Yo te he perdonado, madre. De verdad lo hice, porque entendí que cargar con tu odio en mi corazón solo me encadenaba más al dolor. Pero aunque mis labios pronuncien “te perdono”, mis noches siguen siendo testigos de la guerra que aún no termina dentro de mí. En mis sueños vuelves, no como la madre que anhelé, sino como la voz cruel que me insulta, como la sombra que me golpea y me recuerda que nunca fui suficiente para ti. Me despierto temblando, con lágrimas que no puedo controlar, con la sensación de que tu presencia sigue lastimándome incluso en la distancia. Sé que es mi mente, sé que es psicológico, pero el miedo todavía me persigue. Y aunque mi corazón diga que te perdonó, mi alma todavía se estremece, incapaz de sentirse segura, como si tu recuerdo siempre estuviera al acecho para recordarme lo frágil que fui en tus manos.