Distancia, tan cruda, vacía y fría. Es así cómo muchos la definen, para ser honesta de esa manera es cómo la entendía, hasta que llegaste a enseñarme que la crudeza se puede cocinar, cualquier vacío se puede llenar y el frío con un poquito de calor se va... Podría pasar horas hablando sobre las crueldades de la distancia, pero si te soy sincera, ya eso todos lo sabemos, así que prefiero hablarte sobre lo que ella se esconde.
Cuándo entras en esa habitación tan vacía, observas con detenimiento sus paredes, lees todo lo en ellas está escrito, notas cómo cada una de sus trágicas historias te enseña a valorar la compañía por completo, te enseña que existe una cercanía más allá de la física, te enseña a poseer una paciencia la cuál creías tan ajena, te enseña a sentir sin tocar, te enseña emociones, te enseña a conectar alma con alma, te enseña a volorar el sonido de su voz, aprendes a valorar todo aquello que te haga sentirlo cerca. La distancia es la única que te enseña a valorar todo aquello que la cercanía es incapaz de hacer.
La cercanía absoluta no puede mostrarte lo que es sentir, sentir sin tocar, la cercanía no puede enseñarte lo que es añorar, la distancia en cambio te enseña a valorar cada segundo juntos, te enseña cómo sentir através de la música, de su voz, de un dibujo, una carta, te enseña lo que es realmente la confianza total y absoluta. La distacia te hace fuerte, ¡Nos hace fuertes! La cercanía te arranca el poder expresarte con palabras, deja que tus acciones hablen por si solas, la distancia crea una conexión tan fuerte que es capaz de interpretar el tono de un mensaje, te muestra emociones que de ninguna manera habrías podido sentir.
Aunque existan cinco mil quinientos seis kilómetros físicos entre nosotros, no hay distancia en lo que sentimos. Te enseña el poder de la comunicación.