Lo que no sabes de mi.

El amor de mi abuela.

La única persona que realmente estuvo para mi… fue mi abuela, Ana. La única que me abrazaba sin pedir me que fuera otra, que me miraba como si mí existencia fuera algo sagrado. En los brazos de mí abuela encontraba ese amor que tanto busqué en mis padres y nunca lo recibí. Ana era mí refugio. Era consuelo en medio del caos. Era esa voz suave que me decía: “tú sí mereces amor, tú sí eres valiosa.” Aunque a veces, por el dolor que arrastraba, la herída sin querer, aunque se cerrara o se alejara… mi abuela siempre me esperaba con los brazos abiertos. Nunca se fue. Nunca me dio la espalda.

Ella fue la única que no me hizo sentir un error.

Pero ahora… ya no está. Se fue al cielo. Y con su partida, el mundo volvió a sentirse frío, enorme, vacío. Me quedé sola. Como aquella niña que un día fue, sentada en silencio, esperando que alguien viniera a salvarla. Solo que ahora sabía que nadie más lo haría. El corazón me dolía distinto: no era abandono, era pérdida. No era rechazo, era despedida. Y eso, de alguna manera, dolía aún más. Porque Ana fue mi única certeza, y sin ella, el mundo perdió color.

Me culpó por no haber sabido cuidarla más, por haberse cerrado tantas veces cuando Ana solo quería verla bien. Siento que le falle. Que no le agradecí lo suficiente. Que no me despidí como debía. Y ese remordimiento me acompaña como una sombra. Pero, muy en el fondo, también sé que mí abuela me amó con todo lo que tenía… incluso en sus silencios, incluso cuando ella no sabía cómo recibir ese amor. Ana fue su primer y único hogar.

Y ahora, con ella lejos, el dolor es doble: por lo que fue, y por lo que ya no será.




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