Durante años creí que el problema era yo. Que no merecía el amor, que algo en su existencia era demasiado molesto, demasiado roto. Se culpó por los gritos, por las ausencias, por las miradas que evitaban la suya. Aprendió a leer emociones como si fueran señales de peligro, siempre alerta, siempre esperando el próximo golpe, aunque fuera invisible. Y así creció, como una flor en medio del concreto: sobreviviendo, sí, pero sin saber realmente lo que era florecer. Lo más triste es que nadie notó el esfuerzo que hacía por parecer bien, por sostenerse entera cuando por dentro se desmoronaba.
---