El viejo salón los recibía como siempre: con sus pupitres torcidos, el polvo que flotaba en la luz y el eco de un silencio que parecía hecho solo para ellas. Zoe llegó primero, y esta vez no sentía tanto miedo como la vez anterior. Ahora había una certeza cálida que la mantenía en calma: Eliza vendría.
Y no tardó. La puerta chirrió suavemente y Eliza apareció, con el cabello un poco despeinado por la prisa y una sonrisa tímida en los labios.
—Pensé que hoy te ibas a olvidar de mí —bromeó, dejando la mochila en el suelo.
Zoe sonrió, bajando la mirada.
—Nunca podría.
Eliza se sentó frente a ella, y durante un rato solo se miraron, como si buscaran el valor en los ojos de la otra. Esta vez, sin embargo, Zoe habló primero:
—¿Sabías que siempre me siento nerviosa cuando entras? Como si no supiera qué hacer.
Eliza rió bajito.
—Yo también. Pero cuando estoy aquí, contigo, se me olvida todo lo demás.
Poco a poco las palabras fueron fluyendo. Hablaron de cosas pequeñas: la profesora que siempre confundía los nombres, los exámenes que se acercaban, el miedo de Zoe a hablar en público, la manera en que Eliza amaba dibujar aunque nunca enseñaba sus cuadernos a nadie. Era como si cada confesión, por mínima que fuera, tejiera un hilo invisible entre ellas.
—¿Quieres verlo? —preguntó Eliza de pronto, abriendo su mochila. Sacó un cuaderno gastado y lo colocó sobre el pupitre. Las páginas estaban llenas de dibujos: paisajes, rostros, ojos que parecían hablar.
Zoe pasó los dedos sobre el papel, maravillada.
—Son preciosos… —murmuró.
—Nadie más los ha visto —admitió Eliza, con las mejillas rojas.
—Entonces… gracias por confiar en mí.
El silencio que siguió no fue incómodo. Era un silencio lleno de complicidad, como si en ese salón viejo el tiempo se detuviera para darles espacio. Zoe tomó aire, se inclinó un poco hacia adelante y susurró:
—Me gusta estar aquí contigo.
Eliza bajó la mirada, sonriendo.
—A mí también.
Se quedaron así, cerca, compartiendo algo que no necesitaba nombre. Y justo cuando Zoe iba a tomar valor para acercar su mano, un ruido fuerte interrumpió la calma.
Unos pasos resonaron en el pasillo, seguidos por voces lejanas. Alguien estaba allí afuera.
Ambas se quedaron quietas, con los ojos abiertos de par en par, escuchando el eco cada vez más cercano.
El corazón de Zoe latía como un tambor. Eliza apretó su cuaderno contra el pecho, conteniendo la respiración.
El momento se quebró en un instante. El salón olvidado ya no parecía tan seguro.
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hay un amor prohibido, la sociedad juzgando, gl (chicaxchica)
Editado: 24.10.2025