. Tú estabas como… no sé, inquieta.

La palabra la pinchó suavemente.
No era del todo mentira.
Pero no por lo que ellos creían.

—¿Inquieta por qué? —preguntó Patrick, mirando entre ambas sin entender.

—Nada, tonterías —respondió rápido, tratando de sonar despreocupada—. Literal, solo me sentí incómoda y ya.

Alayna, siempre más suave, apoyó la mano en la mesa.

—Está bien si no quieres contarlo todo —dijo con ternura—. Solo queremos saber si estás bien.

Ella asintió, aunque la garganta se le apretó un poco.

—Estoy bien… solo cansada.

Patrick chasqueó la lengua.

—Te juro que pensé que te habías enojado con nosotros —dijo apoyando los codos en la mesa—. Bianca estaba paranoica, diciendo que quizá dijimos algo que no debimos.

—¡Yo paranoica no soy! —protestó Bianca, empujándolo del hombro—. Solo dije que era raro porque tú nunca te vas sin avisar. Y el mensaje que mandaste sonó como que estabas saliendo a toda velocidad.

Ella sintió un nudo en el estómago.

Porque sí salió con prisa.
Pero no por ellos.
No por ella.
Sino porque Alexander había aparecido de repente, serio, acompañado de dos de sus compañeros de trabajo…
y ella sabía que si él decía “nos vamos”, entonces se iban.
No iba a arriesgar que él perdiera el control ahí mismo, en medio de la fiesta.

—De verdad, perdón si los preocupé —susurró—. No fue mi intención.

Verónica la miró con una mezcla de paciencia y curiosidad genuina, pero sin sospechar nada raro.

—Tranquila —dijo—. Solo queremos asegurarnos de que no te estás sobrecargando o desapareciendo como haces cuando te estresas. Eres muy de guardarte todo.

—No, no estoy desapareciendo —mintió suavemente.

Alayna inclinó la cabeza como si tratara de leer su expresión.

—¿Y Alex? ¿Qué dijo cuando te fuiste temprano?

Ella respiró hondo, tratando de sonar lo más tranquila posible y que no pudieran notar sus mentiras.

Alayna la miró con curiosidad.

—¿Y Alex? ¿Qué dijo cuando llegaste?

Ella respiró hondo, obligándose a sonar tranquila.

—Nada grave —respondió con una sonrisa pequeña—. Salí del bar y me fui directo a casa. Cuando llegué, Alex estaba viendo televisión. Se sorprendió un poco al ahí, pero yo le dije que… no podía dormir sin él. Que lo extrañaba. Y ya. Todo estaba bien, no pasó nada más.

La mesa quedó en silencio unos segundos.

Patrick asintió despacio, como si quisiera creerlo pero no pudiera del todo.

Bianca ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.

Verónica bajó la vista, pero la levantó enseguida, analizándola en silencio.



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En el texto hay: amortoxico, abusos, violencia abuso

Editado: 13.12.2025

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