Lo que me quedó

CAPITULO 8?

"El pasado tiene la costumbre de brotar incluso en los terrenos que juramos haber limpiado."

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— ¿Estás segura que estás bien? —preguntó Patrick con ese tono suave que solo usaba cuando estaba realmente preocupado.

Jane forzó una sonrisa torpe.

—Solo dormí mal, ya les dije.

Bianca le pasó un croissant en la mano.

—Come algo. Pareces un fantasma, en serio.

—Es por Alex, ¿no? —agregó Alayna, con un gesto comprensivo—. Es difícil dormir sola después de acostumbrarte a estar con alguien.

Jane bajó la mirada. Esa excusa le había funcionado mejor de lo que esperaba.

—Sí... supongo que sí.

Verónica la observó con ojo clínico, como siempre.
Ella no decía nada, pero veía todo.

—Si necesitas hablar, aquí estamos —dijo simplemente.

Jane asintió, aunque las palabras se le quedaban atoradas en la garganta. No podía hablar. No de eso. No de lo que había visto... o soñado...

El timbre resonó fuerte, anunciando el cambio de hora para algunos, mas para otros ya era hora de volver a casa. El grupo empezó a pararse de la banqueta en la que se encontraron después de haber asistido a todas sus clases, Patrick le revolvió el cabello.

—Despabila, anda.

—¿Te vienes a comer con nosotros? —preguntó Bianca.

Jane negó con una sonrisa débil.

—No, voy a casa. Quiero avanzar tarea.

Todos intercambiaron miradas.
Ella fingió no verlas.

—Avísanos si necesitas algo —dijo Verónica.

—Sí, claro.

Jane caminó hacia la parada de autobús, sintiendo la piel erizada por el viento frío de Madrid. Apoyó la espalda en la pared, dejando caer la cabeza hacia atrás, y cerró los ojos unos segundos mientras esperaba.

Un hormigueo le recorrió la nuca.
Esa sensación incómoda.
Ese... instinto.

Abrió los ojos.

Miró a ambos lados.

Nadie.

Solo gente cualquiera pasando con prisa, estudiantes hablando, el ruido de la ciudad.

Se dijo a sí misma que estaba siendo paranoica.
Que era normal después de un mal sueño.

Pero algo en su pecho no estaba convencido.

El autobús llegó. Jane subió y se sentó cerca de la ventana, dejando que la vibración del motor la adormeciera un poco. Mientras el vehículo avanzaba por las calles mojadas, pensó en Alexander, en su voz de esa mañana, en cómo siempre lograba calmarla... incluso cuando él mismo era parte del caos.

Al final, cuando bajó en su parada, la llovizna había regresado. Pequeñas gotas frías que la apuraron para que se dirigiera rápido a refugiarse en su hogar.

Pero esa sensación volvió.
Esa certeza irracional —o tal vez demasiado real— de que unos ojos habían seguido cada uno de sus movimientos.

Miró por encima del hombro una última vez.

Nada.

Solo la llovizna cayendo fina sobre las aceras de Ríos Rosas y el murmullo lejano del tráfico.

Caminó a paso rápido hasta el pequeño departamento que compartía con Alexander, un piso modesto pero cálido, con paredes blancas y ventanas que daban a una calle tranquila. Apenas cerró la puerta detrás de sí, sintió un respiro profundo escapar sin querer.

Finalmente, hogar.

Dejó la mochila en una esquina y se preparó algo sencillo para almorzar: una tortilla española improvisada, con lo que encontró en la nevera. Algo rápido, sin complicaciones. Comió en silencio, escuchando solo el sonido tenue de la lluvia golpeando la ventana.

Después, tomó una ducha corta. El agua caliente aflojó la tensión que tenía acumulada en los hombros, y por un momento, por un breve segundo, sintió que el mundo dejaba de pesar.

Se vistió con ropa cómoda, ató su cabello en un moño suelto y encendió la laptop.

Perderse en sus tareas siempre funcionaba.
Dibujar. Proyectar. Crear.
Era como entrar a un mundo que era solo suyo, donde no existían pesadillas, ni sombras, ni recuerdos fragmentados que amenazaran con hundirla.

No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que el cansancio volvió a quemarle los ojos. Se lavó la cara para espantar la somnolencia y, al mirar el reloj, se sorprendió.

Las 5:02 p. m.

Suspiró.
Alexander no había escrito.
Ni un mensaje.
Ni un "¿cómo estás?".

Tomó el móvil sin pensarlo demasiado y escribió:

"¿Todo bien?"

Lo envió.
Esperó.

Ninguna respuesta.

Dejó el móvil en la mesa, intentando no darle más vueltas. Fue a la cocina y preparó palomitas, el olor cálido llenando el pequeño departamento. Puso una película romántica, una de esas clásicas con finales predecibles y protagonistas que suspiran demasiado.

La vio abrazada a una almohada, dejándose llevar por el drama...
hasta que el móvil vibró.

Alexander — llamada entrante.

Se apresuró a contestar.

—Hola, amor —saludó él con una voz cansada.

—Hola... —respondió ella, acurrucándose en el sillón.

—Perdona que no te haya llamado antes. Estuve ocupado todo el día, yendo de un lado a otro con los gerentes. Visitamos varios locales potenciales. Reuniones, proyectos, propuestas... ha sido una locura.

—No pasa nada, Alex —dijo ella sincera—. Entiendo.

—¿Qué hacías?

—Tareas... y viendo una peli, nada del otro mundo.

Hubo un silencio corto, de esos en los que él parece evaluar cada palabra que ella dice.

—Te escuchas cansada.

Jane tragó saliva.

—No dormí bien.

—Ya... —la voz de él bajó a un tono más suave—. Tranquila, si. Pronto voy a estar contigo. No tienes que preocuparte por nada, ¿sí?

Ella asintió aunque él no pudiera verla.

—Cualquier cosa, me llamas. A la hora que sea —agregó—. Voy a estar pendiente.

Era dulce...

—Sí, lo sé —respondió ella.



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En el texto hay: amortoxico, abusos, violencia abuso

Editado: 13.12.2025

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