Lo que nadie sabe

Capítulo 1 — Entre sombras y pasillos

El timbre de la preparatoria resonó con la misma estridencia de siempre, pero Zoe apenas lo escuchó. Desde hacía tiempo, los pasillos estaban marcados por una sensación que no sabía nombrar del todo: una mezcla de miedo y felicidad, como si llevara escondido en el pecho un secreto que podía brillar y quemar al mismo tiempo.

Ese secreto tenía nombre: Eliza.

Todo había empezado en la secundaria. Zoe recordaba con claridad el primer día que la vio. Eliza estaba de pie junto a la ventana del salón, distraída, mientras la luz del sol le dibujaba un resplandor en el cabello. Fue un instante tan breve como definitivo: los ojos de Zoe se clavaron en ella y algo, dentro de su pecho, cambió para siempre. No necesitó palabras, ni gestos, ni excusas. Fue amor a primera vista.

Eliza también lo había sentido. Nunca lo confesaron de inmediato, pero desde ese día, cada mirada que compartían, cada roce accidental de manos al pasar, confirmaba lo que ambas intuían en silencio. En un lugar donde amar libremente era impensable, ellas habían encontrado, sin querer, un refugio en los ojos de la otra.

En casa, sin embargo, Zoe vivía un infierno invisible. Su padre no perdía oportunidad para burlarse o insultar a cualquiera que no encajara en lo que él llamaba “normal”. Su madre, siempre en silencio, lo acompañaba con la misma desaprobación. Zoe había aprendido a sonreír con los labios y a llorar por dentro, guardando su verdad bajo siete llaves.

La realidad de Eliza era distinta, aunque no menos dolorosa. Sus padres no eran crueles ni gritaban, pero bastaban sus frases suaves para herirla:
—Cuando tengas novio, hija, ya lo entenderás…
—No queremos que te confundas, queremos que seas feliz.
Eliza sonreía por cortesía, pero por dentro sentía la jaula cerrarse un poco más con cada palabra.

En la preparatoria, entre pasillos llenos de risas y conversaciones ajenas, ellas construyeron su propio mundo secreto. Nadie debía saberlo. Nadie podía saberlo.

Zoe dejó caer un papelito doblado cerca de la mochila de Eliza, fingiendo buscar algo en su cuaderno. Minutos después, Eliza lo recogió sin detenerse, como si nada pasara.

"¿Después de clases en el salón vacío?" decía el mensaje escrito con letra nerviosa.

Al llegar al final del pasillo, Eliza se detuvo un instante. Sus dedos acariciaron el papel, alisándolo con cuidado. Fue un gesto tan pequeño que cualquiera lo habría pasado por alto, excepto Zoe, que lo miraba con el corazón acelerado.

No hacía falta más. Esa pausa era la respuesta.

El mundo podía seguir creyendo que eran solo dos chicas más en uniforme escolar. Pero entre ellas, desde aquella primera mirada en secundaria, había nacido un secreto imposible de apagar: un amor prohibido, tan frágil como valiente, que ardía entre sombras y promesas mudas.




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