Lo que no deberíamos ser

| Noche de San Juan

Cuatro años atrás

.

La arena se colaba entre mis dedos mientras me balanceaba al ritmo de la música. Estaba sola, en una playa que, horas atrás, había estado repleta de gente pidiéndole sus sueños a una hoguera. Yo ni lo había intentado. Mi sueño era imposible. Ella no iba a volver.

No había pensado en bailar, no de esa forma, pero algo en el ambiente me arrastraba. No es que perder a mi madre lo justificara todo. Era solo que, desde entonces, lo único que quería se podía resumir en una palabra: olvidar.

—Y yo que pensaba que tu único talento era sacar de quicio a tu padre. —dijo una voz detrás de mí.

Me giré sin dejar de moverme. Hugo.

Pero no el Hugo de siempre. Este tenía la camisa medio desabrochada, el pelo alborotado y los ojos brillando con un calor que no conocía. Había dejado atrás su ceño fruncido y su gesto de tipo responsable. Este Hugo sonreía. Y estaba peligrosamente guapo.

No es que el mejor amigo de mi padre no lo fuera siempre —todo lo contrario—, llevaba años colada por él sin saber muy bien por qué, pero jamás habíamos cruzado más allá que formalidades, bromas y conversaciones banales.

—Déjame adivinar —respondí, sin dejar de bailar—. ¿Me busca el señor Varela?

—No tengo ni idea de lo que me estás hablando —contestó, sentándose con torpeza en la arena—. Y he bebido demasiado como para que me importe.

Me reí sin querer. Definitivamente, ese Hugo no lo había visto nunca.

Y no podía gustarme más. Me dejé caer cerca de él, aún moviéndome al ritmo de la canción. Me encantaba esa mezcla de guitarras y tambores, esa vibra antigua que parecía hechizar la noche.

—Nunca te imaginé bebiendo hasta perder el equilibrio —le dije.

—Yo tampoco. Pero tú tienes una mala influencia.

—¿Yo? Si apenas te he hablado en toda la noche.

—Suficiente —dijo, con esa media sonrisa que no le conocía—. ¿Cómo estás?

Su preocupación me devolvió levemente a la realidad.

Mi madre había fallecido hacía tres meses. Estaba en la mierda.

—¿Desde cuándo se preocupa por mí el poderoso Hugo De la Fuente?

Sonrió burlón y miró al mar. Con los brazos rodeando sus piernas, cerró los ojos para inhalar esa adictiva brisa. Podría quedarme horas admirando aquella imagen.

—Siempre me preocupo por ti, Nell.

Silencio. La hoguera iluminaba su perfil, y de pronto parecía más joven, más para mí. Se pasó una mano por la cara, como si intentara aclararse las ideas.

—¿Prefieres estar sola? —preguntó de pronto, y fue tan sincero que me desarmó.

—No —dije, bajando la vista—. Contigo como sujeto de esa frase, siempre será “no”.

Soltó una carcajada que resultó ser música para mis oídos. Era la primera vez que mostraba mis cartas ante él, y el miedo amenazaba con paralizarme.

—Siempre sabes qué decir para acorralar a los demás.

—¿Eso es malo?

—Eso es… atractivo.

Me giré lentamente hacia él, alzando una ceja.

—¿Estás intentando coquetear conmigo, Hugo?

—No sé. Tal vez sea el alcohol. O tal vez tú estás bailando como si supieras que te estoy mirando.

—Lo sabía —le seguí el juego.

—Ya —sonrió, ladeando la cabeza—. Claro que lo sabías.

La canción cambió. Una distinta, romántica pero con ritmo. Me puse de pie de nuevo y le ofrecí una mano.

—Ven. Baila conmigo.

—No bailo.

—Esta noche sí.

—He bebido pero no tanto.

—No voy a conformarme con un no —insistí.

—Antonella…

—Vamos. Solo una canción. Nadie lo sabrá. ¿Tan malo sería dejar de ser quienes somos durante cinco minutos?

Él me miró como si estuviera a punto de negarse. Pero no lo hizo. Tomó mi mano.

Nos movimos al compás. Nos dejábamos llevar por el ritmo. Sentía como si estuviera flotando en una nube y él, con esa sonrisa ladeada que no se borraba, me hacía pensar que aquello solo podía ser un sueño. A veces se reía de sí mismo, otras me miraba con intensidad. Me rozó la cintura, apenas, con torpeza y sin querer.

—¿Te digo un secreto? —le susurré.

—¿Tengo opción?

—Me gustas más así.

—¿Borracho?

—No. Humano.

Él bajó la mirada, luego volvió a subirla. Sus ojos brillaban oscuros, con un gris que amenazaba tormenta. Cargados de algo indescifrable.

—¿Y tú? —preguntó—. ¿He logrado por un segundo hacerte olvidar?

—Has logrado hacerme feliz, lo que me parecía todavía más imposible.

Fue ahí cuando tropezó. Literalmente. Dio un paso mal y se fue de espaldas a la arena con un bufido, como si el universo lo hubiera empujado de golpe.

—¡Idiota! —reí, agachándome junto a él—. ¿Estás bien?

—No —dijo riendo—. Me duele el ego.

—Menos mal que tienes de sobra.

—¿Qué puedo decirte, Nell? Sabes que soy irresistible.

—Eso lo sabe todo el mundo, Hugo.

Nos miramos de cerca. Muy cerca. Y por un instante no hubo ruido, ni música, ni hogueras. Solo su respiración, su mirada fija en la mía y ese calor que se iba acumulando entre nosotros.

—Ten por seguro que me arrepentiré de esto.

Y entonces, agarró mi nuca con determinación y juntó nuestros labios.

Ni lento ni rápido, pero intenso, espontáneo. Nos pilló por sorpresa, pero sin embargo fue exacto. Como encajar una pieza en un puzle después de muchas horas.

Cuando nos separamos, aún teníamos las bocas cerca. Él abrió los ojos lentamente y sonrió.

Le devolví la sonrisa casi por inercia y apoyé mi mano en su cuello, suave, provocadora. Deslicé mis labios sobre él, inhalando su exquisita fragancia, que ni siquiera el alcohol había disipado. Apoyó sus manos en mi cintura y nuestras bocas se buscaron de nuevo.

El segundo beso fue más lento, más profundo. Me robó el aire y el corazón.

Me dejé caer junto a él, con el corazón latiendo a toda prisa. Sus dedos acariciaron mi espalda a medida que deshabrochada la parte superior de mi bikini, despacio, como si intentaran memorizar con detalle el camino.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.