KAEL
Paseo de un lado a otro con un estrés evidente y el enojo recorriendo mis venas como lava ardiente. Casi siento cómo me calienta la sangre.
Repaso de nuevo el papel que tengo en mis manos y solo provoca que mi ira, caliente y pesada, recorra mis venas como lava. Si alguien se acerca ahora voy a quemarlo.
Arrugué el papel en mis manos y lo lancé. Van por lo que saben que más nos duele.
Sabía que esto pasaría en cualquier momento y no iban a quedarse con los brazos cruzados.
Luigi entró azotando la puerta. Tenía la respiración agitada; su expresión facial era como un volcán a punto de explotar. Las venas de sus brazos estaban tensas y sus hombros igualmente. Sus puños apretaban tanto que sus nudillos se volvían blancos.
— ¿Qué tan grave es? —Preguntó, en voz baja, conteniendo el enojo.
— ¿Tú qué crees? —Respondí con sequedad—. Están contentos. Querían hacernos caer en su carnada y lo han logrado.
— ¡Maldición! —Susurró, dándome la espalda. Se giró bruscamente y su puño golpeó la mesa de noche con un crack sordo. La jarra de agua tembló—. Tenemos que hacer algo y no es como si tuviéramos opciones, Kael.
Su rabia era contagiosa y pesada, y por un segundo, sentí que la lava en mis venas iba a consumirme por completo. Me acerqué a la ventana, no para mirar la calle, sino para buscar algo que no estuviera a punto de estallar. Necesitaba un punto fijo. Y la encontré.
Abril.
Tenía el cabello rizado suelto haciendo que el viento favoreciera su melena, un vestido sencillo en color rosa pastel. Tenía los ojos cerrados. Estaba serena. Demasiado serena. Me pregunté cómo podía haber tanta paz justo cuando mi mundo se estaba haciendo pedazos por la mierda que Luigi acababa de decir. Ella era la única cosa en este jodido universo que no estaba ardiendo.
Aparté la mirada de Abril cuando ella empezó a buscar al acosador. Ha sentido que alguien la observe.
Me giré completamente hasta quedar frente a un Luigi muy enojado, pero mi cabeza ya solo tenía a Abril.
— Ilumíname —Respondí con ironía—. Ya que insistes en que debes hacer algo, dime ese maravilloso plan.
Entonces. En ese momento supe cuán demente estaba Luigi. Su rostro pasó de ser uno enojado a un demonio disfrazado de oveja. Él tenía un plan, pero yo tenía a Abril en la mente.
****
Ella salió tan apretada del aula, secándose la cara y con su viola en la mano. Sus pasos eran apresurados hasta que desapareció de mi vista.
¿Qué habrá pasado?
La voz en mi cabeza gritó: ¿Qué te importa? Pero la respuesta fue más fría: No me importa lo que le pasa. Pero la sigo porque no creo en casualidades. No cuando todo a mi alrededor está a punto de explotar, y ella sale huyendo en el momento exacto.
Miré la silla donde ella estaba sentada, y abajo estaba el estuche de su viola, azul electrónico. Miré el rostro de Kevin, quien, por cierto, también tenía el mismo ceño fruncido y la confusión al ver la salida de Abril. Su mirada estaba clavada en el corredor, sin entender nada.
Me levanté de mi lugar, haciéndole una seña a Albert para que se hiciera cargo de mis cosas. Caminé hasta el puesto de Abril y tomé sus cosas bajo la mirada curiosa de Kevin.
Avancé directo a la salida con rapidez, tratando de encontrarla. No había rastro de ella por los corredores ni en la recepción. Analicé otra vez el lugar hasta que mi mirada cayó en un cartel que llamó mi atención: Baños.
Sin pensarlo mucho, fui directamente hacia allá. Algo me decía que ella estaría ahí; el primer encuentro que tuve con ella también huyó directo al baño. Avancé con el estuche en la mano, y al llegar a la puerta, me pegué a la madera, usando el estuche de la viola como excusa perfecta para mi inaceptable curiosidad.
Entré al baño con pasos sigilosos, cerrando la puerta a mis espaldas. El aroma a lavanda me recibió y arrugué un poco la nariz. Detesto el lavanda.
Un pequeño sollozo llamó mi atención y me adentré más en el baño, quedando de frente al corredor que tiene los cubículos a cada lado. Los sollozos no eran ruidosos, pero aún así los distinguía.
Me fui acercando poco a poco hasta dar con uno de los cubículos. En el suelo, distinguía la nuez del arco.
— No vas a tocar la viola con la puerta cerrada, ¿o sí, Abril? —dije, manteniendo mi voz baja, pero lo suficientemente cerca de la puerta para que me escuchara.
El sollozo se detuvo abruptamente. Un silencio de miedo se instaló en el cubículo.
— Te olvidaste de esto —añadí, golpeando suavemente la puerta con el estuche—. Es un regalo muy caro como para dejarlo tirado.
Pasaron unos segundos eternos. El nudo en mi pecho no se disolvía. No sabía por qué estaba aquí. Solo sabía que, en medio de todo el caos ardiente que me consumía, ella era la única cosa que no estaba en llamas. Y por alguna razón, no podía permitir que se quemara.
— Vete —Su voz salió apenas un murmullo, ahogado y ronco por el llanto.
— No —respondí, todavía de pie frente a la puerta de cubículo—. No hasta que me abras la puerta.
— ¡Que te jodan! —escupió, con sequedad.
— Pues que me jodan —repliqué. Su silencio fue la única respuesta que obtuve en ese instante y supe que no saldría. Dejé caer mi cuerpo lentamente hasta quedar sentado en el piso, recostando mi espalda contra la fría y dura puerta metálica del retrete—. Esconderse en el retrete no hará que las cosas sean mejor.
— Hablar sin saber tampoco —gruñó, del otro lado de la puerta—. No sabes nada.
— Y tienes razón en eso —afirmé—. No estoy seguro de qué habrá pasado en las audiciones, Abril, pero si de algo estoy seguro es que esconderse en un baño cada vez que tengas un problema no resolverá las cosas. Estás equivocada en eso.