Lo que nadie sabe

Capítulo 6 — Una voz nueva

El lunes llegó con un aire distinto en los pasillos de la preparatoria. Los estudiantes murmuraban entre sí, señalando hacia la puerta del salón principal. Allí estaba la nueva alumna: Mariana.

Desde que entró, se notaba que no era tímida. Caminaba con la cabeza alta, los ojos brillantes de seguridad y una sonrisa que parecía esconder cierta soberbia. El profesor la presentó y la ubicó en un pupitre libre, justo a unas filas de Zoe y Eliza.

Durante el receso, Mariana se unió a un grupo de compañeras. Su voz firme se elevó sobre el murmullo del salón.
—Yo pienso que una mujer de verdad necesita un hombre a su lado. Es lo natural.

Varias chicas se rieron, otras asintieron por costumbre. Zoe y Eliza guardaron silencio, observando desde su rincón.

Mariana prosiguió, bajando un poco la voz, aunque lo suficiente para que todos la escucharan:
—Y eso de las personas que dicen que les gusta alguien de su mismo sexo… ¡por favor! Es asqueroso. Una aberración.

Las palabras se clavaron en Zoe como cuchillos. Recordó de inmediato la voz de su padre, esa vez que lo escuchó decir, con desprecio, que “los raros que andan con su mismo sexo deberían dar vergüenza”. El tono de Mariana era el mismo: duro, seguro, cruel. Zoe bajó la cabeza, apretando con fuerza su cuaderno para no temblar.

Eliza también sintió cómo se le cerraba el pecho. Sus padres nunca lo habían dicho con tanto veneno, pero lo había escuchado en susurros, en conversaciones que creían que no alcanzaban sus oídos: “Imagínate, ¿qué dirían los vecinos si nuestra hija saliera con una mujer?”. Ahora, con cada palabra de Mariana, ese miedo regresaba con más fuerza.

Mariana continuó, sonriendo como si tuviera la verdad absoluta:
—Mis papás siempre dicen que eso no es normal. Y yo estoy de acuerdo. Dos mujeres juntas… qué desperdicio.

Eliza cerró los ojos un segundo, intentando mantener la calma. Zoe respiró hondo, conteniendo las lágrimas. El veneno de esas palabras no era nuevo; era un eco de lo que sus propias familias les habían hecho sentir en casa.

Cuando sonó la campana, ambas se miraron un instante. Ninguna habló, pero las dos entendieron lo mismo: Mariana no era solo una nueva alumna. Era un recordatorio vivo de que el mundo no estaba hecho para aceptarlas.




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