Lo que me quedó

CAPITULO 11 -De dónde surgimos-?

(Capítulo Especial: El pasado de Jane y Alexander)

"Nadie lo entendió nunca: su historia no empezó con un beso, sino con una mirada que la desnudó por primera vez."

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Si alguien preguntara a Jane qué recordaba de su infancia, su respuesta sería simple:
la iglesia.
Siempre la iglesia.

Los pasillos.
Las bancas de madera que crujían.
La voz de su padre predicando.
Las miradas, todas esas miradas puestas sobre ella como si fuera una vitrina humana.

Jane tenía 15 años era la hija mayor de pastores.
La niña «ejemplo».
La que debía sonreír siempre, aun cuando no tenía ganas.
La que debía mostrarse perfecta, correcta, educada.
La que jamás podía fallar.

Desde pequeña, había aprendido que incluso su silencio era observado.
Que incluso respirar podía ser juzgado.
Y eso... poco a poco la asfixió.

Comenzó a cansarse de su vida. A sentir que no le pertenecía.
A preguntarle a Dios —en voz baja, con culpa y rabia mezcladas—
por qué a ella.
Por qué su vida debía ser un escaparate.
Por qué debía ser ejemplo de algo que ni siquiera sabía si creía realmente.

Con el tiempo, perfeccionó su sonrisa falsa.

La usaba al saludar a cada nueva familia.
La enseñaba cuando la gente decía conocerla sin saber nada.
Era la que mostraba para no decepcionar a sus padres.

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Pero todo cambio un día, sin que ella lo supiera.

Una mañana de domingo como cualquier otra, una familia nueva entró al templo.
Para Jane no significó nada.
Era algo rutinario: familias iban, venían, se integraban, se marchaban.
Siempre el mismo ciclo.

Los vio llegar desde lejos mientras acomodaba folletos en la entrada.
Un matrimonio con dos hijos:
Uno de ellos parecía de su edad, quizás un poco mayor.

Ella solo pensó «otra familia más».
Nada importante.

Pero lo que Jane no vio fue que él sí la vio a ella.

Alexander se detuvo apenas cruzó la puerta, como si algo lo hubiese golpeado.
No por su belleza —aunque la tenía—
sino por la forma en que estaba parada:
recta, rígida, correcta... pero apagada.
Con una sonrisa tan perfectamente ensayada que parecía una máscara.

Él la observó.
Observó más de lo que debía.
Y en sus ojos apareció una curiosidad distinta.
Profunda.

Era como si viera algo invisible para los demás:
esas cadenas que la gente llamaba "bendiciones".
Ese peso que todos ignoraban.

Jane, sin embargo, no lo notó.

Cuando la familia se acercó a saludarla —como todos hacían—, ella sonrió solo por obligación.

—Bienvenidos —dijo con su voz suave, casi mecánica.

La madre de Alexander la abrazó de inmediato, como si la conociera desde siempre.
Todos la saludaron

Pero Alexander... no dijo nada al principio.
Solo la miraba.

Jane sintió ese peso raro, diferente.
Como si él la estaba viendo más de lo que debía.

No le gustó. Eso solo provoco más rechazo de parte de ella.

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Pasaron los días....

Jane estaba recogiendo sillas, como siempre.
Nadie las recogía excepto ella y su hermana pequeña, pero ese día su hermanita estaba distraída en otro lado.

Entonces él se acercó.

— ¿Puedo ayudarte? —preguntó Alexander, con una voz tranquila, segura.

Ella se tensó.

—No hace falta, gracias —respondió rápido, amable... pero con distancia.

—Igual voy a ayudarte —dijo él, tomando una silla sin esperar permiso.

Jane se giró para mirarlo.
Sus ojos eran oscuros... pero cálidos.
Demasiado directos.

—No tienes que hacerlo —insistió.

Alexander sonrió, ladeando la cabeza.

—Lo sé. Pero quiero.

Ella frunció el ceño.

—Tu sonrisa se ve cansada —soltó de repente.

Jane sintió el estómago encogerse.

— ¿Qué? —susurró, incómoda.

—Eso —él señaló su rostro—. Esa sonrisa que muestras. Parece... pesada.

Ella retrocedió un paso.
Nadie, jamás, había dicho algo tan cercano a la verdad.
Era como si él hubiese leído un pensamiento prohibido.

—Disculpa —murmuró ella, queriendo escapar—. Tengo que seguir trabajando.

Pero él no la dejó ir tan fácil.

—No quise incomodarte —agregó, más suave—. Solo... quería conocerte.

Jane dudó.
Había algo en su voz.
Algo sincero.
Algo que no estaba acostumbrada a escuchar.

—No tienes que conocerme —dijo, casi defensiva.

Alexander no discutió.
Solo la miró con calma.

—Quizá no. Pero voy a intentarlo igual.

Desde ese día, Alexander empezó a acercarse más.
A veces con excusas tontas:
— ¿Dónde guardan los himnarios?
— ¿Sabes cómo funciona la sala de sonido?
— ¿Podrías explicarme esto? Soy nuevo...

Pero Jane sabía que esas preguntas tenían un motivo muy claro: ella.

Y aunque trataba de esquivarlo...
había algo en él que hacía difícil mantenerse lejos.
No era invasivo.
No era falso.

La veía como... una chica.
Una que él quería descifrar.

Y Jane, por primera vez en mucho tiempo, empezó a sentir algo distinto a la monotonía:
curiosidad.

Porque Alexander era diferente.
Demasiado diferente.

Y todavía no sabía que él sería la única persona capaz de tocar su alma...
y también la única capaz de romperla.

La semana siguiente a la llegada de Alexander, Jane creyó que lo evitaría con facilidad.

Se equivocó.

No importaba si iba a ordenar las Biblias, barrer la sala juvenil o acompañar a su madre a organizar material: él siempre aparecía.
Siempre.



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En el texto hay: amortoxico, abusos, violencia abuso

Editado: 13.12.2025

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