Lo que nadie sabe

Capítulo 7 — Risas en el escondite

El timbre del receso sonó y los pasillos se llenaron de voces, pasos y ruido. Zoe y Eliza no tardaron en escapar hacia su refugio: el salón viejo. Apenas cerraron la puerta tras ellas, el silencio volvió a envolverlas, aunque esta vez no duró mucho.

—¿Escuchaste a Mariana? —dijo Zoe, soltando una risita nerviosa—. “Una mujer necesita un hombre a su lado”…

Eliza rodó los ojos dramáticamente y levantó la voz, imitando el tono de la nueva alumna:
—“Mis papás tienen toda la razón”.

Ambas se miraron un segundo y luego estallaron en carcajadas, tapándose la boca para no hacer demasiado ruido.

—Si necesita tanto a un hombre, que se consiga tres —dijo Zoe entre risas—, así seguro nunca se siente sola.
—¡O cuatro! —añadió Eliza, con los ojos brillando de travesura—. Y que los forme en fila como en el ejército.

Las dos se doblaron de la risa, golpeando los pupitres viejos con las manos. El eco de sus carcajadas llenó el salón vacío, haciéndolo parecer menos sombrío, menos olvidado.

—Shhh —dijo Zoe, intentando recuperar el aire—. Si alguien nos escucha, va a pensar que nos volvimos locas.
—Ya lo piensan —respondió Eliza, riendo aún más fuerte.

Zoe se dejó caer sobre su pupitre, con las mejillas encendidas de tanto reír. La miró de reojo y, en un impulso, dijo con voz juguetona:
—De todas maneras, prefiero mil veces estar loca contigo que cuerda con cualquiera más.

Eliza se sonrojó, pero fingió indignación.
—¡Ay, qué cursi! ¿Ahora te volviste poeta o qué?

—Poeta no, pero… —Zoe se encogió de hombros, con una sonrisa tímida—. Podría practicar.

Eliza tomó un lápiz y, como si fuera un micrófono, se puso de pie frente a ella.
—Damas y caballeros, la señorita Zoe, recitando sus versos prohibidos…

Zoe escondió la cara entre las manos, muerta de risa.
—¡Ya, basta!

Las risas continuaron un buen rato, hasta que finalmente el timbre volvió a sonar. Se miraron todavía con sonrisas dibujadas en los labios.

Por un momento, todo lo pesado —los padres, los prejuicios, Mariana— quedó lejos. En ese salón olvidado, entre bromas y carcajadas, lo único que existía era la certeza de que juntas podían encontrar la manera de ser felices, aunque fuera por unos minutos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.