La fiestas de Hugo eran como él. Presuntuosas, caras y de un gusto exquisito.
La piscina brillaba bajo las luces cálidas del jardín, y el sonido del agua, mezclado con risas y música suave, creaba un ambiente muy apetecible.
Llevaba un vestido blanco de lino, sencillo pero ajustado en los lugares correctos. Y un bikini que bien podría considerarse un claro acto de llamada de atención. No lo hacía porque quisiera impresionarlo.
O eso me repetía.
—Tienes a varios clavándote los ojos —me dijo Claudia, una antigua compañera de la facultad que descubrí esa misma semana trabajando en el mismo bufete.
Sonreí, fingiendo indiferencia, pero mi mirada ya estaba buscándolo a él.
Estaba junto al bar exterior, con un vaso en la mano, hablando con dos hombres que no conocía y que, bajo mi punto de vista, no tenían muy buen aspecto.
No llevaba camisa , solo unos pantalones azules. Informal, como pocas veces se veía a un hombre asi. Era elegante sin esfuerzo, como si le saliera natural. Como si supiera que todos lo estaban observando y le diera exactamente igual.
Excepto cuando me miraba a mí.
Porque me estaba mirando.
No todo el tiempo. Pero lo suficiente como para que se me secara la boca.
En una de esas miradas lo vi.
El tatuaje, grande, justo en su omóplato. Era reciente, de eso estaba segura, si no me acordaría.
Dos lobos, uno blanco y otro negro. Poderosos y enfrentados. Siendo él quien era podría significar cualquier cosa.
Me acerqué a la barra y pedí algo sin alcohol. Aún no decidía si quería mantenerme lúcida por precaución... o por miedo.
—Veo que has acabado optando por la sobriedad —se burló una voz que ya conocía demasiado bien.
No me giré enseguida.
—No te creas, solo que a veces prefiero ver las cosas claras.
—¿Como tu vestido?
—¿Como tu novia?
Sus labios se curvaron en una sonrisa tensa. Me miró un segundo de más.
—No es el momento, Antonella.
—Tú me hablaste —repliqué, encogiéndome de hombros—. Y nunca es el momento para ti, Hugo.
—¿Nunca podremos tener una conversación normal? —murmuró.
—¿Desde cuándo tienes eso? —cambie radicalmente de tema.
Él ni siquiera se giró del todo, sabía a qué me refería
—Desde hace mucho.
— Me da que no tanto —afirme.
Me miro curioso ignorando mi comentario.
— Es un tatuaje, sin más.
—Déjame adivinar —seguí con una media sonrisa—. Una metáfora muy profunda sobre tu alma dividida. O... ¿la crisis de los 40?
Hugo puso una mueca de reproche y yo intenté no reírme. Me encantaba cuando se mordía la lengua en lugar de mandarme a la mierda.
—No tengo cuarenta y lo sabes de sobra.
— No te queda mucho de todas formas —respondi en la misma linea.
—¿Sabes que solo te saco quince años verdad?
Me sorprendió su respuesta, casi tanto como el hecho de que supiera exactamente la diferencia.
—Bueno, tampoco creo que eso sea muy relevante para nadie—fingí desinterés.
Su mirada ofendida y traviesa fue un chute de placer para mí.
—Ten cuidado Antonella —me avisó.
—¿Y eso porqué?
—Porque solo necesito medio segundo para bajarte toda esa chulería de una.
Tuve que tragar saliva.
Como siempre, ahí estaba. Esa frase o ese momento que ponía mi corazón a mil y mi cerebro a dar vueltas y más vueltas ¿Iba con doble sentido? ¿Eran cosas de mi imaginación?
Él me miró. Con la misma intensidad de siempre sin darme ni una sola pista de a que se refería exactamente.
Antes de poder responder, una figura apareció por detrás de él y se pegó sin pudor a su costado.
—Hola, Antonia —dijo Verónica con su mejor sonrisa de tiburón.
—Antonella —corregí con tono amable, pero sin devolverle la sonrisa.
—¿Tú padre no ha podido venir? —preguntó como si le importara.
— No, mucho trabajo, que le vamos a hacer. Cuando tienes una empresa y dependen de ti no puedes hacer de florero —sonreí de oreja a oreja.
Ella pareció morderse la lengua, optando por ignorarme.
—Hugo, el DJ quiere saber si puede subir un poco la música. Dice que la gente se está animando.
—Dile que sí, pero que no se pase.
—Claro —respondió ella, posando una mano en su brazo mientras me lanzaba una mirada de advertencia.
Yo también sabía jugar a eso.
—Si no os importa, voy a llamar a mi acompañante. Muy a mi pesar, se está retrasando —les dije, dándole un sorbo a mi bebida.
Juraría que, durante una milésima de segundo, una mueca de desagrado cruzó el rostro de Hugo, pero preferí ignorarlo.
La noche avanzó entre conversaciones cortas, risas falsas y observaciones que solo me interesaban a medias. Me sentía en otra frecuencia. Como si todo a mi alrededor estuviera ligeramente desenfocado. O como si la única parte nítida de esa escena fuera él.
Hugo y yo cruzábamos miradas como si estuviéramos en un juego del que ninguno quería salirse del todo, pero tampoco terminar.
Hasta que apareció Leo. Más tarde de lo que me gustaría.
—¡Antonella! —gritó, con ese entusiasmo tan suyo.
Venía con la camisa abierta, una copa en la mano y el cabello ligeramente alborotado por la moto. Se acercó a mí y me rodeó los hombros con confianza.
—Gracias por venir —susurré aliviada.
—Quería haber venido antes pero se me ha complicado las cosas en el bar.
—Tranquilo, estas aquí. Eso basta —dije, acercándome más de lo habitual.
—Estás preciosa esta noche —añadió Leo, bajando un poco la voz.
Justo entonces, alguien tropezó cerca, y entre el empujón de otro invitado y el intento torpe de Leo por “salvarme”, su casco fue directo a mi cara, haciéndome perder el equilibrio. No supe bien cómo, pero el borde de la piscina se me vino encima antes de que pudiera reaccionar.
Y el agua me tragó.
Sentí el impacto de algo duro contra mi cara. Mi mejilla, pensé. Ardía.
El vestido se volvió una trampa húmeda. Las voces se apagaron y solo escuché el sonido denso del agua, el peso en mis extremidades, el ahogo repentino.
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Editado: 05.09.2025