Hubo momentos oscuros. Momentos en los que el dolor era tan fuerte que no quería seguir. Tristezas que me ahogaban por dentro y me hacían pensar que ya no había salida, que ya nada valía la pena.
Traté, en varias ocasiones, de quitarme la vida. Y todas fallaron. Cada intento fue una mezcla de desesperación y silencio… un grito que nadie escuchó. Recuerdo despertar con los ojos hinchados y el alma aún más rota. Sentía vergüenza, culpa, cansancio… pero también una pregunta que empezó a hacer ruido dentro de mí:
¿Y si sigo aquí por algo?
Ese pensamiento me sostuvo. Pensé que tal vez Dios tenía un propósito para mí. Que por alguna razón, aún con todas mis heridas, aún con todo el dolor… me estaba permitiendo seguir con vida.
Y desde entonces, aunque ha sido difícil, empecé a mirar diferente. A buscar razones para quedarme. A entender que tal vez no se trata de tener todo claro, sino de seguir intentando… un día a la vez.