El viaje empezó con un aire extraño; en otras circunstancias me habría parecido inmejorable, pero ahora… solo estaba huyendo y ni sabía de qué.
Había convencido a Sofía y a Lucas con un pretexto sencillo: necesitaba cambiar de aires después de todo lo que había pasado. Sofía, siempre protectora, me miró con ojos preocupados, pero no insistió demasiado. Lucas, como siempre, se limitó a encender el motor y poner música sin demasiadas palabras.
El coche avanzaba por la autopista mientras el paisaje se estiraba monótono, y la conversación se abrió casi sin querer.
—No puedo creer lo que pasó —dijo Sofía, mirando por la ventanilla—. Fue un momento de puro miedo, y luego… tú desapareciste. Los dos. Ni una palabra, nada.
La voz de Sofía temblaba apenas, y en sus ojos vi el reflejo de la inquietud que yo misma había sentido.
—Sí… —respondí—. Lo siento, mi padre me sacó de allí casi a la fuerza…
Ella asintió y, tras un silencio, me lanzó una mirada curiosa.
—¿Y Hugo? ¿Cómo está? Sé que no fue muy grave, pero un disparo es un disparo. Estabas hablando con él cuando pasó, ¿verdad?
Sentí un calor inmediato, un nudo que subía desde el pecho.
—Sofía, quiero que sepas algo —empecé, bajando la voz como si aquello fuera un secreto demasiado grande—. Hugo no solo es un amigo de mi padre.
—Si vas a decirme que te lo tiras, puedes ahorrártelo.
La miré con incredulidad mientras Lucas se reía a carcajadas.
—¿Cómo?
—Nell, no soy imbécil —aclaró con total naturalidad—. Venga ya, ¿os habéis visto en la misma habitación? No hay que ser ningún genio.
Ella me miró con una certeza que hizo que me encogiera. Tanto secretismo para nada.
—Lo sabe todo dios, menos el pobre de su padre —añadió Lucas.
Le recriminé con la mirada.
—El baile ese vuestro fue lo más parecido a una escena pornográfica de los años 80.
—Por favor, para un momento —le supliqué, sintiéndome demasiado expuesta.
—Una duda: ¿y Verónica? Porque hasta hace dos días él seguía como si nada con ella por ahí.
—Buena pregunta —lanzó de nuevo Lucas.
—¿Tú qué eres, el apuntador? —miré al conductor y levantó una mano inofensivo
Sofía se rió con una mezcla de asombro y complicidad, y añadió con picardía:
—Está muy bueno, las cosas como son. Además, los hombres mayores tienen otra aura, ¿sabes? Es como si el poder les diera un brillo especial. Y él, con esos ojos, esa manera de mandar…
Lucas resopló y lanzó una mirada al espejo retrovisor.
—¿Va a ser así todo el camino?
Sofía le lanzó una sonrisa cómplice.
—Relájate, Lucas. No es para tanto. Solo estamos hablando, ¿no?
El aire se volvió más ligero, y por un momento, la tensión se disipó.
—Él no puede saber que lo sabes —me apresuré en avisarle—. Es demasiado complicado, pero tienes que actuar como si nada.
—Antonella —dijo Sofía, bajando un poco el tono—, no tienes de qué preocuparte.
Respiré aliviada.
—Puedes confiar en mí. No solo como compañera, sino como amiga —añadió, llegando a mi corazoncito.
Sentí que una calidez familiar me envolvía, como si, por fin, pudiera bajar las defensas y ser simplemente yo.
—Gracias, Sofía. De verdad.
—¿Gracias? Quiero detalles. Y muchos.
Sonreí, el coche siguió su camino, y yo sabía que, aunque el viaje fuera corto, algo dentro de mí había empezado a cambiar.
La autopista se terminó y, después de girar por un par de caminos de tierra, apareció ante nosotros la casita frente a la playa. Una construcción modesta, con paredes blancas y ventanas amplias que dejaban ver el mar. La arena de la playa grande se extendía justo enfrente, bañada por el sol que comenzaba a caer.
No nos habíamos ido muy lejos, a tan solo dos horas de casa, pero era un pueblo pequeño, tranquilo. Hugo tenía allí una casa grande y cómoda en un pueblo de tantos de costa. Un lugar perfecto para pasar una semana discreta.
Sofía bajó primero y se estiró, mirando el horizonte con un suspiro que parecía limpiar el aire cargado del viaje. Lucas aparcó y abrió las puertas sin prisa, mientras yo respiraba profundamente, sintiendo por primera vez un poco de calma.
—Unas vacaciones no me irán nada mal —dijo Sofía, con una sonrisa que parecía genuina, aunque sabía que la sombra del pasado seguía pesando.
Apenas terminamos de acomodar las cosas, un coche negro apareció por el camino, y tras él, Hugo bajó apoyado en su chófer. Su paso era más firme que antes, pero aún había una molestia que intentaba ocultar.
Tres días habían pasado desde el disparo y, aunque parecía recuperado, todos sabíamos que todavía necesitaba tiempo.
Sofía lanzó una mirada rápida a Lucas y, con un gesto sutil, le ordenó ir a revisar las habitaciones. Lucas resopló, con ese aire suyo que mezcla molestia y resignación, pero obedeció sin protestar.
Cuando nos quedamos solos, Hugo se acercó, mirándome con cara de pocos amigos.
—¿Desde cuándo lo sabe?
Maldije en silencio. Era imposible esconderle nada.
—Al parecer desde antes de lo que creíamos.
Bufó, irritado.
—Que Lucas lo sepa ya es un problema, ¿pero ella? Trabaja para mí, Antonella, ¿cómo narices tengo que mirarla ahora a la cara?
Agaché la cabeza, aquella situación no era la ideal para mí pero estaba empezando a hartarme de fingir.
—Mira, Hugo, tampoco quería pasarme toda la semana cuidando cada palabra, cada gesto, cada mirada para que ella no se diera cuenta.
—¿Entonces para qué la traes? —reclamó en un tono más elevado.
—Porque Lucas se negaba a venir sin ella, y mi padre no entendería que hubiera venido solo contigo —repliqué, un poco más fuerte de lo que pensaba, como si así pudiera proteger lo que quedaba de cordura.
Hugo me sostuvo la mirada, esa mirada suya que lo atraviesa todo sin levantar la voz. Sus labios se apretaron apenas, como si contuviera algo que no quería soltar.
#216 en Novela romántica
#6 en Joven Adulto
diferenciadeedad, deseo pasion capricho, traicion atraccion secretos miedo amor
Editado: 05.09.2025