Lo que nadie supo de la niña callada

CAPÍTULO 5

KAEL

Lo único que se escuchaba en aquella habitación era mi Violonchelo. La Suite de Bach decoraba toda la estancia como si fuera una obra de arte en un museo. Mis dedos paseaban por el mástil con agilidad mientras tenía los ojos cerrados, disfrutando de cada nota exquisita.

​No había nada en el mundo que me diera más satisfacción que tocar el Violonchelo; era mi vida entera.

​A los cuatro años empecé este camino con la música gracias a mi abuela. Era la mejor Violonchelista que en mi vida jamás había conocido. Ha recorrido muchos escenarios importantes en todo el mundo, también tuvo la oportunidad de tocar en varias orquestas. Espero lo mismo para mí.

​Ha sido mi ídola desde que tengo memoria.

​Todo se lo debo a ella.

​Sigo tocando, toco hasta que el tiempo me diga que es suficiente, hasta que me canse... hasta que deje de existir. Continúo así por un buen rato hasta que escucho a Luigi, mi mejor amigo.

​— ¡Bravo! —dijo, sonriendo y dando aplausos exagerados.

​Coloqué el arco en el atril y el instrumento lo dejé lentamente en el suelo.

​— ¿Me firmas un autógrafo? —Preguntó en tono burlón, y yo giré los ojos.

​— ¿Quién te dejó entrar? —Interrogué, aunque ya me sabía esa respuesta.

​— Tú sabes bien que tu madre me adora, no necesito permiso para entrar —respondió, sin mirarme mientras tomaba la jarra que tenía en la mesa de noche para tomar agua.

​— Tú sabes bien que odio cuando entras a mi cuarto sin tocar —le repliqué, molesto.

​Luigi solo se encogió de hombros y se echó en la cama.

​— Toqué y no contestaste —se excusó, sin más.

​Me callé porque sabía que esta conversación no tenía sentido en lo absoluto.

​Ambos permanecimos en silencio, pero no cualquier silencio: en uno cómodo y agradable. Sabíamos cuándo era el momento de hablar y cuándo callar. En ocasiones, esto es lo que necesitamos del otro: silencio y compañía.

​Las amistades no siempre se basan en hablar y contarse los detalles más mínimos, también se basa en compañía y apoyo mutuo en el silencio. Sé que él necesita tiempo para hablar, así que le doy el chance.

​Sé que algo sucede, y me doy cuenta cuando permanece en silencio por mucho tiempo, no es habitual en él estar callado.

​Continuando en silencio, saqué unas pelotas de goma que se adhieren a cualquier superficie. Con una seña, le hice saber a Luigi que se moviera a un lado para acostarme junto a él en la cama para después darle dos pelotas de goma.

​Fui el primero en lanzar unas al techo, viendo cómo quedaron pegadas a él.

​Luigi suspiró y lanzó las suyas también.

​— ¿Estás bien? —Pregunté, con voz baja.

​— En realidad, no —contestó, con voz apagada.

​Tomé las pelotas de goma una vez que se despegaron y volví a tirarlas. Mantuve mis brazos en el aire esperando a que vuelvan a caer.

​— Otra vez volvió a suceder —confesó, y yo entendí enseguida de qué hablaba—. Volvió a escapar con él. Es que no la entiendo, Kael. ¿Cómo alguien puede volver una y otra vez con una persona que te hizo tanto daño? ¿Es que acaso no aprende?

​Suspira con frustración.

​Luigi tomó las pelotas y volvió a lanzar al techo, pero esta vez con un poco más de fuerza.

​— Es ridículo, Kael, ¡ridículo! —exclamó, enojado, subiendo un poco la voz—. Jamás voy a entender qué está mal en la mente de esa chica, jamás voy a entender qué tan enferma tiene que estar para volver con esa porquería.

​— ¿Hace cuánto pasó? —Inquirí, cuando dejó de hablar, al mismo tiempo que recogía las pelotas.

​— Hace dos días —reveló, sin más—. Es una maldita loca, Kael.

​Me levanté de la cama para después tomar asiento en uno de los sofá cama que tenía en la habitación junto a la ventana. Me permití el silencio otra vez mientras mi mirada se perdía en el espeso verde de los árboles.

​Las hojas caían como cascada, con tonos naranja y amarillos otorgados por el mismo otoño. El cielo, al igual que Luigi, no estaba tan de ánimo.

​Desde hace un par de años Luigi y su familia luchan con esta situación. Tener una hermana menor que no sabe cómo salir de una relación tóxica es triste. Ella tenía unos 17 cuando empezó a salir con el que es su pareja actualmente, y desde entonces no pararon los problemas.

​Ni una montaña rusa es más que ellos dos.

​Luigi siempre ha cuidado de ella en todo momento, jamás permitió que nada malo le sucediera. No hubo un solo día en que no la defendiera.

​Giré el rostro y me encontré con un Luigi sentado en la cama, agarrando su rostro con ambas manos, acompañado de pequeños sollozos. Nunca en mi vida lo había visto llorar, siempre fue fuerte para todos. Nunca se permitió la vulnerabilidad.

​Me acerqué hasta llegar a la cama y pasé mi brazo por encima de sus hombros, donde simplemente explotó.

​Lloró tanto como un alma rota.

​Lloró tanto como un corazón con grietas.

​Lloró tanto como un niño desamparado.

​Pero esta era la diferencia de un niño desamparado y Luigi: Él sí tenía quien lo acompañe.

***

​— ¡Menuda mierda! —farfullé, irritado, saliendo de la camioneta de Luigi—. No sé cómo es que siempre termino cayendo en tu mierdero.

​Luigi soltó una carcajada sin poder evitarlo porque el muy maldito disfruta mucho de hacerme enojar.

​— Es una grandiosa idea, hermano —Frotó sus manos con emoción mientras salía de la camioneta—. Pareces nenita quejándote.

​— Púdrete —escupí con sequedad.

​— Y, aun con todo eso, no puedes vivir sin mí —Me guiñó un ojo y entró en el museo dando brincos como canguro sin correa.

​Detesto los museos y Luigi lo sabe perfectamente.

Cómo lo odio.

Ja, ya quisiera.

​Rodeé los ojos y avancé siguiéndole el paso a Luigi.

​Cuando entramos, el olor a antigüedad era de lo más exquisito. Al fondo se podía oír un sonido pulcro y limpio de un piano de cola, decorando el lugar con elegancia y vistiéndola con elegancia. Las luces cálidas le daban ese toque perfecto al museo, cayendo en los cuadros y resaltando los bordes dorados de los mismos.




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