Lo que nadie supo de la niña callada

CAPÍTULO 6

MARIAM

Miré mi celular por última vez antes de darle otro bocado a mi plato con bocadillos de queso y jamón. Disfruté de cada bocado.

​No suelo disfrutar de bocadillos a estas horas del día, casi nunca tengo tiempo por los ensayos, pero por suerte hoy pude hacerlo. Sin duda alguna amaba demasiado comer queso y jamón.

​La luz naranja del atardecer se asomaba por la ventana de la cocina con elegancia, invitando a que decorara todo el lugar con su resplandor. Me acerqué un poco más para echarle un vistazo al cielo, notando un color morado junto con el naranja. Era otoño y el atardecer era la combinación perfecta para esta estación del año.

​Otoño...

​Y me trae tantos recuerdos buenos, y algunos no tan buenos.

​No es mi estación favorita, no me trae buenos recuerdos y odio recordar. Olvidar, siempre quiero hacerlo, pero el otoño no me lo permite.

​Sin embargo, una parte buena del otoño es que conocí a una de las personas más importantes para mí: Abril. Aún lo recuerdo como si fuera ayer y me hace tan feliz poder guardar ese recuerdo en la memoria.

​Sonreí sin poder evitarlo.

​Abril es la mejor persona que he conocido en mi vida. Hace que mi día no sea tan malo después de todo. Es como un regalo que la vida me dio, una hermana de otra sangre.

​Si ella supiera lo importante que es para mí.

Tac, Tac, Tac…

​Ese sonido...

Tac, Tac, Tac...

​Cada paso acelera mi pulso...

Tac, Tac, Tac...

​Mis puños se cierran inmediatamente sin poder evitarlo.

Tac, Tac, Tac...

​Sus pasos resuenan en el piso de mármol como si fueran zapatillas de tap; marcan cada paso como si estuviera llevando el tiempo en una obra de orquesta. Resonaba en toda la casa.

Tac, Tac, Tac...

​El Tac de sus tacones llegó acompañado de su perfume elegante y sutil. Un perfume que no cualquier mujer usaría, uno que solo ella puede.

​Trae puesto un pantalón de vestir negro —ajustando sus curvas y piernas largas—. Los tacones de gamuza son tan elegantes como su sonido al caminar. La blusa manga larga de seda la acompaña con sutileza y sensualidad —dejando dos botones abiertos a la imaginación sin mostrar en exceso—. Su piel blanca, idéntica a la nieve, resalta y da paso a un rojo carmesí que reposa en sus labios finos. El gris intenso de sus ojos tienen ese brillo especial de siempre: De seguridad. Su cabello bien estilizado como siempre y dándole su toque elegante. Su postura era pura seguridad y sensualidad, ella lo sabía. Podía tener el mundo a sus pies si así lo quisiera.

​Así es mi madre, Emiliana Mayers.

​El gris intenso de sus ojos no apartaba la vista de mí, sin dejar de perder su sonrisa burlona de sus labios.

​— Hija mía —pronunció, en tono condescendiente, mientras caminaba hasta quedar frente a mí.

​— Emiliana —respondí, con voz seca. Con la mirada puesta en ella. Jamás bajaría la guardia con ella.

Satanás queda pendejo frente a mi madre.

​La tensión era tan palpable entre ambas que podía cortarse con un hacha de doble filo.

​Tan filo como la mirada de muerte que desprenden sus ojos.

​— ¿Y bien? —Pregunté, tomando mi café—. ¿A quién te llevarás hoy al infierno, Emiliana?

​Su sonrisa creció.

​— No lo sé —Colocó una mano en su barbilla, fingiendo estar pensando—. Ya sé, tu padre irá conmigo esta vez.

​Mi cuerpo se tensó al oír eso.

​Ella no tardó en darse cuenta de mi reacción para romper en carcajadas.

​— Ya estaba en el infierno desde el día uno contigo, Emiliana. Todo aquel que tenga algo que ver contigo cae como una maldición. Y se pudre como pez fuera de agua —Confesé, y ella dejó de reír al escucharme decir aquello.

​Ahora me tocaba a mí sonreír.

Te dolió esa patadita, ¿eh?

​Sí, que le dolió.

​— ¡Qué insolente eres! —Murmuró, acercándose más a mí con la rabia brillando en sus ojos.

​— Calma, calma —Imité el tono de su voz—. En la farmacia venden inyecciones Anti-Rabia, ve por una, te hace falta.

​Era gracioso. Sus orejas casi echaban humo y mi sonrisa no se borraba de mi cara, no podía dejar de disfrutar de esta situación.

​Emiliana se alejó, no sin antes murmurar de nuevo: "Qué insolente eres", y solo dejar el retumbe de sus tacones cerrando la puerta principal tan fuerte que hizo temblar los cristales de la planta baja.

​Dejé la taza a un lado y apoyé la espalda en la encimera, dejando salir un suspiro de alivio. Todo era mucho mejor cuando ella no estaba en casa; la paz reina cuando está lejos de aquí.

​No es normal para nadie que una hija no se lleve bien con su madre, con la mujer que le ha dado la vida, pero no siempre las relaciones madre e hijas son así. Y eso es algo que Abril y yo tenemos en común.

​Sabemos muy bien lo que es crecer en ambientes familiares disfuncionales donde las apariencias son mucho más importantes que las cualidades y el amor genuino a la familia. Ella sabe cómo es estar en un lugar donde no te toman en cuenta, donde no eres la prioridad y el deseo real de alguien.

​Sabemos lo que es estar perdidas y solas estando en compañía.

​Qué jodida puede ser la vida para algunas personas.

​Como si tener padres disfuncionales no fuera suficiente.

​Vuelvo a suspirar, pero esta vez con un poco de tristeza.

​Emiliana nunca será la madre que algún día esperé que fuera. Hace mucho que dejé de creer en eso, en su falso cariño y un amor maternal no genuino.

​Por eso, hace tiempo dejé de creer en ella.




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