Después de tanto daño, apareció alguien distinto. Alguien que no huyó cuando supo mi verdad, que no me juzgó ni por sus cicatrices ni por su pasado. Él la miró con ternura, con esa calma que no conocía. Le hablaba con paciencia, con dulzura, con esa forma de amor que parecía curar por dentro. Y por primera vez, sintí que podía ser amada… de verdad. Sin condiciones. Sin tener que fingir.
Pero cuando has vivido tanto dolor, a veces no sabes qué hacer con algo tan puro.
El miedo empezó a susurrar me al oído: “No lo mereces.” Y entonces lo empujó, lo alejó, lo hirió. Mintió. Dijo cosas que no eran ciertas. No porque no lo quisiera, sino porque no sabía cómo sostener algo tan limpio cuando yo me sentía sucia por dentro. Él se convirtió en víctima del dolor que otros le habían dejado en mí. Y aunque su intención nunca fue lastimarlo, lo hizo.
Cuando quise enmendar mí error, ya era demasiado tarde. Él seguía a su lado, pero algo en él había cambiado. El amor se volvió reproche. La ternura, distancia. Sus palabras ahora dolían. Le recordaba constantemente sus fallas, sus mentiras, su pasado. Cada discusión era una herida vieja que se reabría. Y aunque yo trataba de cambiar, de sanar, de mejorar… todo lo bueno que alguna vez hubo entre nosotros parecía irse desvaneciendo con el tiempo.
Me sentía atrapada en un ciclo. Quería avanzar, pero él la ataba a lo que fue. A sus errores. A su dolor. Ya no era amor, era castigo disfrazado de compañía. Y cada pequeño error que cometía, por más mínimo que fuera, era una excusa para volver al pasado. Como si nunca pudiera redimirse del todo.
Y entonces volví a sentirme sola… incluso estando acompañada. Esa soledad que no es por falta de personas, sino por falta de comprensión. Por falta de perdón. Por falta de paz.
Pero esta vez, algo dentro de ella empezaba a preguntarse: ¿De verdad merezco quedarme en un lugar donde me recuerdan cada día lo rota que estuve? ¿No merezco, aunque sea, intentarlo de nuevo desde el amor propio?
Tal vez era hora de empezar a cambiar, pero esta vez… no para que otros la quisieran, sino para quererse ella. Para soltar la culpa, para dejar de pagar eternamente por un error, y empezar a construir una vida donde su pasado no la definiera más.