El sonido cortó el momento como un cuchillo. Me aparté de golpe, sintiendo cómo el calor me abandonaba. Hugo cerró los ojos y soltó un suspiro de frustración antes de levantarse.
—Qué oportuno —gruñó, y fue hacia la puerta.
Cuando abrió, Lucas estaba ahí, respirando rápido, como si hubiera venido corriendo.
—¿Dónde está tu teléfono, Antonella? —me preguntó directamente, ignorando a Hugo—. Acabo de enterarme de lo de tu padre. ¿Está bien?
Me levanté de golpe. Como si todo lo ocurrido volviera a golpearme de lleno. Estaba tan embobada con aquello que parecía haberlo olvidado durante un momento.
—Sigue en el hospital. Lo están vigilando —solté, con un tono que rozaba la culpa.
Lucas asintió, pero sus ojos empezaron a recorrer la escena: yo, con la cara roja y el pelo goteando todavía; Hugo, también con el cabello húmedo, a esas horas, conmigo, en mi casa… solos.
No hizo falta que dijera nada: su expresión se endureció al instante.
—No —murmuró, incrédulo—. No me jodas que… aquí, hoy, con Julián en el hospital.
—Lucas… —empecé, pero él levantó la mano.
—No, Antonella. No lo justifiques. —Se volvió hacia Hugo—. Y tú, ¿qué clase de tipo eres? ¿No tienes una jodida novia?
Hugo se irguió, la mirada helada.
—Me da que no es asunto tuyo.
Vi cómo mi amigo volvía a acelerarse y su mirada venenosa se dirigía directo a él.
—Claro que es mi asunto cuando se trata de ella. No voy a dejar que juegues con Antonella como si…
—Yo no tengo que pedirte permiso para nada.
—A ti te parecerá una distracción, pero es mi amiga de la que hablamos —elevó el tono Lucas.
—Cuidado —lo cortó Hugo, con la voz grave y afilada—. Mucho cuidado con hablar de cosas de las que no tienes ni la menor idea.
—Sé perfectamente de qué hablo: de un hombre que se aprovecha cuando ella está vulnerable. Y de alguien que, por si fuera poco, miente en la cara de su novia.
Hugo esbozó una sonrisa seca, sin rastro de humor.
—Tú no tienes autoridad moral aquí, Lucas. Ni sobre mí, ni sobre ella.
—¿Ah, no? —Lucas subió la voz, rojo de furia—. Llevo años en su vida, cuidándola, preocupándome por ella…
—Sí, lo sé, y he visto que has hecho un trabajo memorable —replicó Hugo, con un tono desafiante.
—Eres un cabrón.
—Y tú un entrometido.
Yo estaba en medio, sintiendo que la temperatura de la sala subía a cada palabra.
—Basta, los dos —intenté intervenir, pero ninguno escuchó.
—Tengo cariño a Julián, no pienso ser cómplice de nada de esto.
—¿Sabes acaso algo de mi amistad con su padre? —exclamó Hugo.
—Por lo pronto sé que no le hará ni puta gracia que te folles a su hija.
Hugo lo fulminó con una mirada que me erizó la piel, y no precisamente para bien. Ni siquiera respondió; se giró, cogió la chaqueta y se dirigió a la puerta.
—Hugo —intenté frenarlo mientras se marchaba.
Lucas me dijo algo más, pero apenas lo escuché. Ya estaba siguiendo a Hugo, cruzando el mismo jardín que había presenciado nuestro beso horas atrás.
Lo alcancé justo cuando se metía en su coche.
—No puedes irte así —le dije, con un nudo en la garganta.
Él se quedó mirándome en silencio, como si estuviera librando una batalla interna antes de hablar.
Soltó un suspiro largo antes de mirarme.
—¿Puedes ir tú sola al hospital? —preguntó, implacable.
—Sí, claro —me esforcé por aguantar el llanto—. Pero, Hugo, esto significa…
—Antonella —hizo una pausa—. Ayer sabía muy bien lo que hacía. Tomé una decisión.
Me quedé helada. Esperaba de todo menos eso.
—No voy a echarme para atrás, si es lo que te preocupa —su voz era firme, sin un atisbo de duda.
Tragué saliva, intentando entender si aquello me aliviaba o me asustaba.
—Pero tienes… —me detuve.
—Lo sé —me interrumpió—. Y no voy a explicarte nada de mi vida personal ahora mismo. Solo quiero que entiendas que lo que pasó, pasó porque quise. No porque estuvieras vulnerable, confundida o como lo quiera llamar el gilipollas de tu amigo.
—¿Y entonces por qué te vas?
—Porque si me quedo, Lucas va a terminar con la cara rota. Y sé que le tienes cariño.
No supe qué contestar. Él giró la llave, el motor rugió y el frío de la noche me golpeó cuando finalmente cerró la puerta.
Lo vi alejarse y me quedé de pie, con el corazón latiéndome en los oídos, sin saber si aquello era un principio… o un fin.
Giré sobre mis talones y volví a mi casa. Lucas estaba sentado en el sofá, con los brazos cruzados y mirándome con todo menos cariño.
—No es el momento, ya te aviso —lancé sin mucha simpatía.
—¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando?
No necesitaba mirar su cara para saber que estaba ardiendo de rabia; la tensión en sus hombros hablaba por sí sola.
Me quedé de pie, con el corazón todavía acelerado por la repentina marcha de Hugo.
—Mira, Lucas… —empecé, aunque mi voz sonó más cansada que firme.
—No, no quiero oír nada —me frenó, incrédulo, dando un paso hacia mí—. Tu padre está en el hospital, Antonella. En el hospital. Y tú aquí… con él.
Me clavó la mirada como si quisiera forzarme a bajar la cabeza.
—¿Sabes lo que pasaría si se entera?
Sentí cómo la rabia me subía desde el estómago.
—Es mucho más complicado que todo eso, Lucas, joder, hablas como si tú fueras perfecto.
—No, no lo soy —su tono subió medio escalón—. Pero tengo una cosa que se llama orgullo propio. Tú, en cambio, pareces tener un radar perfecto para meterte en problemas.
—¿Orgullo? ¿Hablas de cómo te humillas para complacer a Álvaro? —El nombre salió de mis labios antes de que pudiera detenerme.
Era un disparo y lo sabía. Lucas se quedó quieto, con los labios entreabiertos.
—No te metas en eso.
—Pues no te metas en lo mío —respondí, cruzándome de brazos, dispuesta a sostenerle la mirada—. Álvaro no vale nada, y lo sabes.
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Editado: 05.09.2025