Lo que nadie supo de la niña callada

CAPÍTULO 7

ABRIL

Respira profundo, Abril. Cálmate. Relájate. Tú puedes. Vamos.

​Mis puños están cerrados tan fuerte que me duelen las palmas. Intento inhalar, pero el aire me quema los pulmones; mi corazón golpea las costillas con una furia desesperada, listo para salirse del pecho. El sudor frío me empapa debajo del vestido de terciopelo. Siento un zumbido eléctrico en los oídos. Calma... Pero no puedo, no puedo calmarme. No puedo encontrar un equilibrio. Abrí el grifo de nuevo, tomando agua con las manos y echándola a mi cara. Subí la mirada y me encontré con una Abril pálida. Las bolsas oscuras bajo mis ojos delatan semanas de insomnio. No es la falta de sueño, sino la presión que me ha asfixiado desde que dije 'sí'.

​— Abril —La maestra, Andrea, entró al baño con una sonrisa cálida—. Ya casi es tu turno.

​Me miré de nuevo en el espejo, con la maestra Andrea a mi lado.

​— No puedo... —Susurré, con la voz quebrada.

​La maestra Andrea se acercó a mí, tomándome de los hombros con dulzura.

​— Sí puedes —Se acercó, tomando mis mejillas con sus manos.

​Sentí el cosquilleo en mi mejilla cuando la lágrima cayó por mi pómulo.

​— ¿Y... si... fallo? —Pregunté, con la voz entrecortada por el llanto.

​— Mi vida, si no intentas tocar, el único fallo no es tuyo, es de tu música. Si no la dejas salir, la silencias para siempre. No la silencies, cariño. Eso sería traicionarte a ti misma.

​Sollocé y la abracé.

​La adoraba con mi alma porque era una de las mejores personas del mundo y de las pocas que creía en mí.

​Nos separamos y sonreímos.

​— ¿Vamos? —Preguntó, extendiendo su mano para que yo la tomara.

​Asiento con una sonrisa.

​— Vamos —le digo, y salimos.

​Miro por última vez mi aspecto en el espejo. Estoy hermosa, y por primera vez no es solo por mí. El recuerdo del museo y su voz me invaden la mente como un ladrón por la noche. Mariam insistió en que lo diera todo en la audición. Al final, me convenció de hacerla.

​El vestido color vino era de manga y pecho cerrado, con una pequeña abertura en la espalda y la pierna derecha. Se ajustaba a mi cintura, cayendo libremente y dándome un toque de elegancia y frescura.

​Sonreí, sin dejar de mirarme.

​Estoy hermosa y por primera vez lo siento así.

​— Estás hermosa —Mariam afirmó, sin dejar de sonreír.

​— Gracias a ti —Me giro para quedarme cara a cara con ella—. Me siento hermosa para otra cosa, Mariam. Estoy nerviosa y muy asustada. Temo por lo que él pueda pensar.

​Mariam se acerca para tomar mis manos y darles un ligero apretón.

​— Pasará lo que tenga que pasar, Abril —contestó, sin quitar su sonrisa—. Con intentarlo, estás ganando. Además, no te preocupes por lo que piense él; seguro quedará encantado cuando te vea —aseguró, guiñándome un ojo.

​La abracé porque de verdad no sé qué haría sin ella. Adoro a Mariam y es parte de mi vida. Siempre ha creído en mí y en lo que hago.

​Ella siempre quiere verme brillar.

​— Ahora vámonos o llegaremos tarde a las audiciones —dice, separándose y tomando nuestras cosas.

​Tomé mi instrumento y salimos de su casa directo al garage donde se encuentra estacionado su auto. El sonido del auto nos indica que subamos apenas Mariam quita el seguro, pero antes de poder subirnos, la voz de la señora Emiliana —madre de Mariam— nos detiene a las dos.

​Mariam bufa con fastidio a mi lado.

​— ¿Y ahora qué? —Pregunta, en tono bajo y con amargura, pero solo alcanzo a oírla yo.

​Emiliana batía sus cadenas y sus tacones rojos iban a la par con ella, como si estuviera en una pasarela. El traje resaltaba su piel blanca, haciéndole lucir como toda una modelo. Su maquillaje era perfecto, no se notaba cargado pero tampoco menos, era equilibrado. Traía puesto el cabello peinado hacia atrás y, apenas se instaló frente a nosotras, nos dio una sonrisa coqueta.

​— Chicas —nos llamó, sonriendo—. Se ven hermosas hoy. Abril, estás encantadora.

​Mariam chupó sus dientes y Emiliana le lanzó una mirada fulminante.

​— Gracias, señora Mayers —Respondí, ignorando a mi amiga malhumorada—. Usted también se ve hermosa hoy.

​Emiliana sonrió y miró a su hija.

​— Gracias, Abril. Por lo menos alguien sí sabe de modales.

​Mi amiga solo ignoró a su madre y me hizo una seña para que me subiera al vehículo.

​— Vamos —dice, sin siquiera despedirse de su madre.

​Me despedí de la señora Mayers y subí al auto con Mariam.

​Quien, por cierto, tenía los dientes apretados.

​Permanecimos en silencio y solo me ocupé de mirar por la ventana durante el trayecto. El recuerdo del museo y su voz me invaden la mente como un ladrón por la noche. Mi estómago cosquillea ante el recuerdo de su voz y lo que generó en mí la primera vez que lo escuché. Todavía recuerdo lo atractivo que lucía ese día.

​Mariam aún no lo sabe, ella no está al tanto de lo que pasó ese día y prefiero reservarlo para mí.

​El cosquilleo en mi estómago es una tortura. ¿Estará el Cellista misterioso en las Audiciones?

​— Es lo más probable —Mariam giró a la derecha—. Piensas en voz alta de nuevo, no te lo puedes sacar de la cabeza, ¿eh?

¿A qué no? Meneo levemente la cabeza y niego. — No sé de qué hablas —Mentí, cruzando los brazos.

​Mariam paró el vehículo en el semáforo y me miró con burla.

​— Sí claro, como digas —Soltó, con burla—. Hace unos minutos atrás, te preocupaba lo que él podía pensar y ahora quieres intentar negar que no paras de pensar en él. Ya, listo.

​Me crucé de brazos con la vista al frente e ignorando a una Mariam burlona.

​— Sabes —Continuó—, tengo una corazonada sobre tú y el cellista misterioso.

​Rodé los ojos.

​— Tus corazonadas son un asco —Solté, y escuché una fuerte carcajada de su parte.




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