Los pasos se acercaban, firmes y pesados, hasta detenerse frente a la puerta del salón viejo. Zoe y Eliza apenas tuvieron tiempo de reaccionar.
—¡Rápido! —susurró Zoe, con los ojos muy abiertos.
Eliza abrió su mochila de golpe y sacó un cuaderno cualquiera. Zoe, con manos temblorosas, tomó un bolígrafo y lo colocó sobre el pupitre, como si estuvieran a mitad de una tarea.
La puerta chirrió, revelando la figura del conserje. Era un hombre mayor, de caminar lento y mirada cansada.
—¿Y ustedes qué hacen aquí? —preguntó, frunciendo el ceño.
Zoe tragó saliva y, sin pensarlo demasiado, empezó a garabatear en el cuaderno.
—Eh… tarea de matemáticas, señor —dijo con voz apurada.
Eliza, más rápida para improvisar, soltó una risa nerviosa.
—Sí, tarea… y Zoe es malísima en fracciones, pero no se lo diga a nadie.
Zoe levantó la cabeza fingiendo indignación, siguiendo el juego.
—¡Oye! Al menos yo sé multiplicar sin usar los dedos.
Ambas soltaron una risita nerviosa, demasiado alta para sonar natural, pero lo bastante convincente. El conserje las miró por un momento largo, con expresión sospechosa. Finalmente, bufó.
—De todas las aulas que hay, tenían que venir justo al más sucio. No se vayan a cortar con los vidrios de esas ventanas.
—No se preocupe —dijo Eliza, cerrando el cuaderno y sonriendo con dulzura—. Ya casi terminamos.
El hombre murmuró algo entre dientes y se alejó, arrastrando su carrito de limpieza. Los pasos se fueron perdiendo en el pasillo hasta que solo quedó silencio.
Zoe soltó el aire de golpe y se dejó caer contra el respaldo del pupitre.
—¡Casi me da un infarto! —susurró, llevándose una mano al pecho.
Eliza tapó su boca con la mano para no reír en voz alta.
—Tus caras de pánico son lo mejor que he visto en toda la semana.
Zoe frunció el ceño, fingiendo estar ofendida.
—No es gracioso, nos pudo descubrir.
—Ya, pero no lo hizo… —Eliza se inclinó un poco hacia ella, con esa sonrisa que hacía que Zoe olvidara el miedo—. Además, mientras estemos juntas, siempre encontraremos una excusa.
Zoe la miró y, aunque intentó mantenerse seria, acabó riendo también. El peligro había pasado, pero en el fondo las dos sabían que esa no sería la última vez que tendrían que ocultarse.
El salón volvió a quedar en silencio. Solo sus risas bajitas quedaron flotando en el aire, como un recordatorio de que, incluso entre sombras y secretos, podían encontrar un momento de luz.
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hay un amor prohibido, la sociedad juzgando, gl (chicaxchica)
Editado: 24.10.2025